La desavenencia profunda que rige en la Argentina

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La historia argentina está cruzada continuamente por diferencias que se presentan y viven como antagónicas, aunque vayan adoptando distintos ropajes a través del tiempo. Unitarios y Federales, Yrigoyenistas y Anti-yrigoyenistas, Peronistas y Anti-peronistas, Kirchneristas y Anti-kirchneristas, por no mencionar sino las más visibles y conocidas. Más allá de las particularidades de cada época y par de opuestos, lo que muestra una notable persistencia a lo largo de nuestra vida colectiva, es el estado de oposición y lucha permanente. Como si existiera un enfrentamiento irresuelto de una parte de nosotros mismos contra otra parte de nosotros mismos que, cíclicamente, se manifiesta en forma abierta, pero que está perpetuamente presente.

Es una característica que periódicamente se resuelve en triunfos y derrotas de cada una de las partes, tan unilaterales como incompletas e inestables, cada una de ellas. Triunfos o derrotas que modifican sustancialmente, por un rato, la dirección en función de la cual se intenta construir el país. Pero que, a poco andar, muestran su incapacidad para incluir al conjunto y, consecuentemente, para sostenerse sólidamente en el tiempo. Dando lugar a que, luego de un lapso, se repita el ciclo, desandando el rumbo que se había tomado y encarando otro de signo contrario. La persistencia a lo largo de casi doscientos años de historia, de una alternancia de fuerzas y orientaciones tan aparentemente opuestas como incapaces de imponerse definitivamente, sugiere la existencia de un problema más hondo que cada antagonismo particular.

Hay una diferencia de fondo entre las maneras de percibirnos a nosotros mismos, de sentirnos y de pensarnos, en los estratos más profundos de nuestra misma constitución como comunidad. Pero, sobre todo, hay una voluntad colectiva – no por inconciente menos real ni menos persistente – de no superar esa diferencia. Y una convicción, también colectiva, de que cualquier intento de integración o resolución constructiva de la misma está condenado al fracaso. En síntesis, tenemos algo así como una ruptura profunda del “nosotros”, que trastorna y descompone la identidad colectiva, a la vez que debilita el sentido de pertenencia a una patria común.

Esto produce que en los pliegues anímicos de los actores del drama – todos los argentinos, cualquiera sea el bando en que circunstancialmente se encuentren – se instale una insatisfacción casi consustancial al hecho de ser argentinos. Estado de ánimo que inclina a la frustración, a la vez que incita a la esperanza de que las cosas cambien. Insatisfacción, frustración y esperanza, que hacen caer a varios en el escepticismo más absoluto y a otros los mueve hacia una lucha constante por construir un país mejor. Cualquiera sea la definición de este “mejor”.

¿Puede resolverse o superarse esta condición? ¿Cómo? Sería bueno que los dirigentes, pensadores, trabajadores, emprendedores y argentinos todos, nos pongamos a encontrar la solución de fondo a este drama que nos queja.