LA AGONÍA CIVILIZATORIA II

Tal como anunciamos en la nota anterior, en la presente haremos una breve descripción histórica del ciclo seguido por la civilización moderna, desde su nacimiento hasta su actual agonía.

Su prehistoria comienza en aquellas ciudades renacentistas europeas que, durante el 1400, comenzaron a vincular sistemáticamente la actividad comercial y los préstamos, con la ciencia y la técnica. Crearon, de esa forma, el germen de una nueva dinámica y organización de la sociedad que fue imponiéndose, lenta pero inexorablemente, a la decadente, aunque todavía fuerte, sociedad medieval. El dinero, los bancos, el interés compuesto del capital y las investigaciones científicas – las dos últimas fundadas en el desarrollo aplicado del cálculo matemático – cuyos resultados se convertían sistemáticamente en instrumentos y técnicas útiles, fueron los pilares en torno a los cuales se estructuró, operativamente, la naciente civilización. Los burgueses constituyeron sus principales impulsores y el continuo crecimiento del capital, su más profundo y sólido motor. Esta nueva formación, mas allá de ser novedosa, se montó en gran medida sobre la matriz de las ancestrales sociedades mercantiles mediterráneas – la mayoría talasocracias – como la fenicia, la griega, la cartaginesa y la romana.

Con el correr de los decenios, una serie de formas nuevas de pensar y sentir el mundo, fueron rodeando, imbricándose y trenzándose con ese eje operativo, para darle forma definitiva al núcleo lógico significativo de la nueva civilización. La valorización de los bienes materiales, de la actividad económica en general y de la mercantil en particular, como aspectos prioritarios de la vida humana, fue una de estas maneras nuevas de sentir y pensar la existencia. La visión del ser humano como individuo desligado, o por lo menos claramente diferenciado de su comunidad, fue otra. La absolutización de la preexistente creencia sobre la separación y superioridad de la especie humana respecto del resto de la naturaleza, convirtiendo a ésta en un simple depósito de mercaderías potenciales, constituyó otro componente que se sumó al conjunto de ideas y valores que asignaron un nuevo sentido al mundo y a la vida. Finalmente, la convicción sobre el progreso indefinido de la humanidad, que alcanzaría estados cada vez mejores en disponibilidad de bienes y servicios y en desarrollo moral, terminó de unificar el conjunto de nuevas ideas en una creencia abarcativa, de carácter universal y, supuestamente, incuestionable.

Naturalmente, la conformación de este núcleo lógico significativo nuevo no se configuró de un día para el otro, ni se impuso a la decadente civilización católica medieval, ni a las diferentes sociedades del mundo sobre las que se impuso, sin enfrentar sólidas resistencias; tanto por parte de las costumbres, valores e ideas de las poblaciones recipientes, como por parte de los factores y grupos de poder existentes en cada lugar.

El 1500 marcó el centenio en que se establecieron las condiciones que posibilitaron el avance sustancial de la civilización moderna durante el siglo siguiente. La primera de ellas fue la ruptura de la Iglesia católica de occidente con Lutero, la realización del Concilio de Trento destinado a frenar la disolución del dominio cultural ejercido por la Iglesia hasta entonces y el pensamiento religioso de Calvino – que originó la creencia según la cual la predestinación divina sobre la salvación eterna se manifestaba en la riqueza alcanzada  – señalaron el debilitamiento y decadencia inexorable de la civilización católica medieval. Una segunda condición fue la aparición, todavía inicial, de una forma de saber nuevo, impulsado por los pensadores griegos que habían huido de Constantinopla al caer en manos del imperio otomano: el saber científico tecnológico, que comenzó a suplantar el tradicional teológico y filosófico. Por último la tercera condición fue la expansión inicial de la dominación europea sobre el resto del planeta, originando a la vez que una primera, aunque aún prosaica, red comercial mundial, la mortandad por enfermedad de gran parte de la población americana y el comercio masivo de esclavos africanos; ambos hechos fuertemente desorganizadores y destructores de las comunidades nativas originarias en ambos continentes. Esta expansión fue llevada adelante por España, Portugal y Rusia calificados por el brillante antropólogo brasilero Darcy Ribeiro como imperios “mercantil salvacionistas”, ya que eran una mezcla de la civilización naciente con la decadente – buscando el oro y la salvación eterna a la vez – resultando claramente diferentes de los posteriores imperios holandés, británico y francés, que estarán ya plenamente compenetrados de los valores y modalidades de acción de la civilización moderna.

