ELEMENTOS DE LA GRIETA A RESOLVER I: LA IDENTIDAD

Refiriéndose al trastorno psiquiátrico llamado de doble personalidad por el cual una misma persona posee dos formas de ser diferentes e incluso opuestas y  alternantes, me dijo una vez una psicóloga: “Si alguien tiene dos personalidades, es que, en realidad, tiene menos que una”. Es razonable. Salvando las distancias, lo mismo podríamos decir de una sociedad. Si, como vimos en la nota anterior, la grieta argentina nace de un desencuentro entre maneras muy diferentes de percibirnos, de sentirnos, de pensarnos y de hacernos a nosotros mismos como país, en realidad no tenemos dos países, sino menos que uno.

 

Para resolverla debemos empezar por profundizar el tema de nuestra identidad colectiva; es decir cómo nos definimos e identificamos a nosotros mismos. Porque si tenemos formas incompatibles de definir quiénes somos y de dónde venimos, no podemos esperar tener una visión compartida sobre lo que nos pasa hoy y sobre hacia donde debemos dirigirnos en el futuro. Menos aún podemos esperar tener una acción colectiva en una misma dirección.

 

Para entender la problemática que afecta nuestra identidad es muy clarificador lo sucedido con el libro “La Tradición Nacional” que escribió Joaquín Víctor González y prologó Bartolomé Mitre. En este libro J. V. González expone una visión de nuestra sociedad  que Mitre considerará errónea, planteando otra opuesta. En esta contraposición  el núcleo del problema identitario que cimienta la existencia de la grieta, está expuesto bastante claramente.

 

Respecto a la visión de nuestra sociedad Joaquín Víctor González dice lo siguiente: “Desde principios del siglo XVIII, la sociabilidad (léase sociedad) americana se hallaba enriquecida con elementos nuevos, frutos de la evolución simultánea de dos razas en un territorio virgen y bajo climas fecundos*; los habitantes de las ciudades no son ya sólo los españoles conservadores de su costumbre patria, ….ni el morador de los campos es el mismo indio de la conquista…en las ciudades aparecen ya costumbres de carácter mixto y algunas enteramente distintas a las originarias … (y en los campos) aparece ese tipo original del gaucho, dominador del desierto, de la selva y la montaña, que no es… sino una manifestación viva y brillante del carácter de ambas razas…y ha heredado de ellas todos sus grandes rasgos, todas sus profundas influencias; y su figura moral está fundida en el molde inmenso de nuestros desiertos o esculpida con el mismo cincel que ha perfilado las montañas colosales.” Refiriéndose posteriormente a los antecedentes que influenciaron la revolución de Mayo dice: “Aunque los autores patrios no dan a la rebelión de Túpac Amaru una gran trascendencia para el porvenir… para mi reviste el carácter de una revolución …. efecto de la asimilación de las dos razas que se fusionaron …  y que necesariamente tuvieron que formar una sociabilidad aparte en la que dominaba la cultura latina en las costumbres, pero en la sangre las influencias naturales de la tierra…. La rebelión del Alto Perú no es sino la explosión legítima y natural de un pueblo que se ve infamado y oprimido hasta los menores detalles de su vida”. Y si bien “La causa que la produjo (la Revolución de Mayo) es la de todas las revoluciones de independencia…: la presión, la tiranía, las injusticias y desigualdades usadas por los soberanos o sus agentes  … sobre sus súbditos”…. “la revolución sud-americana fue preconcebida en el seno de la raza nativa, vencida y destruida, tiranizada y vilipendiada”.

 

En tanto Mitre en el prólogo del libro, refiriéndose a la parte en la cual González expone las causas de la Revolución de Mayo, expresa lo siguiente: “Puede decirse que casi toda ella gira alrededor de la idea de que los hispanoamericanos somos los descendientes genuinos de los americanos de la época pre colombina – Protesto contra esta idea – … La raza indígena hizo su explosión en 1780 levantándose contra los conquistadores. Pero fue lógicamente vencida para siempre…. porque en vez de representar la causa de la América civilizada representaba la tradición anterior a la conquista, o sea el cacicazgo y la barbarie. La raza criolla hizo su revolución en 1810 en nombre de otros principios y otras aspiraciones … no se proponía continuar a los indios ni restaurar el Imperio Americano (como usted parece insinuarlo) sino fundar esa civilización, continuación de la europea, sin sus privilegios y bajo el principio de la equidad humana. Los americanos ni física ni moralmente somos descendientes de los araucanos, los pampas, los quichuas, etc., como los norteamericanos no lo son de los iroqueses ni de los mohicanos.”

