EL FUTURO SENTIDO DE LA VIDA

En un par de notas anteriores (1) mostrábamos claramente las diferentes posturas existenciales que tenían nuestros pueblos indígenas – “nosotros estamos en la tierra” – por un lado, y los colonizadores e inmigrantes europeos – “yo soy alguien poseyendo objetos” – por el otro. Estas posturas existenciales tan distintas, echaban sus raíces en sociedades milenarias aisladas entre sí, desde las cuales se crearon sentidos de la vida muy diferentes.

La conquista de nuestro continente por los europeos significó no solo la drástica reducción de su población originaria, junto a la incorporación de grandes masas de poblaciones europeas y africanas, sino también la imposición de la civilización moderna a los pueblos aglutinados en estas tierras. Se introdujeron visiones, valores, formas de pensar, maneras de sentir y comportamientos completamente ajenos a las de las sociedades y culturas originarias. Lo que fue acompañado, además, por una transformación sustancial de sus formas de sustentación – desde una agricultura de auto abastecimiento a una diversidad de producciones destinadas al mercado internacional – y de la distribución de las riquezas y el poder, al interior del continente Abya Yala. Estos factores debilitaron y desintegraron las comunidades nativas a tal punto, que sus sentidos de la vida sobrevivientes, quedaron encerrados y conservados en ámbitos socioculturales muy limitados y recónditos.

Si bien la mezcla de conjuntos humanos y culturas diferentes, sentó las bases para la potencial creación de un significado de la existencia novedoso, actualmente el sentido de la vida dominante en nuestro continente, es el que la civilización moderna le transmitió e impuso. De más está decir que cuando aquí hablamos del sentido de la vida, no nos estamos refiriendo al significado particular que cada persona le asigna a su existencia, de manera personalísima e insustituible. Nos referimos a aquel significado vital básico, que cada cultura le asigna a la vida humana y a la existencia del mundo, convirtiéndose en el marco que le otorga sentido a todas las actividades de dicha sociedad.

Por ejemplo, el sentido de la vida de la civilización moderna es el de PROGRESAR. En efecto, su núcleo lógico significativo afirma que el proceso y sentido central de la existencia, consiste en alcanzar estadios cada vez mejores, en términos de cantidad y calidad de bienes y conocimientos disponibles. La creencia en el progreso indefinido de la humanidad, es una convicción incuestionable de esta civilización. Pero no solo es una certeza sobre lo que sucede, sino que se convierte en un ideal a conseguir, del cual se derivan, consecuentemente, obligaciones a cumplir. Pareciera, en efecto, que el mundo en su totalidad y cada nación específicamente deben, por ejemplo, aumentar constante e incuestionablemente su Producto Bruto Interno, so pena de cometer el pecado mortal de estancarse y retroceder. Asimismo cada empresa debe obtener rentabilidades cada vez mayores y cada familia y hasta cada persona, debe adquirir mas y mejores casas, autos, elementos electrónicos, títulos académicos u otros bienes, para manifestar su progreso y ser bien considerados. Contrariamente, se desvaloriza y hasta menosprecia a quienes no logran cumplir – sean individuos o sociedades – la orden implícita de aumentar constantemente su disposición de bienes y conocimientos, es decir, de “progresar”.

Para notar la tremenda diferencia con el sentido de la vida de los pueblos originarios, podríamos decir que éste era el de PERTENECER. Su sentido de la vida pasaba por concebirse, sentirse y actuar como una parte más del mundo. La cuestión vital consistía en reconocer y adecuarse a las relaciones y las leyes de la naturaleza, integrándose a ella; lo que implicaba una constante adaptación, aporte y armonización al y con el medio en que vivían. Su sentido de la vida consistía, casi, en un poner el ser humano al servicio de la madre tierra. Nada más lejano de la pulsión “progresista” por producir objetos y conocimientos nuevos, para poner la naturaleza al servicio del hombre. Recuperar el valor de este antiquísimo y no poco sabio sentido de la vida originario, es parte del camino a seguir para definir el futuro sentido de la vida desde Abya Yala.

Pero actualizándolo a las nuevas circunstancias existenciales, tales como la destrucción constante, acelerada y progresiva de gran cantidad de especies vegetales y animales, la progresiva contaminación del agua y el aire, el avance del cambio climático, la concentración creciente de las riquezas y el incremento constante de las desigualdades sociales. Así como contemplando, además, la conciencia juvenil de encontrarse en un proceso de deterioro continuo de las condiciones naturales y sociales de vida, su certeza de poder acceder a múltiples conocimientos y conexiones planetarias, y sus expectativas de aportar lo suyo a la modificación de ese curso de acontecimientos (2).

Considerando estas realidades, el sentido de la vida más adecuado que puede plantearse hacia el futuro, parece ser el de CUIDAR Y CUIDARNOS.

Ni dedicarse a progresar indefinidamente, ni conformarse solo con pertenecer. CUIDAR Y CUIDARNOS, se presentan como las consignas más adecuadas para definir el futuro sentido de la vida, sobre el que se asiente una nueva civilización.

