EL PROCESO DE REORGANIZACIÓN NACIONAL MODIFICA Y PROFUNDIZA LA GRIETA II

El “Proceso de Reorganización Nacional” debía asegurarle a la elite una concentración tal de poder y riquezas, que hiciera imposible cualquier intento de revitalizar el modelo de país anterior (1). También resultaba necesario escarmentar al pujante e indomable pueblo argentino y modificar a tal punto sus hábitos creencias y valores, que tornara imposible el resurgimiento de su tradicional rebeldía colectiva en pos de construir un país a su manera.

Para implementar esta profunda transformación había que elaborar un plan cuidadoso, meticuloso, detallista y perfectamente programado, mientras Perón se hacía cargo del gobierno. Esto es lo que estaba haciendo la elite argentina cuando murió Perón y el esperado e incentivado conflicto interno, explotó en el seno del gobierno popular. Lo fundamental para realizar este plan era contar con unas fuerzas armadas cohesionadas y adictas, con un programa económico-social y cultural- educativo adecuado a esos fines y con una campaña de prensa que vaya preparando la “opinión pública” para convalidar el golpe y su accionar posterior. A eso se dedicaron durante los tres años anteriores a Marzo del 76.

 

Los planes represivos fueron planificados con minuciosidad y expuestos a todos los estamentos superiores de las tres fuerzas; y aquellos que mostraron alguna divergencia con ellos, aunque sea mínima, fueron expulsados de las mismas. Por otro lado se aplicó y difundió masivamente la palabra “subversivo”, intencionalmente equívoca, para justificar la eliminación no de los 1500 guerrilleros que, como máximo, podían existir en el país al momento del golpe, sino de los cerca de 30.000 argentinos, especialmente jóvenes rebeldes con potencial dirigencial. Y mientras este plan se ejecutaba en la oscuridad con plena eficiencia, Videla declaraba públicamente con total hipocresía que el proceso de Reorganización Nacional buscaba elevarse “por encima de … la antinomia … para dejar de una vez por todas ese ser anti y ser, de una vez por todas, pro: PRO ARGENTINOS”(2). Con esta declaración y las posteriores sobre los desparecidos Videla no hacía otra cosa que rescatar la antigua tradición elitista ladina de ejecutar la más desmesurada violencia escondiendo la mano; tradición  comenzada con la orden de fusilar a Dorrego emitida por Juan Cruz Varela y Salvador María del Carril a Lavalle, con la consigna clara de destruir las pruebas de esa orden (3).

Los planes económicos, por su parte, fueron elaborados meticulosamente por los equipos del incuestionable estratega del riñón elitista, José Alfredo Martínez de Hoz y un conspicuo representante de las finanzas internacionales, Walter Klein, dado su carácter fundamentalmente financiero y financierizador a través del endeudamiento y  “la plata dulce”. No por casualidad David Rockefeller declaraba a la revista Gente, el 6 de abril de 1977: “Siento gran respeto y admiración por Martínez de Hoz. Es muy obvio para mí, como para todo el segmento bancario y económico internacional, que las medidas de su programa son las indicadas” (el subrayado es nuestro).

 Por último la campaña de prensa contra el gobierno popular comenzó a funcionar desde el día mismo en que Cámpora asumió la presidencia y se fue profundizando hasta el día que fue desalojada del gobierno Isabel Martínez.

