POR EL CAMINO DEL MEDIO NO SE ALCANZA LA UNIDAD NACIONAL

En varias notas anteriores tratamos distintos aspectos de la grieta que divide a la Argentina en dos países irreconciliables; lo que significa que somos dos medio países, es decir, menos que uno. Porque no logramos constituir un núcleo de factores comunes que nos identifique a todos y nos haga caminar en una misma dirección, aunque haya algunas variaciones y ajustes entre gobierno y gobierno, como sucede en los países consolidados. Los últimos dos años, con la reversión que las acciones y políticas macristas han hecho de casi todas las acciones, planes, programas y obras realizadas por el kirchnerismo, queda claramente en evidencia el carácter destructivo de la grieta y las consecuencias que tiene para la vida de la nación en su conjunto.

Volver a endeudar el país y sujetarlo al control del FMI, luego del costoso desendeudamiento y liberación del organismo financiero internacional logrado por los gobiernos kirchneristas que, a su vez, procedían de otro ciclo de endeudamiento, que había terminado en defalut. Tomar medidas que provocan un creciente deterioro y destrucción de la industria, en especial de las pymes, luego de políticas que generaron un fuerte crecimiento industrial y comercial. Implementar una política de transferencia de ingresos a los niveles económicos altos, después del proceso inverso realizado anteriormente. Suavizar la pena a los responsables del terrorismo de Estado, luego que los gobiernos anteriores habían activado los juicios a militares genocidas, exculpados otrora gracias a las leyes de obediencia debida y punto final. Desactivar el sistema satelital, de desarrollo atómico y científico tecnológico en general del país, que habían tenido un fuerte apoyo del gobierno anterior. Impulsar el desarrollo exportador agrícola, ganadero y minero que – sobre todo el ganadero – había sido restringido durante el gobierno previo, así como desanimar el desarrollo exportador industrial que había sido estimulado precedentemente. Reinsertar la política internacional argentina en el encuadre estadounidense, con debilitamiento del Mercosur y vaciamiento del UNASUR, así como abandonar el persistente reclamo a Inglaterra por Malvinas, que habían sido ejes del gobierno anterior. De esta forma podríamos seguir durante un largo rato, mencionando no sólo las políticas macristas que eliminaron las kirchneristas sino, a su vez, las kirchneristas que eliminaron las de gobiernos anteriores y remontarnos a las políticas Yrigoyenistas iniciadas en 1916 seguidas de las antiyrigoyenistas inauguradas con el golpe de 1930, pasando por las peronistas seguidas de las antiperonistas, para no mencionar sino las más notables (1).

Lo cierto es que no hay ninguna política fundamental del país que se haya sostenido en el tiempo. Todo lo contrario. Sufrimos un constante ir y venir en direcciones opuestas, lo que se traduce en un permanente construir y destruir lo construido, para volver a construirlo y nuevamente demolerlo. Dinámica que no solo impide la acumulación incremental de avances y logros, sino que aniquila los esfuerzos, expectativas y aspiraciones de sus habitantes; generando enormes frustraciones e incertidumbres vitales y el desarrollo de sólidos mecanismos defensivos para paliar las consecuencias de esas políticas contrarias. Desde la pareja joven que se puso, con grandes sacrificios, a comprar su casa con un crédito que ahora no puede pagar, hasta el empresario que montó su empresa en condiciones luego modificadas que la colocan a punto de quebrar, pasando por el exportador que redujo sensiblemente su rentabilidad por un aumento de impuestos, o por el trabajador que venía haciendo su carrera laboral y de pronto se ve abruptamente desocupado, o el banquero que vio esfumarse las expectativas de buenas ganancias por un cambio de las condiciones del crédito, o el científico que se entusiasmó con una línea de investigación para la cual, de pronto, no hay más recursos ni apoyatura, o el importador que se encontró que no podía traer productos hasta entonces de libre ingreso en los que había fundado su actividad, etc.,  etc.

Pero el efecto de las hegemonías opuestas y temporarias entre estos dos medio países y sus políticas no solo frustra y provoca incertidumbre; es peor aún. Porque genera, en las entrañas de la sociedad, un maniqueísmo político y cultural acompañado de profundos odios donde, recíprocamente, todo lo bueno se pone del lado propio y todo lo malo del otro lado, deteriorando profundamente la conciencia y hasta la voluntad de pertenecer a un todo compartido; lo cual no es algo menor.

