El Cacique Corundá

Según relata la historiadora Teresa Piossek Presbich, cuando las huestes del ambicioso Francisco de Mendoza hicieron su “primera entrada” desde el Perú a estas tierras que luego serían de la Argentina, se encontraron con una sorpresa. El Cacique Corundá se plantó frente a ellos y, en sorprendente castellano, los recibió diciendo: “¿Quien de vosotros es el capitán? ¿Adónde vais ladrones … cimarrones todos y cristianos malos que andar por ahí robando toda esta tierra? ¿No tenéis miedo de Dios?”; y refiriéndose a la diferencia entre ellos y los seguidores de Irala afirmará: “Los otros decir a nosotros: daca pescado, hermano; toma tijeras, agujas, hilo y seda: daca maíz, hijo; toma bonete, paño y chaquira. Y vosotros como bellacos decir: daca, daca comida, daca indios, indias, maíz. Daca todo: toma lanzada, cuchillada y toma pelota de arcabuz”.

La distinción del cacique entre las actitudes de ambas corrientes conquistadoras españoles hacia los nativos, tenía su razón de ser. Porque en la zona de Asunción – primer centro conquistador de lo que fue luego la región del Virreinato del Río de la Plata – el encuentro entre españoles y guaraníes, adquirió características diferentes de las que tuvo en otras regiones. Tal fue esta particularidad, que es uno de los pocos casos conocidos, en que la lengua del pueblo originario (el guaraní) se impuso a la lengua del conquistador (el español). Varios factores incidieron en ello.

El primero fue que Irala no solo se internó profundamente en el continente, sino que ordenó el levantamiento del único puerto que lo ligaba al Atlántico y la Península Ibérica: Buenos Aires. Lo que marcará, desde su inicio, una  significativa autonomía de ese contingente conquistador respecto de España. El segundo es que entre los recién llegados y los indios guaraníes establecieron un “pacto de sangre” que hizo del mestizaje una política constante y sostenida. Dichos indios guerreaban bastante y tenían un fuerte desequilibrio demográfico a favor de las mujeres; de manera que acordar la unión de ellas con varones de tribus amigas para sellar acuerdos, integrando sus comunidades, mediante la generación de cuñados, suegros y nietos comunes, era una práctica habitual para mantenerse y fortalecerse. Dicho  pacto de sangre entre guaraníes y los españoles conducidos por Irala convirtió, en pocas décadas, al núcleo poblacional de Asunción en mestizo genética y culturalmente. Desde ese núcleo partieron luego las incursiones que poblaron una porción importante del territorio del país.

La diferencia de relación establecida entre las distintas corrientes ibéricas y la población originaria, en nuestro territorio – tan clara y contundentemente expuesta por Corundá – será el origen de un conflicto profundo que, con el correr del tiempo, adquirirá perfiles de gran significación para la configuración de la sociedad colonial que empezaba a gestarse en estas tierras.