DEMOCRACIA PARTICIPATIVA: FICCIÓN O REALIDAD

En una nota anterior (1) hacíamos referencia a la diferencia sustancial entre la democracia representativa y la democracia participativa. Según la primera, el pueblo no puede deliberar ni gobernar sino a través de sus representantes, mientras que la segunda establece que el pueblo tiene derecho a intervenir directamente en la función de gobernar, deliberando, decidiendo y controlando. La exclusión o inclusión del pueblo en el gobierno de la comunidad, es el punto de oposición entre ambas; aunque no necesariamente es una contradicción antagónica. La definición más aceptada de democracia participativa establece que en ella el pueblo delibera y gobierna junto con sus representantes, lo que implica la superación de la democracia representativa pura como tal, pero no anula los representantes ni la forma de elegirlos.

Si bien la democracia representativa es una realidad con siglos de historia, mientras que la participativa parece aún una utopía, muchos se sorprenderán al enterarse que en la Ciudad de Buenos Aires, la democracia participativa es una realidad; al menos una realidad legal. En efecto, en el primer artículo de su Constitución, se establece que “La Ciudad de Buenos Aires … organiza sus instituciones como democracia participativa y adopta para su gobierno la forma republicana y representativa”. Es decir, conjuga ambas democracias en un mismo marco institucional.

La incorporación en la Constitución de la democracia participativa, no es una casualidad. De hecho, allá por mediados de los noventa – que es cuando se elabora y sanciona la misma – era una realidad palpable la existencia de un abismo creciente entre la llamada sociedad civil y los partidos políticos. Asimismo se habían desarrollado una infinidad de organizaciones no gubernamentales, que se ocupaban de distintos temas y problemas, actuando y reclamando diversas medidas o políticas; es decir, interviniendo en un ámbito reservado hasta entonces a los «representantes». Ambas realidades locales, acompañadas por un contexto internacional que caminaba en el mismo sentido, pesaron fuertemente sobre los constituyentes para que incorporen la democracia participativa en la organización política de la ciudad.

Con el fin de traducirla en herramientas tangibles, le dieron forma a varios institutos legales o instituciones, inexistentes en la mayoría de las restantes Constituciones Provinciales.

Las Audiencias Públicas, obligatorias en algunos casos, voluntarias en otros o impulsadas por iniciativas populares, para debatir asuntos de interés general, son una de esas instituciones. La iniciativa legislativa popular, es decir, que una cantidad determinada del ciudadanos tengan derecho a presentar un proyecto de ley en la Legislatura para su tratamiento, es otra. También se estableció la posibilidad de que las autoridades electas convoquen a referendums obligatorios y vinculantes, para decidir sobre la sanción, reforma o derogación de una norma, o bien a consultas populares no vinculantes. Asimismo la ciudadanía puede requerir y realizar una revocatoria del mandato de funcionarios electos. Por último, se institucionalizaron las Comunas como gobiernos locales participativos en el ámbito de la Ciudad.

Está claro, sin embargo, que una cosa es contar con una institución que legaliza determinados derechos y otra muy distinta, que dichos derechos se ejerzan o concreten en la realidad cotidiana. De hecho, entre todas las instituciones arriba detalladas, las Audiencias Públicas obligatorias, fueron las que más se pusieron en práctica; aunque, en la inmensa mayoría de los casos, aprovechándose de su carácter “no vinculante”, no solo no se atendieron los reclamos ciudadanos volcados en ellas, sino que ni siquiera se cumplió con la obligación de explicar porqué razón no se atendían. Iniciativas legislativas hubo hasta la fecha solo una, por el gran esfuerzo ciudadano que significa y por el poco resultado que asegura, ya que el hecho de que se presente un proyecto de ley, no significa que deba ser aprobado. Por su parte, refrendums, consultas populares no vinculantes y revocatorias de mandatos, desde la sanción de la Constitución hasta la fecha, no se realizaron.

En cuanto a las Comunas, el detalle del complejo proceso sobre su puesta en funcionamiento, merece una nota aparte. Porque la elección de los primeros gobiernos locales participativos, establecida en la Constitución para Octubre del año 2001 a más tardar, recién se llevó a cabo diez años después; y aún hoy no cuentan con las competencias y recursos fijados constitucionalmente para operar plenamente en sus ámbitos locales de acción. Hechos que muestran lo laborioso y costosa de su institucionalización.

Este breve repaso sobre la situación de la democracia participativa en la ciudad, muestra claramente que es una realidad en construcción. Una realidad en construcción que, si por un lado resulta resistida, por el otro está sostenida e impulsada por la actitud popular descripta en la nota sobre los ruidazos.

