NATURALEZA O MADRE

Quizás no haya otro par de palabras donde se muestre, tan sintética y claramente, la diferencia de significado que tiene una misma realidad para culturas diferentes.

La civilización moderna, de origen europeo, llama a todo aquello que nos rodea, naturaleza o medio ambiente, mientras las culturas originarias americanas la llaman madre, sea con la palabra Pachamama o alguna similar. La primera implica  una relación emocionalmente neutral y predominantemente racional entre el hombre y lo que lo rodea, mientras que la segunda involucra una relación afectiva muy profunda y vinculante entre ellos. Es una diferencia sustancial en la forma de posicionarse en el mundo.

Los pueblos nativos desarrollaron una compenetración tan intensa entre ellos y sus medios, que cuando hablan de “comunidad” se refieren no a un agrupamiento de seres humanos, sino al conjunto de seres vivos y existentes en determinado territorio; tierra, ríos, lagos, plantas, animales y humanos incluidos. En tanto, la cultura europea moderna no solo distingue a la comunidad humana del resto de seres que la rodean, sino que, incluso, separa a los individuos dentro de la misma comunidad, como si cada uno pudiera vivir sin conexión con los demás (1). Si hilamos un poco más fino, podemos decir que las culturas aborígenes se fundan en la vinculación innegable de los hombres con el resto del mundo, concibiéndose y sintiéndose como una parte de ese mundo que los origina y sostiene. Mientras que la cultura europea se basa en la separación del ser humano respecto de la realidad circundante, pensándolo y haciéndolo sentirse ajeno, diferente, superior y distante de ese mundo. Para una, madre, para la otra, naturaleza.

Solo captando las raíces de esta honda y lejana diferencia cultural, puede entenderse la resistencia creciente de muchísimos pueblos indígenas que van desde Esquel  o Vaca Muerta hasta Oaxaca, pasando por Arica, Rio  Blanco, Las Bambas, Tintaya y miles de localidades más, a la explotación petrolera, la megaminería, el monocultivo y el desmonte de bosques nativos; actividades que muestran el resultado de concebir a la naturaleza como un depósito de mercaderías.

Porque cuando durante el Renacimiento europeo se empezó a adjudicarle una importancia creciente al conocimiento racional y emocionalmente neutral de la naturaleza, en el marco del incipiente desarrollo mercantil burgués, ésta se comenzó a mirar, rápidamente, como un simple depósito de mercaderías. La separación y superioridad del hombre respecto a la naturaleza, que estaba en su raíz judeo greco cristiana, tomó entonces un derrotero novedoso. Esa naturaleza con su belleza, sus sorprendentes maravillas, sus incógnitas y su conexión con una inmensidad infinita, trascendente y hasta misteriosa, fue perdiendo importancia y diluyéndose. Mientras el avance cada vez más amplio y profundo de una ciencia y una técnica orientada a conocerla para explotarla, la iba convirtiendo en algo exclusivamente útil. Es decir, reducía la naturaleza a un depósito de materias primas y productos susceptibles de convertirse en mercaderías, con el fin de ser volcados al flujo comercial planetario.

A medida que el desarrollo mercantil capitalista europeo se profundizó e irradió por todo el orbe, la concepción de separación y superioridad del hombre respecto de la “naturaleza” se fue arraigando, tanto en la sociedad que impulsó dicha expansión, cuanto en aquellas sociedades extra europeas que se plegaron a ella. Pero, al mismo tiempo, cuando fue llegando a zonas cada vez más alejadas del planeta y, en nuestra América, a áreas con núcleos culturales indígenas sólidos, los conflictos como los señalados arriba, iniciaron su aparición pública; poniendo en tela de juicio la concepción de la naturaleza como simple depósito de mercaderías.

Pero no solo estos choques expusieron las dificultades de la relación entre la humanidad y la naturaleza propia de la civilización moderna. En su mismo interior comenzaron a aparecer cuestionamientos importantes. Uno, muy impactante en su momento, fue la aparición en 1972 del estudio del Club de Roma sobre los Límites del Crecimiento. Su tesis de que era imposible un crecimiento infinito en un mundo finito, acompañado de múltiples proyecciones sobre los años en que se acabarían ciertos recursos esenciales, causaron mucho revuelo en los medios científico tecnológicos y en las corporaciones empresarias; cuestionaba la idea del crecimiento permanente en que se apoyaba la economía mundial. Pocos años después la concepción propia de la ecología, saltaba de estudios sobre ecosistemas particulares y limitados, a la idea de un ecosistema planetario como  ámbito donde todo está interconectado, e iba ganando cada vez más adeptos, cuestionando así la base separatista seguida hasta entonces por la ciencia. Por último la constatación de problemas concretos y serios como el agujero de ozono, el cambio climático, las hambrunas crecientes, etc. etc. y la exigencia de medidas para enfrentarlos, comenzaron a implantar algunas pautas de cuidado del medio ambiente en la civilización actualmente dominante. Pautas que implican una conciencia, todavía borrosa pero hasta entonces inexistente, de que el deterioro del medio ambiente termina deteriorando la vida humana.

Sin embargo, todos estos cambios no llegaron aún a cuestionar el fundamento mismo de esta civilización, es decir, la supuesta separación y superioridad del hombre respecto al resto de seres vivos y existentes.  Ni mucho menos a suplantarlo por otro. Lo cual es compresible, porque resulta muy difícil que un cambio de principios y fundamentos tan profundos, surja de la misma civilización moderna que los creó y en los que fundó su desenvolvimiento. Lo más probable es que semejante cambio anide y se desarrolle en comunidades humanas alejadas y no tan compenetradas con la civilización moderna; como pueden ser nuestra América y África.

En tal sentido creo que habría que mirar con cierto interés hacia nuestro propio continente y preguntarnos: ¿no habrá llegado la hora de recuperar la ancestral sabiduría de los pueblos originarios, en su concepción de la vinculación del hombre con lo que le rodea, para establecer las bases fundacionales de una nueva civilización mundial?

 

(1) Ver la nota NO ESTAMOS OBLIGADOS A SER GANADORES…NI PERDEDORES