Los resultados destructivos para la sociedad argentina de estos planes perfectamente elaborados fueron, lamentablemente, muy ajustados a sus propósitos. En el ámbito económico, la proyectada destrucción fue clara y notable. Como dice Pablo Rapoport: “si observamos la última mitad del siglo XX constatamos que mientras entre 1949 y 1974 el PBI argentino creció un 127% y su PBI industrial un 232%, entre 1974 y 1999 aumentó solo un 55% y su PBI industrial sólo un 10 %… tomando el PBI per cápita entre 1949 y 1974 éste creció un 42% y entre 1974 y 1999 apenas un 9%. La deuda externa pasó de 8.000 millones de dólares en 1975 a casi 140.000 millones en 2002…” (4). En estas cifras se pone claramente de manifiesto la existencia de una sociedad en pleno crecimiento, con una intensa industrialización y poco endeudamiento, así como su posterior destrucción. Nótese especialmente la diferencia de crecimiento del Producto Bruto Industrial entre un período y otro – de un poderoso 232% a un escuálido 10% – y del crecimiento de la deuda externa – de 8.000 a 140.000 millones de dólares – y se tendrá una idea concreta de la destrucción económica producida por la implantación del proyecto elitista anti industrial y financiero-extractivo en el país.

Tal destrucción económica trajo aparejada la descomposición del cuadro social argentino que había logrado una participación notablemente equilibrada de la población en las actividades y riquezas del país. En efecto, los sectores medios y medios altos de la población de Buenos Aires y sus cordones suburbanos, que en 1974 constituían el 78%, se redujeron drásticamente a un escuálido 33% hacia fin de siglo. Los sectores medios bajos, pobres e indigentes que al principio del período constituían solo el 21% se ampliaron hasta abarcar el 66% de la población en esta región del país. En el resto del país, con la destrucción de las economías regionales, las cosas fueron aún peores”. Es decir se “…puso fin al perfil socioeconómico tradicional de país integrado, con amplios segmentos de ingresos medios en su composición social, que distinguieron a la argentina del resto de países latinoamericanos desde mediados del siglo XX” …. Y estructuró un “tipo de país socialmente desintegrado, empobrecido y  asimétrico” (5). De una sociedad integrada en la que si bien había diferencias, estas tendían a disminuirse sobre la base de un nivel de vida medio aceptable y una fuerte movilidad social, pasamos a constituir una sociedad desintegrada en cuatro compartimentos sociales estancos, con profundos abismos de separación e incomunicación entre ellos. El país quedó dividido en un sector minúsculo de altísimos ingresos, un sector pequeño similar a la antigua clase media con algunas posibilidades de crecimiento económico individual, un amplio sector de clase media empobrecida que a duras penas mantenía lo que poseía y un gran sector sumergido que, con suerte, sobrevivía penosa y dolorosamente. Cuatro sectores, no sólo aislados y con enormes distancias entre sí, sino además, con todas las condiciones para sostener una relación conflictiva permanente entre ellos, haciendo muy difícil su coincidencia en un proyecto de nación común.

Por último la violencia contra el pueblo iniciada por la elite tímidamente en 1930, intensificada en el 55, respondida por este y llevada a su apogeo en el 76, produjo la ruptura de los valores fundantes del  sistema de convivencia humanista que el nuevo pueblo criollo había logrado elaborar colectivamente. Uno de los valores centrales de la cultura argentina gestada por dicho pueblo, fue el asignado a los sentimientos y afectos puestos en las relaciones entre las personas. La amistad, los bares, los clubes, las mutuales, las cooperativas, los sindicatos y las sociedades de fomento, fueron concreciones institucionales de ese valor. Este valor fue terminado de demoler por el proceso de Reorganización Nacional; una infinidad de desprecios, degradaciones, persecuciones, intervenciones, torturas, asesinatos y desapariciones masivas, operaron con intensidad creciente para pulverizarlo socialmente. Y también fue atacado directa e indirectamente, mediante otras formas, no por más sutiles menos dañinas. Directamente al expandir e imponer un sistema de valores y un modelo socioeconómico netamente eficientista, propio de una razón calculadora y antihumanista. Indirectamente, al destruir toda una estructura social constituida por infinidad de ámbitos sociales libres y solidarios, en los que el “compañerismo” y la lealtad se cultivaban y consolidaban, e instituir un sistema donde el “no te metás”, el “algo habrán hecho”, el “sálvese quien pueda” y la lucha de cada uno contra sus semejantes para lograrlo, se convirtieron en las pautas casi ineludibles de comportamiento.

