En una nota anterior (1) decíamos que para generar un nuevo núcleo civilizatorio desde la cultura subcontinental, resultaba necesario rescatar, profundizar y revalorizar los sentimientos, pensamientos y valores de nuestros ancestrales pueblos originarios. En parte porque contienen un magma de elementos surgidos del enraizamiento con la tierra concreta y real en que vivimos – cosa no menor – y en parte porque con dichos elementos configuraron una manera de ser propia, original y milenaria. Muy diferente a la manera de ser europea en la que se cimentó la civilización moderna, que hoy estamos buscando, justamente, superar.
Lo primero que le llama la atención del antropólogo Rodolfo Kusch (2) cuando comienza a concentrarse en la américa profunda, fue la diferencia entre una postura vital de estar, propia de la cultura indígena, respecto al posicionamiento existencial europeo de ser. Precisando un poco más estas posturas, encuentra que la diferencia fundamental entre la postura indígena y la europea de vivir, radica en que mientras la primera consiste en un simple estar en la tierra como parte de ella, la segunda se concentra en un ser alguien diferente y superior a la naturaleza. Son, según él, dos maneras disímiles y profundamente opuestas de plantarse frente a la vida, de posicionarse en la existencia. La una cimentando la existencia mediante significados que equilibren y armonicen la base emocional de la vida humana en y con el mundo. La otra resolviendo la vida a través del conocimiento y la utilización de las cosas, fundándose en el desarrollo de la razón.
El estar en la tierra es una postura existencial asentada en la emocionalidad como elemento central de la vida humana; consiste en la resolución a nivel emocional, de los avatares concretos y del misterio e incertidumbre general que encierra la existencia de la vida humana en el cosmos. El mundo es visto, vivido y pensado en función de la relación entre el hombre y ese mundo. De allí que su accionar está regido por la búsqueda de armonización y equilibrio, emocional y práctico, de las relaciones en el interior de ese universo, del que se saben y sienten parte. En esta postura existencial, el pensamiento es un otorgador de sentidos. Es un pensamiento esencialmente integrador y armonizador, orientado a resolver las realidades y los problemas existenciales de la comunidad y sus miembros, a través del otorgamiento de significados trascendentes a las cosas que se relacionan con su vida. Cuando se habla de madre tierra, no es por decir palabras bonitas hoy de moda. Es porque a la tierra se la siente, vive y piensa como una madre que contiene, sostiene y alimenta la vida en general y la humana en particular, similar a un inmenso útero; con la consiguiente relación de respeto, admiración y amor que la asignación de ese significado merece. Asimismo el mercado indígena o el intercambio de bienes que realiza, no es un simple ámbito utilitario de compraventa comercial, sino que se lo concibe como una representación y ejecución simbólica de las reciprocidades, cambios, permutas y compensaciones, percibidas entre las fuerzas y energías del cosmos. A través de esta representación simbólica, el indio, en dicho intercambio, se experimenta como partícipe de dicho misterio universal y se siente emocionalmente parte de él y equilibrado en él. Por poner un último ejemplo, cuando hoy en día un indio boliviano adquiere un camión, lo primero que hace es chayarlo mediante una ceremonia ritual específica. A través de ella incorpora el camión a un mundo subjetivo de significados para su vida, ya que asume, desde el vamos, que este puede ser benéfico o nefasto para su existencia; es decir, que el camión puede conducirlo tanto a hacer más redituable su trabajo, como a desbarrancarlo por un precipicio. Al chayarlo, más allá de que busque reforzar los aspectos benéficos y evitar los nefastos, resuelve la tensión emocional que la incorporación del camión trae a su vida; alcanzando un estado de sosiego o tranquilidad espiritual en la relación del camión con su estar, con su existencia.
Para el estar en la tierra en tanto subjetivación emocional significativa de los objetos que se relacionan con su vida y viceversa, estos no tienen sentido como cosas en sí, independientes. Este punto es muy importante de entender, porque allí radica una de las diferencias sustanciales con la manera en que la cultura europea estructura su existencia. Para ésta, los acontecimientos y las cosas tienen una existencia “objetiva”, independiente del ser humano; quien se posiciona fuera del mundo, como su observador y su utilizador. El indio americano, por el contrario, se siente involucrado íntima y emocionalmente en el interior de ese mundo, como parte de él.
