OTRA VEZ SOPA

A muchos argentinos, al ver nuevamente un gobierno nacional que va a pedir fondos al FMI,  se nos viene a la cabeza la difundida pregunta de Mafalda: ¡¡¿Otra vez sopa?!! Y tenemos toda la razón del mundo. Porque parecemos obligados a recorrer  los mismos caminos, una y otra vez. Ante esta situación, surge un fuerte cuestionamiento a nuestra capacidad de recordación, afirmándose que los argentinos no tenemos memoria.

Algo de verdad hay en esta aseveración. Pero la cuestión es un poco más complicada. Porque la memoria remite a un sujeto que almacena recuerdos; y la existencia de ese sujeto, se pone de manifiesto en la identidad, o sea, en la conciencia que tiene de sí mismo. ¿Qué pasaría entonces con la memoria, si no existiese ese sujeto o esa identidad? No existiría, o sería lo suficientemente endeble y confusa, como para no tener la posibilidad de generar aprendizajes y cambios de comportamiento del sujeto, a partir de ella. Esto es lo que nos pasa a los argentinos.

En efecto, al no contar con una identidad clara y sólida sobre la cual las experiencias del sujeto colectivo puedan retenerse, los recuerdos se confunden, distorsionan o directamente se desvanecen y olvidan; impidiendo que funcionen como base para modificar las formas de actuar colectivas. Dicho de forma más simple, si no sabemos ni quiénes somos, ni qué somos ¿adónde vamos a remitir nuestras experiencias? y ¿cómo, en estas condiciones, vamos a tener una memoria que nos sirva para iluminar lo que debemos hacer en el presente y el futuro?

Cuando cantamos “todo está guardado en la memoria” debemos preguntarnos en la memoria ¿de quién? Ciertamente están guardados en la memoria del pueblo como sujeto colectivo; pero ese sujeto llamado pueblo, no abarca la totalidad de los miembros de la sociedad argentina. No forma parte de ese pueblo, por ejemplo, la élite tradicional del país, la que durante el gobierno de Onganía empezó a llamarse establishment y hoy se le dice el círculo rojo. Y este otro sujeto, tiene tal influencia sobre los medios de deformación de nuestra identidad – desde la prensa hasta la universidad pasando por la escuela primaria y secundaria – que obstaculiza, constantemente y desde hace mucho tiempo, la constitución de una memoria colectiva común y compartida. Una memoria capaz de recoger las experiencias históricas conjuntas y convertirlas en búsquedas de otros caminos, en lugar de estar forzados a repetir siempre los mismos.

De manera que la forma de no volver a recorrer los mismos caminos, no pasa tanto por tratar de recuperar los recuerdos – aunque esto tenga su valor – sino por tratar de ampliar el sujeto colectivo llamado pueblo, clarificando y definiendo con mayor contundencia su verdadera identidad. Una identidad netamente americana y original. En lugar de querer integrarnos “al mundo”; a un mundo producido por la cultura mercantil anglosajona, que nos es ajeno.