La ruptura de este sistema de integración social y convivencia, así como el intento de suplantarlo por otro, fundado en la eficiencia y el individualismo, fue la causa principal de la destrucción moral del país. Destrucción fundada en el convencimiento valorativo y práctico, de que ocuparse de lo común resulta además de absurdo, peligroso, mientras que ocuparse solo de lo propio, resulta loable además de conveniente y lo único posible. Gran parte de la violencia que hoy se vive en la sociedad argentina tiene su origen profundo en esa aniquilación moral sufrida por la sociedad, cuyo ejecutor final fue el Proceso de Reorganización Nacional.

Pero, a pesar de la tremenda devastación económica, social, cultural y moral que provocó, la elite no pudo mantener la mentira y el engaño sobre la masacre ejecutada para implantar el nuevo país. Un modesto, temeroso y hasta ingenuo pero decidido grupo de madres, dio vueltas semanalmente en la Plaza de Mayo, demandando saber, con una persistencia y valor ejemplares, el destino de sus hijos secuestrados. Y como una gota de agua, horadaron la indiferencia temerosa de la población, hasta que una corriente de realidad incuestionable invadió el país y desenmascaró, con horror, la masiva operación masacre de la que habíamos sido objeto. No sucedió lo mismo, en su momento, con las masacres de gauchos e indios, lo que marca nuevamente una enorme diferencia entre la “Organización Nacional” del siglo pasado y la “Reorganización Nacional” del siglo XX. Porque la elite argentina no podrá, a partir de haberse corrido públicamente el velo sobre el asesinato masivo, montar una historia falsa y distorsionada de la realidad, como hicieron con gran éxito sus antecesores respecto a las matanzas de gauchos por Mitre y de indios por Roca. Un dato no menor es que fueron mujeres y madres – con ese valor simbólico que tiene la madre y la mujer en la cultura popular argentina – las que tuvieron el coraje y la determinación para semejante y heroico desenmascaramiento.

La derrota de la guerra de Malvinas echó por tierra el gobierno militar iniciado en Marzo del 76, pero de ninguna manera terminó con el dominio que la elite modernizadora o establishment había readquirido sobre la sociedad, ni con el nuevo proyecto de país que había impuesto. Las dificultades y desarrollos de los gobiernos democráticos de Alfonsín, Menem y De la Rua pondrán esto en evidencia. Avalando las palabras de Martínez de Hoz cuando dijo “Yo creo que la gente, después de la experiencia que hizo a través del programa nuestro, … pedía esa orientación…ése es el espíritu que capta el presidente Menem cuando asume la presidencia con el ministro Cavallo….”(6)

 

  • Ver en este mismo blog la nota anterior “El Proceso de Reorganización Nacional profundiza la grieta I”
  • Discurso del General Videla al pueblo de la Nación el 27 de Mayo de 1976
  • Ver en este mismo blog la nota “La grieta se profundiza” del 12 de Febrero de 2016
  • Daniel Alberto Dessein (compilador) “Reinventar la Argentina. Reflexiones sobre la crisis” Editorial Sudamericana y La Gaceta de Tucumán. 2003. Buenos Aires.
  • Artemio López y Martín Romero “La declinación de la clase media argentina” Libros de eQuis. 2005. Buenos Aires.
  • Ver el artículo “La imposición de un modelo económico y social” en blog El Historiador

 

EL PROCESO DE REORGANIZACION NACIONAL PROFUNDIZA LA GRIETA I

Con el golpe de estado de Marzo de 1976 la otrora seudo elite conservadora, transformada ya en elite modernizadora (1), se apropió del gobierno de los argentinos y comenzó a construir el nuevo modelo de país que había empezado a bosquejar con el gobierno de Onganía y Krieger Vasena. Un modelo de país garantizado por un ejército policíaco configurado por la doctrina de la seguridad nacional proveniente de EEUU. Y avalado por una parte muy influyente de la jerarquía eclesiástica para quien la religión se había convertido en una herramienta de lucha contra el “comunismo ateo”.

