PUEBLOS ORIGINARIOS: ¿EXCLUIDOS O NEGADOS?

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Si bien ambos términos se encuentran relacionados, no son lo mismo. Una cosa es excluir a un pueblo de una dinámica societaria determinada, como la salud, la educación, o el trabajo y otra muy distinta es negar su  existencia.

Si bien en nuestra América se dieron y se dan fuertemente ambas realidades, resulta muy importante y significativa la segunda, es decir la negación de los pueblos originarios. Porque su supuesta inexistencia o su invisibilización, distorsiona profundamente la idea que nos hacemos de nosotros mismos como latinoamericanos. Deformando nuestra propia identidad, hasta el punto de convertirla en falsa.

En la mayor parte de nuestra América la cruza de indios y blancos fue un fenómeno indiscutible, que configuró la matriz humana sobre la que se asentó el desenvolvimiento histórico posterior de nuestros pueblos. Y esta mezcla, generó la permanencia de elementos culturales y orgánicos que forman parte innegable de nuestra constitución genética y sociocultural; es decir, de nuestra identidad real. Guste o no guste.

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De hecho, algunos de los próceres más importantes e influyentes de un país latinoamericano que tiende a creerse exclusivamente europeo, como la Argentina, tenían sangre indígena en sus venas. Nos referimos, por no mencionar sino a tres de ellos, a San Martín, a Hipólito Yrigoyen y a Perón.

La familia e institutos Sanmartinianos, apoyados por ilustres historiadores, se resisten todavía hoy a que se disponga del ADN del General para confirmar  o descartar definitivamente dicho origen. Con lo que ponen de manifiesto el temor a que la ausencia de los pueblos originarios en nuestra historia, se desintegre ante la evidencia.

Para el segundo, el encubrimiento negador fue más sencillo. La historia oficial exaltó a tal punto el origen inmigrante de su padre para mostrar la “apertura democrática” de la sociedad argentina ante la inmigración, que eliminó completamente de la vista la abuela araucana de Don Hipólito: doña Tomasa Ponce Gigena.

Por último Perón, al fin de sus días, se animó a romper con la negación y a aceptar clara y públicamente su origen, cuando en el mensaje leído en la IV Conferencia de Países No Alineados realizada en Argel el 7 de Septiembre de 1973, termina convocando “a todos los pueblos y gobiernos del mundo a una acción solidaria, dispuestos a luchar por la libertad y la felicidad humanas, con toda la fuerza telúrica que nuestros orígenes comunes han depositado genéticamente en nuestra sangre indígena”.

La aceptación de que los pueblos originarios forman parte innegable de nuestra constitución como pueblos latinoamericanos, nos permitirá entender y apreciar mejor, lo que su sabiduría ancestral tiene para enseñarnos. Sabiduría que, quizás, nos haga falta para enfrentar y resolver mejor el momento clave que la humanidad está viviendo respecto al planeta tierra.

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