 

En síntesis la visión de J. V. González es que la sociedad nacional es el resultado original de una historia de más de tres siglos de interacción y mezcla entre dos poblaciones – la originaria y la conquistadora colonizadora – en un territorio con sus características propias. Es una sociedad nueva y diferente de ambas progenitoras; la figura del gaucho materializa esta fusión de manera incuestionable. Es desde esta visión que JVG puede captar el impacto que tuvo el alzamiento de Túpac Amaru sobre las estructuras de poder virreinales, a las que debilitó marcadamente, permitiendo el surgimiento posterior de la lucha por la independencia. Ciertamente el que González haya sido un riojano que vivió y convivió con las poblaciones indígenas, gauchas y urbano coloniales de su provincia, le permitió captar en toda su intensidad este fenómeno sociocultural de mezcla interactiva y mutuamente influyente. Mientras tanto, la  visión de B. Mitre es que la raza hispanoamericana es la única configuración humana importante en la sociedad nacional cuya misión es continuar, superándola, la civilización europea. Desde esta visión no puede captar la influencia no solo de las rebeliones nativas en la historia nacional, sino de las culturas originarias en la sociedad argentina. Seguramente su vida la ciudad puerto estrechamente ligada a Europa, le hizo experimentar fuertemente la marcada importancia de la cultura europea en nuestra sociedad, anulando su percepción y aceptación de otras realidades socioculturales.

 

La diferencia sustancial entre ambas formas de concebirnos es que una define el nosotros que formamos como una entidad social influenciada por ambas “razas” y por la geografía particular del territorio americano, pero nueva, original y distinta de las que la precedieron y la otra la describe como el producto de una sola “raza” y como la continuación mejorada de la civilización europea. Lo que interesa destacar aquí es que las discordantes respuestas que dan a las preguntas ¿de dónde venimos? y ¿quiénes somos? predeterminan caminos opuestos a seguir en la construcción de nosotros mismos. Uno buscará la integración de los diversos elementos que la componen por caminos creativos originales y propios; el otro buscará incorporar y mejorar elementos del “mundo civilizado” desechando y desvalorizando lo que no emerja de ese mundo. De uno se derivará una actitud creativa apoyada en lo interno y del otro su opuesta imitativa apoyada en lo externo. Resolver estas diferencias en la percepción de nosotros mismos, acordando una identidad colectiva común, resulta esencial para empezar a superar la grieta.

 

Desde la perspectiva actual, con doscientos años de historia independiente y quinientos de historia propia a nuestras espaldas, se puede coincidir fácilmente en que la visión de González fue más adecuada a la realidad, que la de Mitre. De hecho la raza indígena no fue vencida para siempre, como lo demuestra la importancia política y la valoración cultural crecientes que los pueblos originarios de nuestra América tienen en la actualidad. Tampoco la concepción de que la sociedad hispanoamericana era una continuación de la cultura europea, fue convalidada por los hechos. Sus diferentes evoluciones histórico-sociales así lo demuestran; basta con ver las dos guerras europeas llamadas mundiales frente al predominante pacifismo continental y los papeles central y secundario de ambos continentes en el protagonismo mundial, para confirmarlo. Mucho menos se ha constatado la convicción de que la civilización hispano americana sería  superadora de la del viejo continente en términos de eliminar sus privilegios y alcanzar niveles mayores de equidad humana; es uno de los continentes más desiguales del mundo si no el más inequitativo. Por otro lado, estudios históricos muy serios demostraron no solo la innegable interacción e interinfluencia entre las rebeliones indígenas y criollas, sino también el profundo proceso de mestizaje étnico que se registró en gran parte del territorio de nuestra América y específicamente en el Virreinato del Río de la Plata. De manera que en nuestra composición física y cultural tenemos, como sociedad, marcados antecedentes guaraníes, pampas, quichuas, etc., aunque nos cueste registrarlos y no nos guste aceptarlos; justamente por la imposición de una identidad que los niega, más por razones ideológicas y políticas que por justarse a la realidad. Por sólo poner un par de ejemplos, de innegable impacto en nuestra historia, los antecedentes familiares demuestran que tanto Yrigoyen como Perón eran descendientes de indígenas. Aunque también de europeos. Con lo cual el carácter fusionado y entremezclado de nuestra población queda claramente expuesto. El hecho de que no lo registremos ni asumamos, tiene que ver más con el desprecio y desvalorización de las etnias indígenas, contenido en la visión de nuestra sociedad expresada por Mitre, que con la realidad de nuestra población.