El ser alguien requiere una separación emocional entre el sujeto y los objetos; separación que habilita al primero para conocer y utilizar “racionalmente” los segundos, sin ninguna otra consideración que el resultado cognitivo o el beneficio práctico, buscado por el sujeto. No existe vínculo emocional ni sentimental con ellos, sólo un vínculo racional de cognoscibilidad o utilidad. El ser alguien al implicar una separación afectivamente neutral del hombre respecto a los objetos “exteriores”; concibe y vive a éstos como funcionando en forma independiente de él y a él de ellos. Descubrir racionalmente la forma en que funcionan, e intervenir en su funcionamiento para lograr el fin buscado, será su modalidad de interacción con ellos. Nótese la diferencia con la postura indígena. No hay vínculo afectivo ni emocional con el mundo. No tienen ningún sentido el respeto, ni el recogimiento, ni el temor, ni el amor al mundo, sus componentes y sus acontecimientos. Sólo el conocimiento racional de las causas y efectos de las cosas, así como la aplicación racional de técnicas para su utilización, resultan significativos en la relación de la mente racional con los objetos externos a ella. Esta postura existencial se resuelve, finalmente, en una afirmación del yo – en tanto sujeto de la mente racional – frente a todo lo que lo rodea, pasando el ser alguien distinto y superior al mundo, a ser el cimiento central de la postura existencial.
Para captar el hondo sentido de las diferencias entre estas posturas existenciales, veamos lo que dice Joseph Campbell (3) respecto al mundo de los mitos con relación al mundo científico tecnológico moderno. “El mito es una metáfora de lo que yace debajo del mundo visible; por mucho que las tradiciones míticas difieran, todas concuerdan en llevarnos a una más profunda conciencia del acto mismo de vivir, de modo que nuestras experiencias vitales tengan resonancia (emocional) dentro de nuestro ser y realidad más internos, y así sentir realmente el éxtasis de estar vivos. … . Dentro de las especificidades propias de cada cultura, cada mitología integra al individuo a su sociedad y la sociedad al orden de la naturaleza; es una fuerza armonizadora. Busca que siempre nos sintamos y estemos de acuerdo con el ser universal. … hoy no tenemos mitos, el mundo mecanicista expresado por Newton, Freud y Marx dejó el mundo como un baldío en el que la libertad humana y el espíritu no tienen lugar. La falta de mitos modernos, hace que los jóvenes se encuentren sin enseñanzas esenciales sobre la forma de llevar sus vidas”. (El subrayado y el agregado entre paréntesis es mío).
Véase que, según el autor, el mito es un pensamiento otorgador de significados sobre las realidades últimas y primeras de la vida, que emerge de la emocionalidad del hombre y tiende a resolver esta emocionalidad en un ámbito interior de sosiego y armonización con el cosmos, tal como hemos visto que sucede con el estar en la tierra indígena. Señala también, que una concepción racionalista del mundo, elimina los mitos y deja un vacío sobre las preguntas esenciales de la existencia. Vacío que afecta seriamente la orientación y conducción de ésta, porque al eliminar los mitos obstruye la necesidad emocional de vinculación con el universo, a la vez que deteriora la emocionalidad y la empobrece.
Incorporar la postura existencial del estar en la tierra en el núcleo significativo de una nueva civilización, supone una transformación muy profunda en las maneras de sentir, pensar y actuar la existencia humana que nos trajo al subcontinente el ser alguien europeo. Y resulta a mi juicio indispensable considerarlo e integrarlo al nuevo germen civilizatorio, junto a otros aportes de las culturas originarias, que veremos en la próxima nota.
Lic. Carlos A. Wilkinson
(1) “HACIA UNA NUEVA CIVILIZACIÓN II” https://chevosquiensos.wordpress.com
(2) “EL PENSAMIENTO INDÍGENA Y POPULAR EN AMÉRICA”. Rodolfo Kusch. Editorial ICA. 1973. Buenos Aires.
(3) “EL PODER DEL MITO”. Joseph Campbell y Hill Moyers. Emece Editores. 1991. Barcelona.