En esta nota nos interesa describir las características del pueblo y la cultura de nuestro subcontinente, y analizarlas en función de las cualidades o aptitudes que tiene para generar una nueva civilización, y llenar el vacío que está dejando la agonía de la civilización moderna.
Nuestro pueblo – mal llamado latino americano ya que, en todo caso, debería ser indoafroibero americano – se configura con aquella población que, ocupando el territorio continental al sur del Rio Bravo, tiene una característica común: haber sido formado por la conjunción de poblaciones indígenas originarias, ibéricas y africanas, desde hace unos quinientos años. Esto se debió a que, en sus orígenes, la conquista española y portuguesa del continente, si bien produjo una marcada disminución de la población originaria – sobre todo a causa de las enfermedades europeas contra las que no tenía defensas – no la eliminó completamente y, por otro lado, agregó ingentes cantidades de esclavos africanos. La incorporación masiva de europeos y africanos, junto a la permanencia de los pueblos originarios, terminó de darle a la población continental una configuración particular, muy diferente a la preexistente y a la de otras regiones del planeta.
Estas tres poblaciones, con maneras de sentir, pensar y actuar inicialmente muy distintas – rasgos que mantuvieron parcialmente vivos a lo largo del tiempo – convivieron durante cinco siglos, dando origen a una población marcadamente mestiza y, sobre todo, a una cultura con fuertes elementos comunes. Esto fue así por tres razones.
En primer lugar, porque a pesar de las presiones ejercidas, sobre todo por la cúpula de la población europea, para eliminar de raíz las maneras de pensar, de sentir y hasta de actuar de los pueblos originarios y africanos, no pudieron lograrlo. Con las de los pueblos indígenas porque, más allá de la fuerte resistencia de estos a abandonar sus modos de ser, los conquistadores tuvieron que adaptarse a ellos, dado el conocimiento y la vinculación particular que dichos pueblos tenían con cada una de las regiones de la “madre tierra” continental. Con respecto a los pueblos africanos se dio una situación distinta, porque al encontrarse varias etnias negras diferentes unidas por la fuerza, identificaron y reforzaron sus rasgos comunes frente a los blancos y los indios, como una medida afirmativa y defensiva.
En segundo lugar, porque grandes sectores de población inicialmente originaria, europea o africana, se fueron uniendo sexual y familiarmente entre ellas durante varias generaciones, configurando un conjunto humano fuertemente mestizo, que mantuvo en parte y en parte mezcló sus diversas maneras de ser, generando formas nuevas de pensar, sentir y actuar.
En tercer lugar porque la nueva realidad y las nuevas condiciones de vida, a las que todos se vieron sujetos a partir de la conquista, les hicieron vivir múltiples experiencias colectivas compartidas, también nuevas, que le dieron forma a una historia común propia.
El proceso de formación de un solo pueblo, si bien fue germinando a lo largo de los dos primeros siglos de coexistencia, registró un avance importante cuando se luchó y se logró la independencia de los países europeos que los habían conquistado: España y Portugal. Este hecho, con todas las limitaciones del caso, debido a la continuación del dominio mayoritario de los descendientes de europeos, significó sin embargo un paso adelante en la conciencia de una identidad colectiva autónoma. Pero el tiempo vivido desde ese momento hasta la actualidad, fue más significativo aún, porque generó experiencias colectivas que aceleraron definitivamente el proceso de constitución, tanto de una cultura como unidad significativa integrada, cuanto de un pueblo con conciencia de identidad común. Algunas de estas experiencias colectivas significativas fueron y continúan siendo: el desengaño producido por la división de los países luego de la independencia, el traslado de la dependencia política formal a la dependencia económica real, la conciencia de un potencial de realizaciones propias frustradas, el padecer clases altas locales beneficiarias de dicha dependencia y marcadamente expoliadoras de las mayorías populares, así como tener que tolerar una gran desigualdad interna.
Las particularidades de nuestro pueblo y su cultura descriptas en los párrafos anteriores, tienen algunas consecuencias de no menor trascendencia en relación a su potencial civilizatorio; es decir, en cuanto a la posibilidad de crear formas originales y novedosas de ver, sentir y actuar en el mundo, con capacidad de expandirse y ser adoptadas por otras culturas.
Por un lado, la constituyeron como una comunidad joven, no sujeta a tradiciones milenarias que imponen paradigmas profundamente arraigados, de los que resulta muy difícil salirse para crear algo totalmente nuevo; como sucede con los pueblos europeos y asiáticos, en general. Este carácter juvenil, no solo incrementa su potencial creativo, sino que la impulsa a gestar su propio y original proyecto vital.
Por otro lado, la convivencia e interacción multisecular de poblaciones de distintas procedencias, todas numerosas, generó algunos rasgos culturales comunes diferentes a las de otros pueblos y culturas del planeta. Algunos de estos principios culturales son: un fuerte sentido de la hermandad humana universal, una sólida y arraigada conciencia de la importancia de la naturaleza y una íntima armonía corpóreo-musical, expresada, entre otras cosas, en sus múltiples bailes, ritmos y canciones. Si bien esta cultura común tiene la suficiente coherencia lógica y emocional interna implícita, no alcanzó todavía una formulación clara a nivel explícito; aunque en el pensamiento de varios autores hay material suficiente para lograrlo rápidamente. Esta originalidad y su coherencia lógico emocional significativa implícita, le otorga a nuestra cultura una sólida base para constituirse en germen de una nueva civilización; falta desarrollar intelectualmente su integración y exponerla explícitamente.
Por último, el carácter fuertemente cuestionador a la civilización moderna que tiene nuestro pueblo, debido a las negativas experiencias vividas por depender de ella, que describiéramos más arriba, es otro rasgo importante. Porque, complementándolo con la originalidad cultural que recién detallamos, le permite cuestionarla a partir de formas nuevas de pensar, sentir y actuar en el mundo. Teniendo así la posibilidad de plantear un sentido nuevo a la existencia humana en el planeta, completamente diferente al de la modernidad, pero sin quedar atrapado en una postura exclusivamente anti moderna.
Para darle forma más clara, conceptualmente hablando, al núcleo lógico y emocional significativo de una nueva civilización, resulta necesario realizar varias actividades. Una de ellas es detectar, analizar e integrar los elementos centrales de lo planteado por los movimientos sociopolíticos trascendentes de nuestros pueblos; porque en ellos se expresan, naturalmente, los valores, convicciones y aspiraciones de su cultura. Otra es rescatar, profundizar y revalorizar los sentipensamientos y valores de nuestros pueblos ancestrales originarios, largamente desvalorizados; porque contienen un magma de elementos surgidos del enraizamiento milenario con la tierra en que vivimos. Otra, por último, es contemplar las justas preocupaciones de las jóvenes generaciones respecto al futuro; porque su situación vital los inclina a luchar por un camino diferente al suicidio colectivo, a que nos está conduciendo la civilización moderna.
Lic. Carlos A. Wilkinson