¿QUÉ SE PUEDE ESPERAR DEL MACRISMO?

Si se acepta la afirmación de la nota anterior según la cual el Gobierno de Macri más que  neoliberal es oligárquico, no resulta difícil, pero sí absolutamente necesario, predecir lo que se puede esperar de él. Sin embargo, será preciso hacer una breve descripción de lo que es una oligarquía y de las principales maneras de pensar sentir y actuar de la oligarquía argentina, para entender el fundamento de dichas predicciones.

Una oligarquía es un conjunto determinado de familias que detentan un gran poder sobre el resto de la sociedad a la que pertenecen y a la que intentan dominar totalmente para que siga sus designios. Si bien no necesariamente provienen del mismo linaje y estirpe, suelen tener entre ellas profundos vínculos de distinto tipo. Al igual que cualquier clan, tienen una historia común que los identifica y les da pertenencia, formas similares de ver las cosas, creencias y valores compartidos y modalidades de acción parecidas, que actúan como patrones o normas más o menos conscientes de comportamiento. También existen en su seno diferencias y enfrentamientos importantes, pero en los aspectos fundamentales están de acuerdo y actúan en la misma dirección. Aclaramos esto para entender cómo, a pesar del paso de las generaciones, se mantuvieron en el tiempo las maneras centrales de pensar sentir y actuar oligárquicas nativas, adecuándose incluso a circunstancias y contextos cambiantes e integrantes muy diferentes.

La primera característica significativa de la oligarquía argentina es su posicionamiento mental porteño. Desde sus orígenes contrabandistas o monopolistas, hasta sus actuales actividades económicas, claramente conectadas con la exportación, la importación y los movimientos financieros internacionales, siempre la oligarquía vernácula se ubicó en el ámbito del intercambio de mercaderías y dinero entre los mercados extranjeros y los nacionales; como corresponde a una ciudad puerto dominante. El núcleo central de todas sus actividades giró invariablemente en torno a ese intercambio. Nunca su eje fue el desarrollo autocentrado de las fuerzas productivas del país. Tanto su visión de la realidad nacional y mundial, como su predisposición emocional a sentirse más “parte del mundo” que integrante del país interior, están condicionadas por ese posicionamiento de ciudad portuaria preponderante; por donde pasaban y pasan prácticamente todos los movimientos administrativos comerciales y financieros de un país externo orientado. La importancia asignada a la aduana en la estructura estatal y a la moneda extranjera, la exportación, la importación, las inversiones foráneas, el endeudamiento externo y la fuga de capitales en la economía, materializan dicha postura. Esta marca “porteña” de la oligarquía se impuso incluso sobre el carácter provinciano o productivista de algunos de sus integrantes, como Roca o Pellegrini; de manera que sus “desviaciones” respecto a las visiones sentimientos y acciones porteñas, quedaron ahogadas y anuladas, sin desarrollarse. Figurativamente hablando, la oligarquía nativa siempre estuvo de cara al océano y de espaldas al territorio nacional.

Una segunda característica, relacionada pero no igual a la anterior, es la desvalorización de las formas de ser propias, acompañada por la sobrevaloración de las maneras de pensar sentir y actuar de las sociedades poderosas del mundo; durante la mayor parte del tiempo fueron las europeas, pero ahora es la estadounidense y mañana puede ser la china.  El principio político de “civilización o barbarie” – donde los bárbaros son los propios y los civilizados los extranjeros – no solo expresa cabalmente esta inversa y antinatural valoración de la realidad. Plantea, además, una oposición irreconciliable entre esos dos polos; justificando de esa forma cualquier tipo de acciones contra los “bárbaros”, sean estos gauchos, indios, peronistas, comunistas, populistas, sindicalistas o piqueteros. Este rasgo elitista tiene una importancia mayúscula. Porque al autodefinirse como la defensora de las características supuestamente civilizadas del planeta en el país, todo aquello que se salga de este encuadre pasa a constituir una amenaza mortal a la propia existencia y a la argentina moderna y avanzada que ella dice querer construir; y, en consecuencia, se justifica su eliminación. De hecho desde la campaña exterminadora de Lavalle en la Provincia de Buenos Aires que les generó el mote de “salvajes unitarios”, hasta la “desaparición” de treinta mil jóvenes por el terrorismo de estado, pasando por las matanzas de los coroneles de Mitre en las provincias federales, la guerra contra el Paraguay, la campaña del desierto, las masacres del primer centenario, la Patagonia rebelde, el bombardeo a plaza de Mayo y los fusilamientos de 1956, siempre fueron justificados por la defensa de una Patria imbuida de los valores civilizados, atacados por distintos tipos de bárbaros.

