La élite unitaria, fiel al propósito de “civilizar” este país bárbaro, no sólo intentó eliminar las etnias gaucha e india, sino que fomentó intensivamente la inmigración europea, para suplantar su población nativa y sustentar el deseado país “moderno”.
Mucho se ha hablado y escrito sobre la importancia de la inmigración en la Argentina con opiniones que van desde las que conciben el país como un producto de la inmigración, hasta las que visualizan el fenómeno migratorio como el asesino del país “auténtico”. En realidad, el proceso migratorio no fue tanto como para creer que el país actual desciende exclusivamente de los barcos, ni el país criollo americano previo fue tan poco, como para considerarlo asesinado. Por más que fue demográficamente cuantiosa y culturalmente poderosa, la inmigración se insertó en una sociedad criolla americana preexistente, con más de tres siglos de antigüedad en sus espaldas. Fue como un injerto – incorporación de un gajo de una planta en otra preexistente – social del que nacerá una sociedad distinta tanto a la planta original como a la injertada. Se dará un nuevo proceso de cruza poblacional o “criollización”, tres siglos después del primer ciclo de “criollización” en que se cruzaron indios y españoles. Lo que culminará en una nueva modalidad criollo americana: la que hoy somos. Ya no somos indios, ni ibéricos, ni gauchos, ni ladinos, ni inmigrantes: somos argentinos, una modalidad criollo americana resultante de la interacción y fusión entre esas etnias, en esta tierra. Esta nueva cruza diferenciará a la Argentina tanto de otros países americanos – excepto Uruguay y el sur de Brasil – cuanto de Europa.
Los procesos sociales de gran magnitud como el proceso inmigratorio en la Argentina generan fenómenos imprevisibles que determinan la realidad, más allá de las intenciones políticas que los originaron. Esto es lo que sucedió en el país. Porque mientras la etnia ladina criolla se ponía de lleno a la tarea de crear una república europea en América y la etnia india residual se abroquelaba en una resistencia aislada y escondida, la derrotada etnia gaucha comenzaba un proceso de lenta fagocitación de la población inmigrante, desde los rincones geográficos y sociales más alejados y bajos de la sociedad.
Este proceso de digestión y metabolización parsimoniosa, se produjo con la ayuda del escenario geográfico y sociocultural en el cual se desarrolló. Por un lado la geografía rioplatense dominada por pampas infinitas desconocidas en el viejo continente; por el otro, la llamativa matriz cultural básica de “pueblo resistente frente a una elite dañina” y de “incumplimiento libertario de toda norma impuesta”. Con esto se encuentra la población europea al arribar a estas tierras.
Tal escenario generó un hecho sorprendente: “el inmigrante en lugar de proponerse él como arquetipo – que hubiera sido lo esperado por los promotores del progresismo – se propuso como arquetipo al gaucho. Lo comprueba toda la literatura popular de la época, del circo al tablado, de la letra de las canciones en que la idealización del criollo constituye el centro de toda la temática, lo mismo se trate de actores, autores, payadores y poetas de viejo origen nacional, que se trate de los hijos de los recién llegados o de estos mismos” (1).
En una apretada y por ende parcial síntesis, se puede decir que el segundo ciclo de criollización, argentino “agauchó” a la población inmigrante y dio origen a una compleja y pujante clase media, antes casi inexistente. Generó, además, un dinamismo cultural, social y económico de gran vitalidad, movilidad y creatividad que, operando en el marco del antagonismo pueblo gaucho-élite ladina heredado, reformulará el conflicto ancestral a lo largo del siglo XX.
La variada serie de conexiones y vínculos entre la población gaucha e inmigrante terminarán confluyendo en un punto común que consolidará su integración como pueblo: su exclusión de la vida política. La prolongada exclusión gaucha de la vida pública, se vinculará entre fines del siglo XIX y principios del siguiente, con la certidumbre recientemente adquirida por la población inmigrante, de que había un lugar que le estaba absolutamente vedado: el lugar de las decisiones políticas. El resultado de esta conexión subterránea, invisible y masiva, será la base que dará origen al surgimiento del radicalismo.
El dinamismo, energía y creatividad del nuevo pueblo criollo en gestación, se transferirá a ese movimiento político, que incorporará en su seno y fundirá en sus propuestas y acciones, los elementos provenientes de ambas vertientes: la gaucha y la inmigrante. En el radicalismo se sintieron “representados desde los ganaderos menores vinculados al mercado interno, hasta los peones despojados de todo derecho, los hijos de extranjeros y los criollos nativos, la pequeña burguesía urbana que buscaba un lugar bajo el sol y los universitarios sin porvenir en una universidad regida por camarillas exclusivas, los obreros que no se sentían atraídos por el partido socialista porteño y los olvidados trabajadores del Nordeste, del Norte, del Centro y de Cuyo” expresa Jorge A. Ramos (2).
Hipólito Yrigoyen, miembro de una familia federal porteña y existencialmente ligado a los barrios de ese Buenos Aires mitad orillera y mitad inmigrante que empezaba a gestarse, es un ejemplo típico de la naciente y nueva forma criolla de ser. Era una mezcla de vieja tradición gaucha, de conocimientos aprendidos en la universidad europeizada y de hombre de barrio porteño. Yrigoyen será la representación de esa nueva argentina criolla que estaba formándose y cuya identidad requería una expresión política también novedosa.
Su movimiento político tuvo, desde sus orígenes, un carácter netamente opositor al “régimen falaz y descreído” que había montado la élite de origen unitario ladino. Según palabras de su propio conductor buscaba “la justicia de la Reparación Nacional por la que el pueblo argentino clama desde hace cincuenta años … Desde Pavón hasta hoy va corrido ese tiempo” (3). Esta alusión a Pavón y a la reparación nacional, indican claramente la continuidad de la lucha histórica ancestral entre pueblo gaucho y élite ladina, transformada ya en una simple y contundente lucha pueblo-élite.
La antigua grieta reaparecía así en el nuevo país de los argentinos.
- Arturo Jauretche “El Medio Pelo en la sociedad argentina” Peña Lillo Editor. 1966. Argentina
- Jorge Abelardo Ramos “Revolución y contrarrevolución en la Argentina”. Editorial Plus Ultra.1970. Argentina.
- Hugo Chumbita “Hijos del País: San Martín, Yrigoyen, Perón”. Emecé Editores. 2004. Buenos Aires.