 

Para entender el sentido histórico de esta apropiación del estado por el establishment, debe repasarse el camino que fue haciendo la elite argentina. Desde que el nuevo pueblo criollo,  producto de la mezcla de inmigrantes y gauchos, empezó a participar en las decisiones con el acceso de Yrigoyen al gobierno en 1916, hasta que se lo excluye de toda intervención, con la expulsión del gobierno peronista en 1976. Repasémoslo.

 

Luego de su triunfo sobre el partido federal con las batallas de Caseros y Pavón, la elite ladina intentó concretar su obra maestra: una República Europea en América que funcionara como estancia tranquila del imperio inglés y resultara altamente redituable para sus miembros. Pero cuando luego de un gran esfuerzo creativo y organizativo, se sentía segura y orgullosa de su construcción, algo comenzó a andar mal. A poco de festejar el centenario, apareció ese plebeyo Yrigoyen, nieto de masorqueros federales, junto con toda esa chusma orillera e inmigrante, para arruinarle la fiesta. Había que terminar con él, por lo que hubo que dar el primer golpe de estado del siglo XX, ya que derrotarlo en las urnas se había manifestado imposible.

 

Así las cosas y habiendo logrado un éxito aparentemente definitivo sobre el  “personalismo” de Yrigoyen, al derrocarlo y obtener el dominio del antipersonalismo en las estructuras del Partido Radical, se encontró, de repente, con otro movimiento popular más poderoso, decidido y peligroso que aquel: el peronismo. Otro plebeyo, otra vez la chusma apoyándolo y ahora, para colmo de males, llena de “cabecitas negras”. Tuvo que aguantarlo diez años en el poder del estado y ver cómo profundizaba algunas líneas de su antecesor e iniciaba una transformación tan honda, que empezaba a perfilarse claramente otro país; un país autónomo, industrial, trabajador, pujante y, peor aún, orientado a la justicia social, que nada tenía que ver con la estancia inglesa de la que era patrona indiscutida. Un país que ya no podía manejar a su antojo. Y otra vez tuvo que dar un golpe de estado para eliminarlo; esta vez, más violento que el anterior, porque la adhesión era más amplia.

 

Luego de darlo intentó eliminar de raíz ese nuevo movimiento político y reinstalar el partido radical, ya pulido y moderado, en el aparato del estado. Pero no pudo ser, las cosas otra vez no salieron bien. Porque apareció ese desarrollista filocomunista de Frondizi que se alió con el tirano prófugo. Tiempo después hasta los radicales del pueblo, con el mismísimo Balbín a la cabeza, se pusieron en su contra. Para colmo de sus infortunios, Inglaterra la había abandonado definitivamente como su país predilecto. Y Estados Unidos – ese país inculto aunque, por suerte, anglosajón – se había convertido en el nuevo dominador del mundo, bajo la bandera de la “civilización occidental y cristiana” frente al amenazante “comunismo ateo”. Mientras el éxito de la revolución cubana y la guerra fría impulsaban el desarrollo de guerrillas en América Latina. ¡Todo había cambiado tanto! El proyecto de Caseros, Pavón y la generación del 80, ya no daba para más. Resultaba necesario sustituirlo por otro.

 

