UNA CUALIDAD DE NUESTRA AMÉRICA A DESARROLLAR

En la nota anterior decíamos que nuestra identidad indo ibero americana se caracteriza, entre otras cosas, por la aceptación mutua de las diversidades poblacionales que la forman, así como por la presencia, incluso, de cierto atractivo y apego entre ellas. Un rasgo claramente opuesto a los resentimientos y rechazos entre las diversidades poblacionales, que preponderan en la identidad europea. Decíamos además, que esta diferencia sustancial en la manera de sentir, pensar y realizar las relaciones entre las partes diversas de un pueblo, no obedece a un acto voluntario e intencional, sino que es la resultante de experiencias colectivas radicalmente distintas, vividas por los pueblos de ambos continentes.

La solidez y permanencia de los atributos identitarios como el señalado, pueden verse fortalecidas por nuevas experiencias colectivas, que amplíen y/o profundicen las que sustentaron la gestación de dichos rasgos. Por ejemplo, si en nuestra América se construyera una unidad política que integrase sus repúblicas, se estaría gestando una realidad y una conciencia institucional, que reforzaría la aceptación y el apego entre pueblos diversos. Asimismo, si se generalizaran modalidades educativas que intercambiasen y enriqueciesen mutuamente las formas de vida de sus distintas poblaciones y etnias, se profundizaría el atractivo y apego entre ellas.

A diferencia de las experiencias colectivas espontáneas que dieron origen a las identidades nacionales iniciales, en estas nuevas vivencias colectivas, sí tiene una importancia capital el accionar voluntario e intencional de los pueblos y sus dirigentes; porque se apoyan en una conciencia y valoración positiva de sus rasgos identitarios, en tanto cualidades a las que buscan consolidar y desarrollar.

Ahora bien, para consolidar y desarrollar los rasgos identitarios que nos singularizan hacen falta dos cosas: en primer lugar, conocer o tener claramente identificados dichos rasgos y, en segundo lugar, considerarlos valiosos. ¿Conocemos en nuestra América los rasgos identitarios propios; aquellos que nos caracterizan y a la vez nos diferencian de otros conjuntos humanos continentales? Y si los conocemos ¿los consideramos positivos y le asignamos importancia al hecho de profundizarlos y fortalecerlos?. Creo que en ambos aspectos nos falta aún bastante camino por andar; ni conocemos mucho los rasgos que nos identifican, ni los apreciamos suficientemente. Sin embargo, la conciencia de tener una idiosincrasia original y ser diferentes al resto del mundo, ha ido aumentando, extendiéndose, y solidificándose durante los últimos decenios. Lo que falta, quizás, es definirla y describirla más claramente, identificando con mayor precisión y profundidad conceptual los rasgos o cualidades que nos caracterizan. Para luego poder diseñar y llevar adelante acciones que los consoliden, fortalezcan, desarrollen y proyecten.

Uno de esas cualidades, como mencionamos más arriba, es la aceptación mutua existente entre los descendientes de las poblaciones indígenas originarias, los de la población ibérica invasora, los de la población esclava africana, los de la población criolla surgida del mestizaje entre ellas y los de la población inmigrante europea y posteriormente asiática, que se expatriaron de sus países radicándose en nuestro continente. El hecho de que estas poblaciones diversas convivan pacíficamente y que, en algunos casos, hasta hayan desarrollado cierto apego mutuo, es un rasgo característico de nuestra América “Abya Yala o Tierra en Florecimiento” y, según mi criterio, una cualidad muy valiosa. No solo porque promueve un sólido buen vivir entre los habitantes de nuestra tierra, sino porque adquiere un alto valor en un planeta en el que se viene generalizando el enfrentamiento y hasta la eliminación de los diversos; sean estos inmigrantes africanos, miembros de la etnia hutí, o cualquier otra particularidad poblacional del orbe.

Por esta razón es que, a mi juicio, debemos desarrollar, profundizar y proyectar internacionalmente la mencionada cualidad, a la vez que generar, desde dicha proyección, una significativa influencia de nuestra Abya Yala en el mundo. Pero asimismo debemos tener presente que, al constituir un rasgo que se opone a la tendencia mundial de promover divisiones, conflictos, enfrentamientos y guerras, es que puede ser violentamente atacada. En notas posteriores veremos tanto posibles formas de desarrollarla, como los modos que podrían adoptar eventuales ataques contra ella.

Lic. Carlos A. Wilkinson

GUERRA RUSO UCRANIANA E IDENTIDAD ARGENTINA

Uno de los temas que quedó inmediatamente a la vista con la guerra ruso ucraniana, fue el enfrentamiento antiguo y permanente entre una parte de la población ucraniana y la fracción ruso parlante de la misma; enfrentamiento que parece formar parte de la identidad nacional de ese país.

Tengamos en cuenta que cuando hablamos sobre la identidad de un pueblo no nos estamos refiriendo a una entelequia intelectual académicamente elaborada, sino al producto concreto y específico de un conjunto de experiencias colectivas vividas a lo largo del tiempo. Experiencias que se fueron traduciendo en formas de pensar, sentir y actuar compartidas, terminando por darle un perfil sociocultural determinado a ese conjunto humano. El hecho de que estos rasgos comunes provengan de experiencias colectivas no es algo menor, ya que solo de esa manera adquieren la suficiente realidad vital, por un lado, y la necesaria amplitud o extensión poblacional, por el otro. Asimismo, el hecho de que dichas vivencias conjuntas se hayan dado a lo largo del tiempo resulta imprescindible para convertirse en parte de la identidad popular, porque solo reiterándose una y otra vez, se terminan consolidando como características sólidas de dicha identidad.