 

Por otra parte resulta obvio que toda sociedad tiene un componente propio y original y otro componente de influencia externa. La cuestión está en si el centro de gravedad en la definición de la identidad nacional se pone en lo propio – como la convivencia e interacción entre etnias distintas en un territorio con características particulares típicas – o en la influencia externa, como en la continuidad de una civilización originada en otra sociedad. Ciertamente, ni los alemanes, ni los franceses, ni los ingleses definen su identidad por la civilización romana, aunque reconozcan su influencia por el peso que tuvo en su formación. Lo cual es lógico, porque una definición adecuada y realista de la propia identidad tiene, necesariamente, que tener su centro de gravedad o núcleo en lo que es propio y distintivo, en lo que lo diferencia de los otros. En ese sentido resulta claro que nuestra identidad nace criolla como producto de la mezcla y fusión entre las etnias y culturas originarias e ibéricas y africanas. Y crece o madura con un segundo proceso posterior de mestizaje y amalgama entre la población criolla y la europea inmigrante. Lo cual por un lado hace a la sociedad argentina más cercana a las europeas que otras sociedades americanas, pero, por otro lado, la hace más latino americana que otras por la intensidad y reiteración de mestizajes o mezcla poblacional; característica esencial de los pueblos de nuestra América.

 

Este encuentro, convivencia y mezcla entre etnias distintas que nos caracteriza, se refleja en algunos rasgos centrales de nuestra forma de ser actuar sentir y pensar colectivas. Tales como una raíz humanista muy fuerte y sólida, una marcada facilidad para incorporar elementos provenientes de otras sociedades y poderosos mecanismos creativos capaces de generar constantemente elementos nuevos y originales. Tales rasgos predeterminan los caminos que debemos seguir y el futuro al cual debemos orientarnos. Todo intento de desconocerlos está condenado, más tarde o más temprano, al fracaso.

 

*Las frases destacadas en letra cursiva fueron señaladas de esa manera intencionalmente para resaltar los aspectos centrales de los pensamientos expuestos por sus autores. 

LA GRIETA COMO PROBLEMA

Tal como se detalló en las dos notas anteriores, la grieta nace de un desencuentro entre maneras muy diferentes de percibirnos, de sentirnos, de pensarnos y de hacernos o construirnos a nosotros mismos como país, en un espacio histórico, territorial y poblacional común. Ciertamente, en todas las naciones del mundo existen maneras distintas de verse y opiniones diversas sobre los caminos a seguir. Pero no en todos ellos el grado de antagonismo entre las posturas opuestas, la cantidad de población involucrada en él y la intensidad y persistencia histórica del desencuentro, es el que se alcanza en la Argentina. Pero además, la grieta que padecemos los argentinos no es sólo un abismo existente en el seno de la sociedad. Implica también un enfrentamiento activo dentro de ella. Y este estado de oposición permanente, a veces manifiesto, otras veces escondido, evidencian un combate irresuelto de una parte de nosotros mismos contra otra parte de nosotros mismos. Combate que se encuentra instalado en las entrañas más profundas del ser colectivo, generando serias dificultades en muchos aspectos centrales de nuestra vida compartida.

Una de ellas es el recurrente ir y venir en direcciones opuestas, que obliga a andar y desandar constantemente los caminos emprendidos. Un ejemplo económico típico de este hecho, es el permanente cambio de rumbo en lo referido a la industria nacional; pasamos sucesiva y reiteradamente de un período de promoción y protección de la misma, a otro de desprotección y obstaculización de su desarrollo. Vinculado con este, está el de la restricción o apertura de la importación de productos. Desde la antiquísima lucha entre el puerto de Buenos Aires – importador y contrabandista – y  las Provincias –  productoras artesanales y proteccionistas – hasta la fecha, se verifica el ir y venir entre ambas orientaciones. Pasando de aspectos económicos a aspectos políticos, se puede mencionar el cambio de rumbo, constante también, entre la ampliación o la limitación de la intervención popular en el gobierno. Inicialmente este fenómeno se verificó entre la extensión de la votación que propugnaba Dorrego y la postura de los unitarios porteños orientada a limitar el voto exclusivamente a la gente “culta”; luego se registró entre el voto cantado y fraudulento de los conservadores contra el voto secreto y obligatorio de los radicales; y finalmente, la simple y contundente oposición entre elecciones y golpes de estado.  En el ámbito cultural, la sucesión de períodos con predominio de una  intensa desvalorización de nosotros mismos y sobrevaloración de lo extranjero en todos los órdenes – desde la música y los bailes, hasta los libros y la producción cinematográfica – seguidos de otros de intensa valoración propia y desvalorización de lo ajeno, es por todos conocida y vivida seguramente más de una vez a lo largo de la propia vida.