Eso estaba claro, pero mucho más claro estaba que había que eliminar el país generado por el nuevo pueblo criollo surgido a principios del siglo XX y expresado políticamente por el yrigoyenismo primero y por el peronismo después. Ese país industrial apoyado en el mercado interno de consumo que había creado dos nuevos poderes con los que no estaba dispuesta a seguir lidiando: una fuerte masa trabajadora, sindicalizada y organizada y un débil aunque populoso empresariado orientado al mercado interno, pero con pretensiones exportadoras y autonomistas. Ese país que había promovido la reciente aparición de una serie de sectores medios universitarios y profesionales rebeldes que, desarrollando otra conciencia histórica y social a la que ella dictaba, podían remozar y dotar de nuevas energías al peronismo e incluso al radicalismo. Ese país que, además de todo esto, podía construir un sistema bipartidario que había empezado a insinuarse con el acercamiento entre Perón y Balbín. Esa nueva Argentina, en fin, que si llegaba a consolidarse, la habría dejado de lado para siempre del manejo de “su” país. En consecuencia, había que terminar resuelta y definitivamente con ese ciclo histórico y poner en marcha una nueva nación, donde aquella otra no tuviera lugar. Las palabras del General Videla en su primer discurso por cadena nacional el 30 de Marzo de 1976, lo ponen de manifiesto, cuando anuncia “El cierre definitivo de un ciclo histórico y la apertura de uno nuevo, cuya característica fundamental estará dada por la tarea de Reorganizar la Nación”. Y las de Martínez de Hoz pocos años después lo confirman cuando dijo “El programa que enuncié el 2 de abril de 1976 estaba destinado … realmente a cambiar la estructura económica del país. Las bases sobre las cuales estaba sentada la estructura económica existente …había durado ya muchos años” (2).

 

Estas expresiones confirman que el propósito fundamental del golpe del 76 fue que la elite retomara nuevamente y de manera definitiva el control del país que estaba a punto de perder, para rehacer el país a su gusto y criterio. Adecuando a las nuevas condiciones externas e internas – cien años después – el país que llevaron adelante Mitre, Sarmiento y la generación del 80 con la llamada Organización Nacional. El “Proceso de Reorganización Nacional” intentó reeditar, reestructurándola, la “Organización Nacional” de mediados del siglo XIX, a las puertas del siglo XXI.

 

Para ello debía desarrollar un modelo económico político y cultural adaptado al nuevo circuito de mercaderías, capitales e ideas dominantes en el mundo. El reciclado financiero de los petrodólares, fenómeno central de la economía mundial del momento, y la aparición de las ideas neoliberales, eran una oportunidad imperdible para lograrlo. Por eso el proyecto elitista de fines del siglo XX fue, económicamente hablando, un proyecto de país motorizado por una andamiaje financiero altamente redituable, fundado en la toma de deuda externa y la incorporación de tecnologías con bajísima incorporación de trabajo humano en procesos extractivos de materia prima – sea petróleo, soja u oro – para sustentar el desarrollo productivo de los países poderosos.

 

Entre el proyecto de país de la Organización Nacional y el de la Reorganización Nacional existió, sin embargo, una diferencia sustancial: Inglaterra necesitaba en su momento, la producción de la pampa húmeda argentina, de manera que la búsqueda de una alianza con la elite argentina, dueña de la tierra, le era fundamental. En consecuencia fue Inglaterra la que buscó y generó la dependencia económica argentina, mientras que la elite la aprovechó a su favor. Por el contrario, EEUU no necesitaba de la elite argentina para nada sustancial en el siglo XX; el reciclado de petrodólares lo hacía en todo el mundo y si bien la Argentina resultaba una pieza más de esta jugada internacional, no era en absoluto fundamental. Por eso a fines del siglo XX la dinámica fue la inversa a la del siglo XIX. La elite argentina impulsó la dependencia ante un poder mundial que no necesitaba sustancialmente de ella, para beneficiarse como intermediaria de dicha dependencia.

 

Este nuevo proyecto de país, si bien le permitió a la elite “reposicionarse” otra vez como los dueños del mismo, exigía la exclusión socioeconómica de gran parte de la población y la destrucción de todo el aparato empresario, industrial, obrero y sindical que la nueva argentina criolla había gestado. De manera que su implantación era imposible de lograr sin una altísima aplicación de violencia masiva. El terrorismo genocida aplicado desde el Estado, fue una condición necesaria para llevar adelante la operación de resurrección de la nueva y “modernizadora” elite argentina.