(1) LOS RUIDAZOS ANUNCIAN UNA FORMA DEMOCRÁTICA NUEVA

INDIVIDUOS “LIBRES” VERSUS COMUNIDAD

Entre la afirmación de Augusto Comte – padre de la sociología – según la cual la sociedad es la única realidad humana incuestionable y el individuo una abstracción, al aserto, hoy muy difundido, de que solo el individuo es lo único real y la sociedad una abstracción, existe un abismo. Un abismo en la forma de pensar la relación individuo sociedad, con consecuencias prácticas de gran magnitud. Porque mientras la primera justifica un modelo social colectivista, la segunda legitima otro individualista.

Los aspectos de verdad que contienen ambas afirmaciones, nos llevan a una conclusión tan simple como aparentemente perogrullezca: no existe sociedad sin individuos, ni individuos sin sociedad; ambas son realidades incuestionables. Porque todo conjunto social se sostiene y mueve mediante el accionar constante de los individuos que lo componen y, a su vez, los individuos que lo componen, son un producto del conjunto social al que pertenecen y de los fenómenos que éste constantemente genera.

En efecto, las personas humanas se gestan, nacen, se forman, adquieren criterios, toman decisiones y realizan acciones, insertos en uno o varios conjuntos sociales determinados; con sus características y sus historias. De manera que resulta imposible concebir un individuo “libre” de las influencias que dichos ámbitos sociales ejercen sobre él. Por su parte, las peculiaridades de cada conjunto social, son el resultado de las respuestas dadas a determinadas circunstancias por personas específicas, que otras personas, también específicas, adoptaron o rechazaron.

Teniendo como base esta forma de considerar los vínculos entre las personas y sus conjuntos sociales de pertenencia, podemos desarrollar un modelo social que se aleja tanto del colectivismo como del individualismo. Un modelo que podríamos calificar como comunitario; donde la influencia mutua entre las personas y el conjunto social de pertenencia, muestran la existencia de una unidad en lo común o común-unidad.

Ciertamente, un modelo de este tipo implica que sus integrantes perciben y valoran su pertenencia al conjunto, fundándose, entre otras cosas, en el respeto que el conjunto le muestra a su propia existencia y dignidad. No se le puede requerir a alguien que se vea como parte de un todo, si ese todo lo considera ajeno o inexistente. De manera que la implementación práctica de un modelo comunitario implica, como elemento fundamental, que el conjunto le trasmita a todos sus miembros, el interés colectivo por su existencia y bienestar. Como contrapartida, se demanda que cada miembro demuestre al conjunto, en la práctica, su interés por el bien común.

De ahí que en este modelo comunitario, la norma básica es que el conjunto social se obliga a brindarle a las personas que lo integran, todo lo necesario para su desarrollo individual, a la vez que cada miembro se obliga a aportarle al conjunto, sus contribución para el desenvolvimiento colectivo.

Esta forma comunitaria de relación entre las personas y los conjuntos sociales a que pertenecen, no es un invento intelectual producto de elucubraciones abstractas, sin base en la realidad. Todo lo contrario. Se encuentra avalada por la práctica y los principios que, durante milenios, sostuvieron el funcionamiento de las comunidades humanas ancestrales. Comunidades que, en el caso de los pueblos originarios de nuestra América, desarrollaron culturas de la armonía que fueron más allá, incluso, de la comunidad humana. Ya que plantearon la necesidad de vivir en armonía comunitaria no solo entre los seres humanos, sino con la Madre Tierra, con el cosmos y con todas las forma de vida y existencia. Ellos comprendieron que no se puede vivir bien si los demás viven mal, así como que el deterioro de la naturaleza en su totalidad o de una especie en particular, es el deterioro del conjunto al cual, nos guste o no, pertenecemos.

Si comparamos esta concepción de la realidad humana, con los datos que presenta el informe de la ONU “Perspectivas del Medio Ambiente Mundial 6”, da para reflexionar seriamente. En efecto, según dicho informe, el modelo social actual hace que nueve millones de personas mueran cada año por la contaminación del aire y el agua y que desde 1970 se haya reducido en un 60 por ciento la población mundial de vertebrados.¿Tiene algún sentido seguir sosteniendo este modelo social de vida?

Parece haber llegado la hora de recuperar nuestra ancestral sabiduría originaria y de alejarnos definitivamente de la creencia según la cual los individuos “libres” – libres de los otros y de la naturaleza, es decir “sueltos” – van a mejorar el mundo.