Obviamente el impacto de este ir y venir constante por rumbos opuestos, es claramente destructivo. Porque quienes empiezan a construir cualquier elemento – desde una industria hasta una teoría científica pasando por un partido político, una composición musical o un guión cinematográfico – confían en la continuidad de una dirección determinada. Cuando ésta cambia a la opuesta, ven despilfarrados sus esfuerzos, recursos y avances, además de debilitadas sus aspiraciones y motivaciones. Imaginar la cantidad y calidad de aportes, sueños, proyectos  y construcciones destruidas en el país a lo largo de sus dos siglos de existencia a causa de este problema, permite darle cierto fundamento fáctico al dicho que afirma: “En Argentina crece de noche lo que durante el día destruye”. Ciertamente no es que en cada vuelta atrás volvamos exactamente al mismo punto de partida; se va transformando la realidad, pero a un costo altísimo. Si no hubiéramos tenido que soportar este ir y venir permanente durante los dos siglos de existencia independiente, seguramente nuestra solidez y proyección como país serían en la actualidad, mucho mayores que la que hoy  tenemos.

Otra dificultad producida por el desencuentro que llevamos en nuestras entrañas, es que en los pliegues anímicos de los actores del drama – todos los argentinos, cualquiera sea el bando en que se encuentren – se instala una insatisfacción casi consustancial al hecho de ser argentinos. Este estado de ánimo, que inclina a la frustración a la vez que incita a la lucha para que las cosas cambien, nos lleva a desarrollar un odio larvado hacia el oponente que se ve como causa esa frustración. Y también – como en toda guerra – a suplantar la realidad o una parte sustancial de ella, por la “verdad” que conviene a la visión de las cosas y a los propósitos que cada parte tiene y quiere lograr. La distancia entre la historia oficial y la no oficial o entre los diversos relatos sobre el pasado inmediato y el presente, nos eximen de abundar en ejemplos sobre este tema. El debilitamiento que este hecho provoca sobre una de las energías más poderosas de cualquier comunidad humana – la propia identidad – es  tremendo; y afecta directamente la convicción y fortaleza con que se encaran las acciones colectivas.

Otra dificultad no menor es la inestabilidad y endeblez o falta de solidez de todas las obras o acciones emprendidas. Porque al resolverse el antagonismo en triunfos parciales de cada una de las partes, incapaces de incluir al conjunto y de sostenerse en el tiempo, dan lugar a que, luego de un lapso, se repita el ciclo pero con sentido contrario. La persistencia a lo largo de doscientos años de historia, de una alternancia de fuerzas y orientaciones tan opuestas como incapaces de imponerse definitivamente, es la causa profunda de la inestabilidad no sólo institucional, sino de todo tipo, que nos afecta como país.

Por último, y esto es muy grave, la experiencia colectiva de este antagonismo, vivida y repetida una y otra vez, derivó en la convicción cultural de que cualquier intento de integración entre las partes en pugna, o de resolución constructiva de este hondo desencuentro, está condenado al fracaso. Y de tal  horizonte de imposibilidad se desprende una voluntad colectiva – no por inconciente menos real ni menos persistente – de no bregar por superar esa diferencia. Lo que genera una ruptura profunda del “nosotros”, que trastorna y descompone en dos la identidad nacional, a la vez que debilita el sentido de pertenencia a una patria común; quitándole posibilidades al fortalecimiento y proyección del país en el concierto de las naciones de la región y del mundo.

Aceptar la existencia de este problema y tomar conciencia de las profundas consecuencias negativas que  tiene sobre la vida de todos los argentinos, es el primer paso para comenzar a resolverlo. Lo cual no significa ni que ambas posturas y partes sean ética y políticamente equivalentes, ni que la solución pase por encontrar un “justo medio” normalmente ineficaz e inconducente para la solución de conflictos. Significa que, emocional, inteligente y decididamente, tenemos que reconocerlo primero como problema y analizar, luego, todas las dimensiones, magnitudes y aspectos del conflicto, para encontrar la forma de superarlo. So pena de repetir indefinidamente la misma historia.