 

Para concretar este proyecto el “establishment” asignó a su más conspicuo representante José Alfredo Martínez de Hoz, con el apoyo del financista internacional Walter Klein, la tarea de borrar del mapa la estructura socioeconómica montada y sostenida durante más de medio siglo en el país, para construir el nuevo modelo. A la vez ordenó al Partido Militar la tarea de proscribir y amedrentar al pueblo en su conjunto y de perseguir, encarcelar, torturar, asesinar y “desaparecer” a todo aquel que osara oponerse al nuevo proyecto. El terrorismo de estado y la transformación socioeconómica del país, eran las dos caras de la misma moneda.

 

Fue entonces cuando la Junta de Comandantes en Jefe, encabezada por Jorge Rafael Videla inició la ejecución de la fase más violenta del autodenominado “Proceso de Reorganización Nacional”. Lo hizo inspirándose en las acciones criminales llevadas adelante por Bartolomé Mitre y sus coroneles algo más de un siglo antes, pero “actualizadas” con la incorporación de los métodos de tortura utilizados por Francia en la guerra de Argelia. Esta vez las persecuciones y matanzas no se dirigieron contra los gauchos montoneros y sus familias (3), sino contra todo aquel que intentara mantener la argentina democrática, industrial, sindical y bipartidaria que el nuevo pueblo criollo, con sus defectos y con sus virtudes, había sabido gestar. Esta vez, al igual que en la época de Mitre, el Ejército Nacional se convirtió en el brazo ejecutor de la represión y los antiguos “coroneles de Mitre” se sustituyeron por las “fuerzas de tareas” ligadas a los Centros Clandestinos de detención y tortura.

 

Lo del 24 de Marzo de 1976 no fue, en consecuencia, un golpe militar ni cívico militar: fue un golpe elitista contra la trabajosa y larga construcción de un país popular o “populista”, como la misma elite se encargó, despectivamente, de calificar. Esa elite que, a pesar de los cambios que sufrió tanto en su proyecto de país como en su composición, no alteró en nada a lo largo del tiempo sus pautas básicas de comportamiento en relación al pueblo y a los centros de poder mundial. El acople de sus fuentes de inspiración y riquezas con los poderes externos – haciendo depender toda la vida nacional de ese acople – y la sobre valorización de lo externo frente a la infra valorización de lo propio, fue su pauta básica de comportamiento. Nunca intentó construir una sociedad a partir de nuestro modo particular de ser, ni elaborar una economía autónoma fundada en el propio esfuerzo, convocando el trabajo, las energías y las potencialidades del pueblo para lograrlo. A lo largo de su historia cambiaron las palabras, los objetos de intercambio, las formas de generar riquezas, las corrientes intelectuales y culturales, pero su actitud central hacia el país, hacia los poderes mundiales y hacia su pueblo, se mantuvo inmutable a través del tiempo, haciendo honor a sus ancestros ladinos (4).

 

 

 

 

  • Ver en este blog la nota “Los dos polos de la grieta se transforman” del 9 de Agosto de 2016
  • Ver el artículo “La imposición de un modelo económico y social” en blog El Historiador
  • Ver en este blog la nota “Se entierra vivo un polo de la grieta” del 12 de Abril de 2016
  • Ver en este blog la nota “La grieta queda establecida en el país” del 23 de Marzo del 2016

LOS DOS POLOS DE LA GRIETA SE TRANSFORMAN

Al influjo de las fuertes transformaciones internacionales posteriores a la terminación de la segunda guerra mundial – el debilitamiento definitivo de Inglaterra, el fortalecimiento de EEUU y  la aparición de la URSS – la composición y perfil de la elite argentina se fue modificando. Los tradicionales latifundistas y exportadores completamente dependientes de Inglaterra, perdieron influencia relativa en beneficio de banqueros, accionistas y gerentes de empresas extranjeras y dueños de grandes empresas locales contratistas del Estado. Una porción sustancial de los miembros de todos estos segmentos elitistas se convirtieron paralelamente en representantes de organizaciones financieras internacionales, públicas y privadas, que fueron cobrando cada vez mayor relevancia en la dirección de la economía y del aparato de poder del país. La renovada elite autocalificada como “elite modernizadora”, empezó a bosquejar un proyecto de país distinto al de la seudo-elite conservadora, que no tenía posibilidad alguna de seguir sosteniéndose.