En próximas notas iremos desplegando los distintos aspectos e implicancias de semejante civilización.

Lic. Carlos A. Wilkinson

(1) APORTES A UNA NUEVA CIVILIZACIÓN II y III

(2) APORTES A UNA NUEVA CIVILIZACIÓN IV

EL SENTIDO DE LA VIDA

Toda civilización tiene un núcleo lógico-emocional significativo que, como su nombre lo indica, es la fuente que le otorga significado a todos los elementos del mundo en que se vive, incluidos los propios seres humanos. Está constituido por un conjunto integrado de ideas y sentimientos básicos respecto al mundo y a como movernos en él. Destaca qué aspectos de ese mundo son los fundamentales, estableciendo la visión que tenemos del mismo, y delinea las formas adecuadas de vincularnos con él, definiendo de ese modo, el sentido que tiene la vida humana para los miembros de esa civilización. Todo núcleo lógico-emocional significativo, con el consiguiente sentido que se le asigna a la vida humana, se expresa o manifiesta a través de un sistema de valores, creencias y convicciones esenciales.

Si, por ejemplo, la fecundidad de la tierra es considerada una dimensión básica del mundo en que se vive y las formas de mantenerla y aprovecharla, dos elementos centrales de la relación con ella, el núcleo civilizatorio se expresará, por ejemplo, en la creencia sobre una diosa que pueda aumentar o disminuir la fecundidad, en convicciones sobre las conductas que se deben adoptar para incentivar que la incremente y en la asignación de una importancia trascendental a las conductas que aseguren el cuidado de dicha fecundidad. Si, por poner otro caso, el vínculo trascendente con seres divinos y las maneras de establecerlo y desarrollarlo, son vistos como los elementos esenciales del mundo, el núcleo civilizatorio estará configurado por las características de esos seres divinos y los valores y normas a respetar y seguir para que el vínculo con ellos sea el adecuado. O, por poner otro ejemplo más, si el intercambio de objetos entre conjuntos humanos distintos, es considerado un aspecto básico del mundo en que se vive, el núcleo civilizatorio considerará, por ejemplo, la compra y venta de bienes como un mandato divino o natural irrevocable, así como por creencias y convicciones sobre los fines y las formas adecuadas de llevar adelante esa actividad.

Lo importante a destacar, es que sobre dichos núcleos de significados y sentidos de la vida, se funda y mantiene todo el edificio civilizatorio. Constituyen algo así como el corazón que le da vida, sostiene e impulsa el desenvolvimiento de esa civilización en determinada dirección. Tanto las estructuras de los sistemas sociales, económicos y políticos, como los códigos éticos y culturales, como las orientaciones seguidas por las conductas individuales y grupales y las expectativas sobre las acciones que deben realizarse en los distintos roles y funciones desempeñados por diferentes personas, se asientan en ese núcleo significativo lógico-emocional. Sus valores, creencias y convicciones penetran y alinean todos esos elementos, otorgándole unidad al significado de la existencia que postula dicha civilización. Una unidad que, sin embargo, no necesariamente es ni monolítica ni inconmovible, pero sí lo suficientemente coherente, en su contenido conceptual y afectivo, como para que cualquier elemento pueda ser fácilmente identificado como formando parte del sentido que le asigna a la vida, ese complejo civilizatorio.

Pero la cosa no es, sin embargo, tan simple. Porque esos núcleos significativos, no surgen de la nada. Son el resultado de la elaboración humana, pero de una elaboración humana que se realiza en determinadas situaciones externas e internas de la sociedad donde nacen. En consecuencia, es una producción que está condicionada por ambas realidades. Dicho de otra forma, si bien el núcleo lógico-emocional significativo de una civilización determina gran parte de sus sistemas sociales y formas de vida, está, a su vez, condicionado por las fuentes de subsistencia y la distribución del poder, de la sociedad sobre la que se sustenta.

Probablemente un sentido de la vida centrado en asegurar la fecundidad de la tierra, exista en una sociedad agrícola y costaría encontrar convicciones de este tipo, en una sociedad que vive del comercio. Viceversa, es improbable que una sociedad mercantil adopte una diosa de la fecundidad en su núcleo lógico afectivo de significados básicos, en lugar de un mandato divino o de otro tipo, que premie el intercambio de bienes con sociedades ajenas. Más aún, la manera en que se organiza y distribuye el poder en la sociedad donde se origina, también está ligada al sentido de la vida que se establece en esa civilización. Ya sea porque las creencias generan la necesidad de crear, o justifican la existencia, de ciertos poderes – las sacerdotisas, los predicadores, o los mercaderes, por caso – ya sea porque las estructuras de poder preexistentes, influyen en el contenido de dichas creencias.

Lo cierto es que un determinado núcleo lógico-emocional significativo y el sentido de la vida derivado de él, es el elemento esencial que habrá que delinear para gestar y desarrollar una nueva civilización. Cosa que comenzaremos a hacer en la próxima nota.

Lic. Carlos A. Wilkinson