Sobre la base de estas tres condiciones, en la centuria y media siguiente (1600–1750) se desarrollaron aceleradamente los rasgos de la nueva civilización, tanto en el ámbito de la visión del mundo cuanto en el de las actividades que se realizaban en él. Ambos componentes avanzaron avasalladoramente sobre las maneras de ser de la civilización europea anterior y de las culturas o civilizaciones del planeta a las que llegaron. Desde Descartes con su planteo racionalista de la existencia humana y Newton con su visión mecánica del universo como si fuera un gran reloj inanimado, pasando por la creación de cada vez más mercados dinerarios que empujaban hacia los márgenes económicos la auto producción y los mercados de trueque, hasta la estructuración de una activa y cada vez más fluida red comercial y política mundial con centro en Europa y múltiples puertos y colonias en los diversos continentes. Todas las líneas centrales del núcleo lógico significativo y práctico de la civilización moderna se desplegaron en este período, venciendo por la fuerza o la convicción las resistencias que se les oponían, dando lugar así a la consolidación y despliegue total de la civilización moderna en los siglos siguientes.

En efecto, la primera revolución industrial, que modifica la manera de elaborar los productos aumentando sustancialmente la productividad, la formulación de “La Riqueza de las Naciones” por Adam Smith, la Revolución Francesa con la instauración de la república y el voto individual configurando el Estado moderno, Augusto Comte difundiendo su visión progresista de la historia humana y Charles Darwin convalidándola con el agregado del triunfo de los más aptos, la dominación total de Europa sobre el resto del mundo estableciéndose como centro indiscutido de una estructura económica política y cultural planetaria, Stuart Mill posicionando la ciencia como el único saber válido, y la mal llamada segunda revolución industrial, con una nueva transformación de los medios de producción y transporte, marcaron la época de oro de la civilización moderna; época que transcurre desde mediados del siglo XVIII hasta entrado el siglo XX. La cantidad de avances científicos, técnicos, productivos, sanitarios, alimentarios, educativos y de intercambio producidos por este período de auge civilizatorio moderno, fue inmensa, posicionando a la humanidad en un univel de disponibilidad de bienes, servicios y conocimientos, nunca registrados hasta entonces.

Sin embargo, las aristas negativas de semejante transformación comenzaron a registrarse hacia fines del siglo XIX y en los primeros decenios del siglo XX. De hecho por esa época el incremento del capital se había instalado ya como el eje organizador de la sociedad y se había comenzado a extender, lenta pero continuamente, a todas sus actividades, desde la medicina y la producción de medicamentos, hasta la educación, la investigación científica y la generación de conocimientos, pasando por la producción de armas y la promoción de guerras. La tendencia natural a extremar y absolutizar sus características, empezó a materializarse por estos años en la civilización moderna.

Paralelamente, con la crítica marxista al modelo de sociedad capitalista, la primera guerra europea proyectada mundialmente, la revolución rusa y la segunda guerra europea de carácter mundial, la civilización moderna empezó a mostrar los signos típicos de debilitamiento y desintegración. Los acuerdos comerciales y financieros de Bretton Woods  con los que se intentó detener esta desintegración no solo duraron apenas veinticinco años – cuando EEUU los rompió – sino que impulsaron hacia extremos nunca vistos e incrementales, la explotación de la naturaleza y la subordinación humana al sistema 

A pesar de lo cual el proceso de debilitamiento y desintegración  civilizatoria se intensificó con la instalación del comunismo en China y la aparición de una multiplicidad de países rebeldes del llamado tercer mundo. A la vez que se profundizó con la aparición y crecimiento de pensamientos que cuestionaron no ya el capitalismo, sino la idea misma de crecimiento sin fin en un mundo finito, es decir la concepción del progreso como destino humano incuestionable; quinta esencia del núcleo lógico significativo moderno. Frente a este proceso, la reacción concentradora del poder y las riquezas, y promotora del extremismo neoliberal por parte de la élite mundial que conduce la civilización moderna, no lograron detenerlo, como se puede verificar hoy con las repercusiones, tanto prácticas como crítico culturales, que está provocando la crisis de la pandemia; igual que no lo logró la civilización europea medieval con el Concilio de Trento.

De acuerdo con los ciclos civilizatorios, lo mas probable es que en los próximos años veamos aparecer elementos de un núcleo lógico significativo civilizatorio completamente nuevo, planteando propuestas sobre la forma de organizar la existencia humana en el planeta, radicalmente originales. En próximas notas profundizaremos sobre este tema.

Lic. Carlos A. Wilkinson