 

El gobierno de Onganía  y Krieger Vasena fue la primera muestra pública de la transformación de la seudo elite conservadora en elite “modernizadora”; los medios comenzaron a denominarla “el establishment”. Durante dicho gobierno empezó a  mostrarse el bosquejo preliminar de un proyecto de país diferente de la simple estancia inglesa. Un proyecto que le aseguraba a la elite una porción sustancial de las riquezas argentinas y le posibilitaba “reinsertarse” en el mundo luego de la caída británica, sin llegar al extremo de imponer a las tres cuartas partes de la  población la emigración del país, como había sostenido la seudo elite conservadora en voz de los miembros de la Sociedad Rural (1).

Esta transformación de la elite y la del movimiento peronista – que describiremos más adelante – se fueron dando simultáneamente con algunos cambios importantes de la sociedad argentina en su conjunto.

Por un lado la resistencia a desaparecer por parte de la industrialización lograda en el gobierno peronista, con toda su estructura socioeconómica vinculada, así como la consolidación de fuertes empresas ligadas al Estado y la instalación de grandes empresas industriales extranjeras en el país, produjeron dos hechos significativos: el crecimiento de los sindicatos y la expansión del eficientismo, como criterio social válido por encima de los criterios humanistas preponderantes hasta entonces.

Por otro lado la sociedad en su conjunto fue entrando en un espiral de violencia creciente, a causa de la persecución y sostenida proscripción de un parte sustancial del pueblo argentino y la consiguiente reacción de esta.  Espiral que fue potenciada, poco tiempo más adelante, por la acentuación de la guerra fría a nivel internacional en el territorio de nuestra América; lo que se tradujo en  Fuerzas Armadas policíacas delineadas por EEUU y guerrillas imitadoras de la triunfante en la revolución cubana. Pero lo fundamental es que el modelo de convivencia pacífico, productivo y  constructivo que, a pesar de la oposición elitista, el nuevo pueblo criollo argentino había empezado a construir con el Yrigoyenismo y completado con el Peronismo, empezó a resquebrajarse a causa de esta violencia, hasta llegar a una quiebra casi total.

En cuanto al movimiento peronista, registró una transformación no menos significativa que la producida en la elite, a raíz de las diferentes respuestas que se fueron dando desde su interior a los cambios descritos en el párrafo anterior. A esto se sumó finalmente una masiva y vertiginosa incorporación de clase media juvenil universitaria –  recientemente peronizada – en su seno. Tal incorporación a la vez que revitalizó y renovó profundamente el movimiento peronista, aportándole toda la energía, ideas nuevas e ilusión de la juventud, generó también una profunda división y conflicto interno. Porque a las diferencias ya existentes le sumó las dificultades propias de un complicado reencuentro – después de casi dos décadas de enfrentamientos – entre la clase obrera de fuerte impronta peronista y la clase media de fuerte impronta antiperonista familiar y social, más allá de su reciente “conversión”. Las tradiciones, las experiencias de vida colectiva y política y las mentalidades eran muy diferentes y hasta opuestas, con, además, varios años de enemistad a sus espaldas. Por un lado el ataque al peronismo había sido tan largo y violento, que sus mecanismos de defensa colectivos ante cualquier elemento que no fuera peronista tradicional, resultaban extremadamente fuertes. Por el otro ese sector juvenil, proveniente ya de un cristianismo postconciliar tercermundista, ya de un marxismo althusseriano y fuertemente influenciado por el éxito de las revoluciones, cubana, china, argelina y egipcia, creía absolutamente en la posibilidad de un cambio inmediato y profundo. El intento de imponer esta creencia fue tan avasallador dentro del peronismo, que terminó siendo agresiva para quienes se sentían los dueños de casa. En síntesis, la actitud extremadamente defensiva de unos y la exaltación cargadamente agresiva de otros, constituyeron el campo propicio para que el conflicto fuera aumentando en intensidad. De hecho, el polo peronista de la grieta quedó convertido en una masa popular llena de esperanzas y expectativas, conducida por un conjunto heterogéneo de dirigentes colmado de contradicciones, fuertes resentimientos mutuos y conflictos cada vez más violentos entre ellos. A pesar de ser el eje de una gran confluencia política amalgamada en la Hora del Pueblo primero y en los Frentes de Liberación Nacional después. Esta situación quedó claramente expuesta con la llegada de Perón a Ezeiza. Al respecto dice Pablo Feinmann “fue la movilización de masas más grande de nuestra historia. … llegaron argentinos de todas las provincias…. todos querían… recibirlo a Perón… y festejar el comienzo de una nueva etapa de la vida nacional… el regreso de Perón significaba precisamente esto para la mayoría: el fin de la violencia, el inicio del camino hacia la justicia social y la pacificación del país de los argentinos. Tarea que iba a ser emprendida  … a través del camino de la gran política: la que convoca tras de si a las mayorías nacionales, la que abre cauces a la participación del pueblo, a su creatividad fecunda y transformadora….Durante la jornada del 20 de Junio de 1973, … una parte del peronismo – la mayoría – eligió el camino de la paz y de la acción política mayoritaria. Otra parte del peronismo eligió la violencia” (2).