Una tercera y última característica que consideraremos en esta nota, es, sin embargo y justamente, la falsedad esencial de la oligarquía respecto a las normas y modelos que dice respetar y que postula como deseables para la sociedad en su conjunto. Esta especie de doblez o hipocresía intrínseca y constitutiva tiene una explicación muy obvia. Si el modelo a imitar es un conjunto de normas que ni se experimentan, ni se sienten como válidas y, peor aún, que son opuestas a las formas propias profundamente arraigadas de actuar sentir y pensar, el resultado seguro va a ser el fracaso de la imitación; y la consiguiente simulación para encubrir dicho fracaso. Ya Alberdi denunciaba hace dos siglos este embuste de la oligarquía argentina que se estaba formando. Decía no solo que eran amigos de no trabajar pero si de gastar,sino, además, de montar un despotismo oriental bajo un falso disfraz republicano. De hecho, la oligarquía nativa siempre se postuló como democrática, cuando fue la que promovió todos los golpes de estado desde el asesinato del Gobernador Dorrego hasta los más actuales de 1930 a 1976, pasando por los llamados “fraudes patrióticos” y diecisiete años de proscripción a la fuerza política mayoritaria. Y se autocalifica como republicana siendo la que incumplió todas las leyes contrarias a sus intereses; desde la ley que prohibía ingresar esclavos por el Buenos Aires colonial con la “arribada forzosa” de sus barcos de esclavos, hasta el reciente contrabando de autos o la inconmensurable evasión impositiva de sus miembros más conspicuos. Asimismo postula la importancia de la competencia, la productividad y el esfuerzo como únicos motores económicos aceptables, cuando el prebendarismo económico – entendido como favor lucrativo concedido por el estado a un particular – fue y sigue siendo la fuente central de su riqueza; desde los manejos de la aduana porteña a favor de sus intereses en los siglos XVIII y XIX, hasta la actual condonación de deudas familiares, pasando por el beneficioso tratado Roca-Runciman para los dueños de las grandes estancias de la pampa húmeda o los pingües negocios de la patria contratista. Sin embargo, en una muestra máxima de dicha hipocresía constitutiva, adjudica la “viveza criolla” al incorregible pueblo argentino, cuando fue ella su fundadora y constante ejecutora a lo largo de la historia.

De manera que la implementación de políticas económicas centradas en la subordinación del desarrollo de las fuerzas productivas propias a los intereses de los mercados internacionales de bienes y dinero, son esenciales a los gobiernos oligárquicos; porque de dicha representación e intermediación extrae sus beneficios. De igual forma resultan intrínsecas a estas administraciones, la ejecución de políticas en contra del bienestar popular y las organizaciones que lo defienden o se resisten a su pérdida; porque su ancestral prebendismo los lleva a utilizar todos los resortes del estado para redistribuir la riqueza a su favor. Ambas líneas de acción justificadas en la necesidad de implantar diferentes modelos económicos políticos y sociales “modernos” para superar las innatas incapacidades del pueblo argentino para desarrollarse; modelos, sin embargo, que ellos solo están dispuestos a cumplir en la medida en que favorezcan sus intereses. Y que usan, a la vez, como excusa para apelar a todo tipo de violencia contra la sociedad, si esta no acepta sus designios.

Por dura que parezca la predicción siguiente, afirmamos que estas cuatro políticas centrales de los gobiernos oligárquicos, son las que ejecutará el gobierno de Macri. Con una condición adicional: las va a aplicar con toda fuerza y determinación, porque es la primera y única vez en que la oligarquía llega al gobierno electoralmente desde 1916 y, además, derrotando a su enemigo mortal: el peronismo. No puede desaprovechar esta oportunidad; el fracaso de este gobierno significaría, para los dueños del país, un paso atrás muy difícil de recuperar. Y pondría seriamente en duda la continuidad del poder oligárquico hacia el futuro. Por eso estas políticas serán más drásticas, si se quiere, que las ejecutadas por anteriores gobiernos oligárquicos. La economía aumentará su dependencia exterior de forma clara y contundente e incrementará significativamente la desigualdad en la distribución de los ingresos a favor de la clase alta y la clase media enriquecida; cualquier actividad económica autónoma será asfixiada y tenderá a desaparecer. El nivel de vida popular se deteriorará y las organizaciones de todo tipo que intenten protegerlo, sean políticas, sindicales, sociales, culturales o barriales serán debilitadas, calumniadas, vilipendiadas y directamente agredidas, para reducir o eliminar su poder. Las argumentaciones falsas que generará el gobierno y difundirán masivamente los medios y las redes, para pintar los beneficios y la modernidad del modelo, aumentarán geométricamente en cantidad y diversidad. Y por último la violencia tanto psicológica como física que se ejercerá sobre la población crecerá hasta límites que hoy consideramos imposibles, sorprendiéndonos con métodos y mecanismos de violencia aún desconocidos.

Que nadie se llame a engaño. Esto es lo que debemos esperar del gobierno de Macri; y lo que haría,  si no tuviera enfrente un pueblo con tanta energía, capacidad creativa y naturaleza rebelde como el pueblo argentino. Ese que se afirma y pelea inquebrantable e indomablemente por otro país, el suyo, desde hace casi dos siglos. Como con toda claridad lo expresara Perón al analizar el triunfo de la incipiente oligarquía argentina en Pavón: “Los hombres de Buenos Aires se han quedado con todo el país. El viejo sueño desde la época del Directorio se ha logrado. El país entero está al servicio del puerto. Y el puerto y el país están al servicio de ellos. Bueno y el puerto, el país y ellos mismos, todos al servicio de Inglaterra. Es otra patria, de ellos. La anterior murió. Eso creen. Pero se equivocan, la patria vieja no está muerta. Está allí, al lado de ellos, solo que no la ven. Ya veremos que cada tanto vuelve a surgir, una y otra vez. Vuelve y volverá siempre. Porque es la verdadera. Es la nuestra”.