Lo cierto es que enfrentamos un problema nada fácil de solucionar. Porque, en esencia, estos dos medios países obedecen a formas opuestas de construir, sentir y pensar el país; una forma externo orientada y otra auto centrada. La forma externo orientada se caracteriza porque tanto los intereses y las actividades económicas que realiza – exportación, importación e introducción y fuga de capitales – como los pensamientos y sentimientos sobre lo que es valioso y lo que no, están determinados por lo que sucede en los centros mundiales de poder; su dinámica está subordinada siempre al exterior y resulta alejada, cuando no divergente, con lo que acontece en el país. La forma auto centrada, por el contrario, se distingue porque tanto los intereses y actividades económicas centrales que realiza – producción, comercio, construcción, crédito – como los pensamientos y sentimientos sobre lo que es valioso y lo que no, están determinados por lo que sucede en el país; es decir, se forman, orientan y emergen de sí mismo, como conjunto humano con entidad propia.

Ante esta realidad tan contradictoria y el agotamiento que causa la alternancia en el tiempo de  visiones, sensaciones y políticas tan opuestas, aparece la fuerte tentación de resolverla apostando a un camino medio. Un camino que, tomando algo de una posición y algo de otra, logre consolidar un sendero sólido con una dirección constante. Lamentablemente, esta esperanza es ilusoria. Nunca los conflictos de este tipo – es decir los conflictos en torno a posturas incompatibles sobre asuntos centrales de la vida colectiva – se resuelven con posiciones intermedias. De hecho, las formas externo orientada y auto centrada de pensar, sentir y construir el país, son incompatibles entre sí; o es una o es la otra. Esto no significa que la forma externo orientada no pueda tener elementos accesorios auto centrados, o que la forma auto centrada no pueda tener elementos secundarios externo orientados. Significa justamente eso: que una forma domina a la otra o viceversa.  Y revela que, si ninguna puede ejercer dominio permanente y definitivo sobre la otra, la alternancia de ambas posturas y la consiguiente construcción y destrucción de realizaciones, seguirá indefinidamente.

Las posiciones medias, al constituirse con elementos de ambas posturas opuestas, pero sin superarlas ni eliminarlas, generan equilibrios absolutamente inestables. Equilibrios que, en cualquier momento, se vuelven a volcar hacia un lado o hacia el otro, que es lo que se pretende evitar. Lo que sucede  porque ambas posturas antagónicas siguen vivas y luchando por imponerse, aunque estén tapadas y disfrazadas por una “posición intermedia” durante un tiempo. Entonces ¿cómo se resuelve esta contradicción? No queda otra solución que el triunfo definitivo de una parte sobre la otra. Pero para lograrlo, esa parte triunfadora debe cambiar necesaria y sustancialmente su accionar; de eso depende su posibilidad de triunfo. En una próxima nota analizaremos cuales son estos cambios necesarios y sustanciales, pero, sobre todo, indispensables para encarrilar el país por un sendero de desarrollo constante.

(1) Para ampliar ver NOTA ¿QUÉ SE PUEDE ESPERAR DEL MACRISMO?

¿DEBEMOS SER COMPETITIVOS? ¿POR QUÉ?

Al igual que la creencia de que un gobierno debe ser eficiente, (1) se ha instalado en nuestra sociedad la convicción de que cada uno de nosotros debe ser competitivo. Lo que habitualmente no se hace, sin embargo, es analizar los fundamentos e implicancias de esta convicción.

Si competir es rivalizar entre dos o más personas o grupos que aspiran a obtener la misma cosa y la competitividad es la capacidad para ganar en esa contienda, queda claro que si necesitamos ser competitivos, es porque estamos inmersos en un entorno de luchas y rivalidades. Porque si no existiera ese entorno de disputas sobre bienes a los que todos aspiramos, no tendría sentido formarnos y ejercitarnos para ser competitivos. Ahora bien, la sociedad ¿es sólo un entorno competitivo? ¿No será que una visión distorsionada y parcializada de la realidad del mundo en general y de la sociedad en particular, nos convence que debemos ser competitivos? Y si así fuera ¿por qué sucede eso? Consideremos estas preguntas en detalle.

Con la popularización superficial de la teoría darwinista y miles de videos sobre animales, destacando casi exclusivamente el ataque de unas sobre otras para asegurar su sobrevivencia, se ha instalado la falsa idea de que la lucha es la clave de la dinámica de la naturaleza. Señalemos, nada más que para retener el significativo dato, que todas estas ideas y filmaciones provienen de una misma cultura: la occidental moderna y, más precisamente aún, la anglosajona. Lo cierto es que otras culturas, la indígena americana por ejemplo, tienen una visión completamente distinta de la dinámica de la naturaleza. Pero, incluso una concepción científica seria de la realidad, muestra que la oposición o lucha no sólo es un elemento menor de los fenómenos naturales, sino que, además, se encuentra subordinada a niveles superiores de armonías y equilibrios integradores, claramente predominantes. Por ejemplo el ciclo alimentario que empieza con la fotosíntesis vegetal y termina con la descomposición de materia orgánica, para dar lugar a la gestación de nuevas plantas y fotosíntesis, incluye una enorme y compleja cantidad de luchas y destrucciones intermedias. De vegetales por herbívoros, de estos por carnívoros, de ambos por depredadores y finalmente de todos por descomponedores que los reducen finalmente a nuevos nutrientes para los vegetales, manteniendo así el ciclo alimentario en la naturaleza. La inmensa variedad de luchas y también de complementaciones entre sus distintas partes, no son más que elementos de un enorme y complejo ecosistema, que se mantiene en el tiempo gracias a los equilibrios y armonías que contiene en su seno. En síntesis, la naturaleza no es un conjunto de luchas, sino un conjunto de armonías y equilibrios que las subordina y les confiere un sentido, en función de la sobrevivencia del ecosistema en su conjunto.