Algunas frases de una conversación que mantuvieron Jorge Rulli y Envar El Kadri – ambos de activa y preponderante participación en la juventud peronista de la época – son muy ilustrativas de los fenómenos descritos; tanto de la violencia y el eficientismo, cuanto del daño causado por el primero al movimiento popular. Dicen así: “Jorge: Yo creo… que la violencia de nuestra generación no iba detrás de la eficiencia… En cambio, cuando estos militantes provenientes de los sectores medios comenzaron a instrumentar la violencia, la hicieron eficiente porque la eficiencia sí estaba en ellos… Recordemos esas declaraciones de Firmenich donde decía que habían tenido cinco mil bajas: un poco más de las previstas en sus planes antes del golpe. Nosotros nos sentimos horrorizados de que puedan haberse realizado este tipo de previsiones.Envar: – ¡Qué desprecio por la vida de los compañeros! …. Cuando uno llega a pensar así, cuando uno adopta… los modelos de organización del enemigo, finalmente se termina siendo el enemigo… porque ha logrado transformarte en él”.  Y en otro tramo dice Jorge Rulli “¿Te acordás que hace unos años nuestra lectura obligatoria era Franz Fanon, …. El, como psiquiatra, supo señalar los daños que la violencia causaba en el torturador, que quedaba esclavo de ella …. Bueno, nosotros también hemos experimentado algo parecido en cuanto a cómo la violencia nos dañó, al haber adoptado esa incapacidad de comprender que otros se diferenciaran y tuvieran diversas opiniones”. (3)

 

Lo cierto es que la elite modernizadora había logrado antes del retorno de Perón cierta coherencia interna, contaba con fuertes apoyos externos, era la dueña de la gran parte de los recursos económicos concentrados del país, de las fuerzas armadas y de la mayor parte de los medios de prensa y contaba ya con el bosquejo de un nuevo modelo de país. El pueblo no llegó igual al momento de su tan esperada victoria; tenía una gran debilidad causada por el fuerte conflicto interno del peronismo, sumada al endeble estado de salud de su conductor. Estas condiciones abrirán las puertas al significativamente, llamado “Proceso de Reorganización Nacional” con el cual la grieta alcanza uno de los picos de violencia más altos en la historia del país.

 

 

  • Ver en este blog “La grieta se Profundiza” de Julio de 2016
  • Juan Pablo Feinmann “El Mito del eterno fracaso” .Editorial Legasa. 1985. Argentina.
  • El Kadri Rulli “Diálogos en el Exilio” Editorial Foro Sur. 1984. Argentina