CAPITALISMO ETERNO O COMUNIDAD HUMANA

En varias notas anteriores* pusimos en tela de juicio una serie de creencias, principios y valores muy cuestionables de la cultura actual, pero que, sin embargo, son considerados inobjetables. Se los juzga inobjetables porque se han instalado en el inconsciente colectivo como si fueran los únicos posibles. Cuando Margaret Thatcher, en el momento del cierre de las minas de carbón inglesas allá por 1984, declaró que no era económicamente “realista” mantenerlas y que, en consecuencia, cerrarlas era la “única alternativa”, comenzó a dar estado público a la idea de que el capitalismo postmoderno era, no un modelo de sociedad determinado, sino la única realidad posible; todo lo demás era pura ficción utópica. Esta manera de convertir una forma específica de organizar la sociedad en la única factible es, quizás, el grado más alto de ideologización de una sociedad; aquel en el cual sus integrantes creen que la visión de lo real que absorbieron – consciente o inconscientemente – es la realidad misma y, consecuentemente, la única viable.

Cuando en las notas anteriormente mencionadas nos preguntábamos porqué teníamos que ser ganadores o perdedores, o porqué estábamos obligados a ser competitivos, o a causa de qué un gobierno debía priorizar la eficiencia económica sobre la felicidad popular, o en razón de qué motivo debíamos considerar la naturaleza como un depósito de mercaderías, estábamos insinuando que esas no eran las únicas formas de ver las cosas. Porque, efectivamente, podemos pensar la naturaleza como una fuente inagotable y maravillosa de vitalidad de la cual formamos parte, en lugar de catalogarla como un vulgar y ordinario depósito de mercaderías; también podemos creer que resulta social y mentalmente más sano actuar como aportantes de nuestro esfuerzo al bienestar de la comunidad, que estar todo el tiempo compitiendo con los demás para resultar ganadores y diferenciarnos de los “perdedores”. Del mismo modo confirmábamos, al analizar a vuelo de pájaro la historia humana, que nunca los gobiernos habían considerado la eficiencia económica como su objetivo prioritario, salvo en las últimas décadas.

Está claro entonces que este modelo de sociedad mercantil, orientado al incremento de la rentabilidad del capital, que hoy, para sostenerse, intensifica en sus miembros el deseo por los bienes de consumo financiados a crédito, no es el único posible; ni menos, aquel a partir del cual se derivará necesariamente el mundo futuro. Sin embargo, los pensadores actuales en general, incluso los mas críticos y revolucionarios, creen sinceramente que el destino de la humanidad depende de la evolución de este capitalismo postmoderno. Ya sea por su continuidad, vía consolidación, o por su transformación, vía reacción. Lo que no pueden concebir, es que haya otra entidad sociocultural, ni moderna ni postmoderna, que no provenga de la civilización europea, capaz de generar algo nuevo a futuro. Su ancestral eurocentrismo según el cual el devenir humano tiene como centro la historia de Europa y sus expansiones, les impide ver esta posibilidad de cambio.

Aquí es donde nuestra América puede dar una sorpresa. No solo porque su dinámica histórica es completamente diferente a la de la civilización europea, sino porque tiene un potencial crítico y creativo inmenso – producto de la mezcla secular de poblaciones diversas – y su cultura contiene, además, elementos autóctonos absolutamente ajenos y opuestos al mundo europeo, sea moderno o postmoderno; por ejemplo sus nociones de vinculación y pertenencia a la tierra y el cosmos, de vivencia comunitaria, de búsqueda de equilibrio y armonía, etc.

Por este motivo, en lugar de elaborar tantas teorías sobre el futuro de la humanidad a partir de pensamientos y hechos emergentes del marco civilizatorio actualmente dominante, deberíamos observar con más detenimiento la vitalidad y la originalidad de pensamiento de nuestros movimientos nacionales y populares americanos. Porque allí es donde se encuentran las raíces conceptuales y energéticas de un modelo social completamente diferente y superador del capitalismo postmoderno. Es en los intersticios de sus luchas y propuestas, donde podemos vislumbrar la voluntad de crear una esfera pública totalmente divergente con el agregado de individuos desconectados de la naturaleza, que compiten por sus intereses particulares en función de obtener mayores consumos y/o rentabilidades. Una esfera pública humanista, comunitaria, armónica, democrática y profundamente ecológica. La doctrina política de la Comunidad Organizada formulada por Perón, es una clara confirmación de este hecho; pero no es la única. Si analizamos los distintos movimientos nacionales y populares de nuestros países, separando la paja de las ideas euromodernas o europostmodernas – sean de derecha o de izquierda – del trigo arraigado en lo mas profundo de nuestras conciencias populares, podremos detectar las semillas de una nueva y necesaria civilización planetaria.

*Eficiencia económica o felicidad popular – ¿Debemos ser competititvos? – No estamos obligados a ser ganadores – Naturaleza o Madre; de febrero, agosto, septiembre y noviembre de 2018 respectivamente