Ahora bien, si la visión distorsionada de la realidad natural como un conjunto de luchas, la trasladamos a la sociedad entendida ésta, además, como un “contrato” entre individuos agrupados para obtener bienes escasos, el resultado es obvio: la lucha de todos contra todos termina siendo lo constitutivo  de la vida social colectiva. Y en este marco conceptual, lógicamente, la necesidad de “ser competitivo” pasa a ser un valor fundamental. Como cualquier lector avispado podrá apreciar, la distorsión de la realidad “natural” y su utilización como justificación de una sociedad, concebida básicamente como la conjunción de individuos para obtener bienes escasos, no es casual. No es independiente del tipo de sociedad que vivimos, ni de los factores de poder que la formaron y la sostienen. Un tipo de sociedad nacida con la incipiente burguesía capitalista que generó la civilización europea moderna, desde donde se impuso al resto del mundo por la fuerza y el manejo comercial, acompañado por el desarrollo técnico militar fundado en métodos científicos. Con el correr de los siglos, la concepción “competitiva” originada y limitada inicialmente al ámbito comercial y económico, se extendió a todos los aspectos de la vida humana como la política, la educación, la ciencia, la tecnología, el deporte y hasta la familia; a la vez que fue profundizándose y articulándose, lógica y significativamente, en una manera compacta de pensar sentir y actuar en el mundo, es decir, en una civilización. Por último, esta civilización moderna se globalizó a tal extremo que constituyó una sociedad mundial, en la cual la lucha de todos contra todos amenaza la existencia misma del planeta, en medio de una configuración social donde una mínima porción de la humanidad concentra  riquezas y poder, mientras la inmensa mayoría se ve cada vez más distanciada de ella. Y es desde este núcleo de poder, desde donde se impulsa y sostiene la necesidad de que todos debemos ser competitivos; porque la lucha de todos contra todos, facilita  su dominio.

Como reacción frente a la convicción-valor de ser competitivo, se intenta, con la mejor de las intenciones, instalar culturalmente el valor de la solidaridad. Como si fuera el valor opuesto y capaz de superar el de la competitividad. Pero se comete un error. Porque en realidad, tanto uno como otro valor, comparten la idea de la sociedad como suma de individuos o grupos; sea que se ataquen o que se ayuden. En lugar de entenderla como lo que es, es decir, como una unidad común, o comunidad, que relaciona, integra y supera a todos sus componentes; no como una simple suma de partes. Sin quitarle valor ético al intento, pretender implantar la solidaridad como valor central de la vida colectiva para superar la competitividad, es algo así como esperar que la gacela no coma el pasto o que el leopardo no se la coma a ella, en lugar de concentrar la atención en los dinamismos que aseguran el equilibrio y la armonía del ecosistema.

 

De hecho, toda sociedad está compuesta de múltiples individuos y sectores diversos, cuyos enfrentamientos y, a su vez, complementaciones, son inevitables. Por eso no se puede suplantar la lucha de todos contra todos fogoneada por el valor de la competitividad, con el valor de la solidaridad. Sólo se lo puede superar si se implanta y fortalece el valor de la comunidad como algo superior a los individuos y grupos que la componen; como el ámbito, al que todos, necesariamente, pertenecemos. El cual, como tal, es mucho más que un simple contrato, e involucra realidades colectivas, sentimientos, emociones, historias compartidas y aspiraciones futuras, además de muchísimos bienes no escasos y plenamente compartibles. Es desde la asignación de valor a la comunidad, que se puede ver con claridad que sólo la armonización y el equilibrio entre las partes de dicha comunidad, puede gestar una sociedad humana justa que satisfaga e integre a todos sus miembros mientras mantiene el conjunto. Pero esto, claro, no se da “naturalmente” en la sociedad, como se verifica en un ecosistema natural Exige un propósito y una acción compartida intencionalmente orientada; es decir, requiere de la política como forma colectiva de construir conscientemente la sociedad en que vivimos y queremos vivir.

(1) Ver nota anterior “EFICIENCIA ECONÓMICA O FELICIDAD POPULAR”