¿QUÉ NOS MUESTRA EL CONFLICTO RUSO UCRANIANO?

Antes de iniciar cualquier disquisición sobre las causas, consecuencias, responsables o perspectivas del enfrentamiento, conviene que nos detengamos un poco a considerar qué nos provocó, en forma espontánea e inmediata, este sorpresivo conflicto europeo.

Digo que conviene detenernos a identificar lo que nos generó de manera automática e indeliberada, porque es de esta forma como suelen quedar en evidencia aspectos fundamentales que, a pesar de su importancia, son pasados por alto en análisis más metódicos y sistemáticos. Sea porque se los da por supuestos y, consecuentemente, no se los pone en evidencia, sea porque la concentración en la evolución de los acontecimientos, deja de lado aquellos elementos que encuadran y sustentan la existencia misma de dichos acontecimientos. Tales aspectos fundamentales, en el contexto postpandémico de desaparición de un mundo y surgimiento de otro, resultan particularmente importantes, por cuanto podrían estar insinuándonos las características del mundo por venir.

Sin pretender ser exhaustivo ni mucho menos agotar las impresiones posibles, en esta nota voy a describir algunas de las sensaciones, juicios y opiniones, que me provocaron los días iniciales del conflicto.

La primera sorpresa fue la misma invasión rusa al territorio ucraniano, lo que independientemente de lo que se pueda pensar sobre Putin y sus motivos o sobre Zelensky y lo suyos, nos dice que allí estaba ocurriendo algo sumamente significativo y complejo para ambos países. Es decir, algo profundamente trascendente y altamente complicado, desconocido para mí y la mayoría de la población mundial, estaba desarrollándose en ese lejano territorio mundial. Esta primera convicción nos protege de adoptar explicaciones sencillas, superficiales y mono causales sobre el conflicto, inclinándonos, además, a asumir la complejidad de todos los acontecimientos mundiales significativos, de ahora en más.

La segunda sensación que tuve fue que las declaraciones, respuestas y acciones de los dirigentes europeos ante estos graves hechos, resultaban de una liviandad y hasta frivolidad que llamaba la atención. Inmediatamente me vino a la mente Angela Merkel e imaginé cómo hubiera encarado ella una situación así, quedándome claramente en evidencia la mediocridad y la falta de una postura propia por parte de Macron, Scholz, Draghi o Sanchez, así como su subordinación a los cursos de acción emanados de EEUU. Lo que nos habla de un posicionamiento geoestratégico sometido y resignado de la otrora dominante y autosuficiente Europa; aquella que por siglos decidió lo que pasaba en el planeta. Lo cual no es poco decir para bosquejar el perfil del mundo que se viene.

El tercer impacto emocional importante me lo produjo observar la facilidad con que los países “occidentales” rompían con los principios, supuestamente universales y permanentes, en que se basaba aquella civilización por ellos fundada: la civilización moderna. Tales como la libertad de prensa o el libre comercio, entre otros. La sencillez con que se los descartó nos muestran que el convencimiento colectivo de que dichos principios deben ser sostenidos ante cualquier circunstancia, está absolutamente debilitado. Con lo cual se evidencia el alto grado de endeblez y fragilidad que tienen actualmente los principios fundantes de la civilización moderna; lo que estaría sugiriendo un estado de deterioro cuando no de decadencia de la misma.

En cuarto lugar me llamó poderosamente la atención la organización y velocidad con que se pusieron en práctica medidas de destrucción económica y social de un país poderoso. Muchas de esas medidas se vienen tomando desde hace tiempo, aunque no con tal grado de coherencia y simultaneidad, y sobre países “molestos”, pero relativamente poco poderosos. La congruencia con que gobiernos, empresas comerciales, productivas y financieras y organizaciones culturales, deportivas y sociales en general, han tomado medidas contra un país de la magnitud de Rusia, está poniendo de manifiesto un hecho no registrado hasta el presente. La existencia de un sector del poder mundial que está decidido a usar la capacidad de destrucción que le otorga su alta concentración de poder, contra otros sectores de poder mundial. Lo que resulta enormemente significativo para dilucidar el mundo por venir.

Por último me impresionó la masificación con que se adoptó y tradujo en hechos concretos un odio – en este caso antiruso – de magnitudes y facetas nunca vistas anteriormente. Algunos realmente insólitos como impedir la venta de gatos rusos o levantar un curso sobre Dostoyevsky, otros muy injustos como despedir un director de orquesta o impedir que suban al podio olímpico deportista que lo habían ganado, solo por el hecho de ser rusos y otros dañinos y peligrosos como romper portones o arrojar bombas incendiarias a embajadas. Lo cual pone en evidencia no solo la energía pasional que tiene la población humana para desatar y sostener procesos de odio más o menos multitudinarios, sino, sobre todo, la tremenda influencia que una coordinación programada de objetivos políticos con medios masivos de información y redes virtuales, puede tener para desatar y dirigir dicha energía, en función de determinados propósitos.

En síntesis lo que me fueron dejando en claro las impresiones inmediatas e indeliberadas que me produjo el conflicto ruso ucraniano, es que estamos entrando en un mundo altamente complejo, con una Europa poco relevante, en medio de una civilización mundial decadente y con sectores del poder mundial concentrado en pugna activa. Todo esto en un marco estructural mundial donde la influencia dirigida de los medios masivos de información e interrelación, está en condiciones de desatar energías pasionales de la población, en direcciones determinadas e incluso opuestas.

No parece que estemos entrando en un mundo estable y pacífico; todo lo contrario. En próximas notas intentaremos plantear como puede evolucionar ese nuevo mundo y de que manera le conviene a nuestra América mestiza o Abya Yala, posicionarse en él.

Lic. Carlos A. Wilkinson