LAS COMPARACIONES AUTODENIGRANTES: UNA PULSIÓN CULTURAL ARGENTINA

El desempeño de la selección argentina y de algunos de sus jugadores en el mundial del futbol, ha sido una muestra exuberante, de comparaciones auto denigratorias. Que la voluntad de ganar de Ronaldo comparada con la falta de voluntad de Messi, que la vida privada y profesional encomiable de Luka Modric, confrontada con la vida poco esforzada de los jugadores argentinos más destacados, que la disciplina alemana cotejada contra la indisciplina del equipo argentino, que la garra española contra la desidia nuestra, hasta llegarse el extremo de contrastar la capacidad islandesa para sacarse de encima a sus políticos y banqueros estafadores, con nuestra manifiesta incapacidad al respecto.

 

Las redes y los programas televisivos y radiales se llenaron de este tipo de apreciaciones. Si bien las comparaciones son muy lógicas y naturales en esta clase de competencias, la falta de objetividad, la carga emocional negativa que le incorporamos y el sedimento que dejan en la imagen de nosotros mismos, no son casuales; responden a una pulsión arraigada profundamente en nuestra cultura.

 

La estructura misma de la comparación, muestra su carácter auto denigrante. En efecto, no se compara nuestro equipo o alguno de nuestros jugadores, con el equipo o el jugador medio extranjero; se compara con el mejor. Tampoco se compara el mejor rasgo o aspecto de nuestro equipo o jugador, con el de otro; se elige el peor rasgo nuestro para compararlo. El resultado es cantado. Contrastar el mejor rasgo de un grupo o persona contra el peor nuestro, siempre va a dar una misma conclusión o fruto: señalar vehementemente el error o la falla de lo propio. O, lo que es lo mismo, intensificar el auto  desmerecimiento o la auto denigración. Y esto no es una casualidad.

 

Ya Arturo Jauretche, hace muchos años, había advertido la existencia de esta pauta comparativa auto denigrante. Lo ejemplificaba con distintas comparaciones que se hacían sobre los más diversos aspectos de la realidad argentina. Destacaba por ejemplo –  entre otros muchos hallazgos que había hecho – que se comparaba el excelente sistema telefónico de EEUU contra el nuestro, pero no se cotejaba nunca el argentino, con el desastroso sistema telefónico francés de esa época.

 

La permanencia de esta estructura comparativa distorsionada en distintas épocas y su aparición en áreas muy diferentes, muestra un hecho extendido, que penetra toda la sociedad desde hace mucho tiempo. Es decir, estamos frente a un fenómeno cultural tan arraigado como una pulsión irresistible. Lo que implica que cuando los argentinos nos comparamos, tendemos inevitablemente a comparar lo mejor de otros con lo peor nuestro. Y esta pulsión lleva en sus entrañas, inconscientemente, la convicción de que somos inferiores. Es en esta especie de complejo de inferioridad, escondido e invisible, pero profundamente arraigado, donde se origina esta forma tan poco realista de compararnos con los demás. La comparación no concluye, objetivamente, que somos inferiores en esto o aquello; la comparación de lo mejor del otro, con lo peor nuestro, emerge de la creencia en nuestra propia inferioridad y se dirige a demostrar y reforzar ese convencimiento.

 

Sería largo y tedioso mostrar las raíces de dicha auto denigración en nuestra sociedad. Pero, en lo que atañe a nuestro presente, no podemos dejar de destacar que resulta muy difícil llevar adelante cualquier proceso de afirmación y desarrollo nacional sostenible, sin liberarnos de esta práctica comparativa distorsionada. Tomar conciencia de su existencia, desarticularla y superarla, estableciendo culturalmente otro tipo de estructuras comparativas, más objetivas y constructivas, resulta fundamental para nuestro futuro.