Ciertamente cualquier identidad nacional tiene una multiplicidad de aspectos que, normalmente, resulta difícil de abarcar en su totalidad. Pero en el caso de esta nota, me interesa referirme exclusivamente a un elemento específico de las identidades ucraniana y argentina: la relación entre sus diversos componentes poblacionales. Faceta que extenderemos, con las salvedades que correspondan, a las identidades europeas e indoiberoamericanas en general.

Cuando analizamos rápidamente la historia ucraniana, lo primero que se registra es la permanente presencia de invasiones, resistencias, recuperaciones, nuevas invasiones u ocupaciones y así sucesivamente; todo, claro está, impregnado de conflictos más o menos violentos entre las distintas poblaciones asentadas e incorporadas al territorio a lo largo de los siglos. Desde su origen remoto, con los Rus de Kiev, federación de tribus eslavas orientales, hasta la declaración de Soberanía Estatal de Ucrania, transitaron o se asentaron en su territorio, además de varias tribus eslavas occidentales, los mogoles, los lituanos, los polacos y los cosacos, entre otros. Por su parte, si bien lograron cierta organización autónoma en determinadas épocas, una parte de Ucrania fue subordinada largo tiempo al Imperio Austro Húngaro y otra al Imperio Ruso; peleando su población, por ejemplo, en ambos bandos durante la primera guerra macro europea, mal llamada mundial. Con la llegada del nazismo, asimismo, una porción de ucranianos se sumó activamente al mismo, mientras otra lo enfrentó, con fuerte apoyo ruso soviético. He hecho este rápido repaso sobre las lejanas divisiones y enfrentamientos entre ucranianos, para no detallar los últimos años, en los que diferentes partes de su población se enfrentaron, en muchos casos violentamente, como se ha difundido a la opinión pública a partir del conflicto ruso ucraniano actual.

Tal como puede observarse, las experiencias colectivas del pueblo ucraniano, reiteradas y reincidentes a lo largo de los siglos a partir, por lo menos, de la invasión mogola, fueron de relaciones conflictivas, y gran parte de las veces violentas, entre los distintos componentes de la población que ocuparon el territorio. Estas experiencias colectivas, reiteradas a través de los siglos, no quedan nunca aisladas unas de otras. Cada una va reforzando y confirmando la anterior en la vivencia y la memoria popular. De manera que un tipo de relación conflictiva y hasta feroz entre los integrantes diferentes de una población, termina siendo considerado algo natural y lógico. Esta convicción cultural emergente de lo vivido en conjunto – cualquiera haya sido el lado desde el que se lo vivió – es de toda la población, no de una de las partes solamente; convirtiéndose así en una rasgo de la identidad nacional, cargado, además, de resentimientos mutuos, algunos seculares y otros milenarios

Esta afirmación puede parecer un poco exagerada, pero no es una característica solamente ucraniana; si se analiza con información amplia y de manera imparcial la historia europea, se podría decir que, en general, todos los pueblos europeos tuvieron experiencias colectivas similares. Por lo cual no resulta extraño que sus maneras de pensar, sentir y realizar las relaciones entre los componentes diversos de una población, tengan características similares a las ucranianas. No en cualquier lugar del mundo hubo tantas y tan continuas guerras como en el viejo continente, ni en todos lados aparecieron poblaciones auto consideradas superiores a otras, creyéndose con el derecho de eliminarlas; y no me estoy refiriendo solo al nazismo. Una cantidad de factores culturales, geopolíticos, económicos, religiosos y raciales han jugado permanentemente en la historia europea, para favorecer la generación de experiencias colectivas que inclinan al conflicto profundo entre las partes diversas que componen o se incorporan a la población del continente.

Una experiencia colectiva completamente diferente, por ejemplo, a la vivida por el pueblo argentino a lo largo de sus siglos de vida. Desde la unificación de las poblaciones guaraní y española alrededor de Asunción del Paraguay en el origen histórico de nuestro pueblo, pasando por el desarrollo y consolidación de la mezclada población gaucha, hasta la fusión de criollos e inmigrantes europeos de diferente origen en los siglos XIX y XX. La vivencia reiterada y reincidente del pueblo argentino a través de los siglos, ha sido, predominantemente, la de una convivencia bastante pacífica entre los componentes diversos de su población. Tanto la subordinación de poblaciones originarias en algunas regiones, como la persecución y matanza de gauchos, como el genocidio de la mal llamada “campaña del desierto”, no alcanzaron para eliminar este fuerte rasgo integrador de la identidad popular nacional.

Esta característica y las experiencias colectivas que lo sustentan, se dan de modo particularmente fuerte en Argentina, Uruguay y el sur de Brasil, pero es una particularidad que, en líneas generales, posee toda Indoiberoamérica. De hecho, el bajo número de guerras, tanto civiles como entre naciones, en nuestro continente, es una muestra del predominio de relaciones pacíficas y convivenciales entre los componentes diversos de nuestros pueblos. No decimos que no existieron, existen, ni existirán conflictos originados en la diversidad de las partes que componen su población; lo que afirmamos es que en nuestra identidad indoiberoamericana, prepondera la aceptación de dichas diversidades y existe hasta cierto grado de atractivo y apego mutuos, en lugar de resentimientos y rechazos profundos.

Esta diferencia entre nuestra América y Europa es mucho mas honda e insondable de los que parece a primera vista; justamente porque está fundada en largas experiencias colectivas claramente diferentes. Marcando así un abismo casi insalvable de nuestras identidades y, consecuentemente, entre nuestras maneras de sentir, pensar y actuar respecto a las relaciones entre las partes diversas de una población. Lo que no deja de ser esperanzador y prometedor para nuestra “Tierra en Florecimiento” o Abya Yala, como la nominaron y nominan nuestros pueblos originarios.

Lic. Carlos A. Wilkinson