¿DE QUÉ CAMBIO CULTURAL HABLAMOS?

Hoy se habla mucho de realizar un cambio cultural, para evitar un retorno varias veces reiterado al deteriorante país externo configurado, hoy enmarcado en el modelo neoliberal.

Sin embargo, el cambio cultural puede adoptar una infinidad de formas, sentidos y contenidos, que habría que definir con claridad; porque toda cultura tiene muchos aspectos y dimensiones que pueden modificarse o mantenerse. Por ejemplo, un cambio cultural puede ser suplantar la historia “oficial” por una historia revisionista en la enseñanza pública; pero también, modificar el uso de autos de combustión interna por autos eléctricos, puede ser un cambio cultural significativo; lo mismo que sustituir la creencia en un progreso lineal unidireccional de la humanidad, por la de un movimiento circular cíclico del desenvolvimiento humano. Todos estos cambios culturales y otros muchos que podemos agregar a la lista serían posibles, pero ninguno de ellos aparenta ser el que se está buscando, por lo que se hace necesario dilucidar con precisión de qué cambio cultural estamos hablando.

Porque si bien tenemos muy claro qué cultura no queremos – la que postula el incremento individual de bienes y dinero como sentido de la vida y promueve la meritocracia como el sistema adecuado a la realización masiva de esa orientación vital – cuando empezamos a plantear la que queremos, empiezan los problemas.

Por ejemplo, una de estos cambios culturales propuestos, es el que define la igualdad de oportunidades como el punto cardinal hacia el que debe orientarse la sociedad. Sin embargo, si bien la igualdad de oportunidades es un objetivo muy loable e imprescindible para construir una sociedad lo menos desigual posible, analizándola en profundidad, vemos que se sostiene en el mismo valor de incremento de bienes y dinero, de la cultura que no queremos. La diferencia que postula, respecto a la desigual sociedad actual, es que todos deben tener un punto de partida parecido para iniciar esa carrera por “progresar”; es decir, para dedicarse a obtener cada vez mas bienes y dinero. En el fondo, lo que se propone es una especie de competencia, tan mercantilizada, tan meroticrática y tan fundada en el individualismo como la neoliberal, pero, eso sí, mas “justa”. ¿Es esto el cambio cultural profundo que estamos necesitando?

Otro cambio cultural que se plantea, es el que coloca la solidaridad como valor central. Ciertamente, el hecho de que exista la solidaridad como principio social ordenador, implica un cambio muy importante y altamente beneficioso. Sin embargo, a pesar de representar una clara mejoría respecto a la propuesta anterior, no deja de tener sus dificultades para poder aceptarlo como el cambio cultural buscado. Porque, bien mirado, mantiene el mismo núcleo sobre el que se funda la civilización vigente: el individualismo antropocéntrico. Ya que centra el cambio cultural en un acto voluntario individual, como el del meritócrata – aunque en este caso, ética y socialmente superior – a la vez que plantea un cambio solo al interior de la sociedad sin contemplar su relación con la naturaleza, igual que el neoliberalismo. Más allá de los beneficios que podría acarrear y del grado de utopismo que implica, repito la misma pregunta del párrafo anterior ¿es este el cambio cultural profundo que requiere el país y la humanidad?

Lo pregunto porque quizás, lo que haya que modificar sustancialmente para hablar de un cambio cultural realmente profundo y sin vuelta atrás, sea la visión individualista del ser humano en la sociedad, acompañada por la visión antropocéntrica de la humanidad en el mundo que habita. Este individualismo antropocéntrico – la esencia incuestionable de la civilización actual – tiene orígenes muy lejanos y una larga trayectoria histórica; por lo que resulta muy importante captar su arraigo y significado, para promover un cambio cultural duradero con posibilidades de alterar, para bien, la vida en el planeta.

Dicha forma de concebir y sentir la vida, se gestó y dio sus primeros pasos en las sociedades mercantiles centradas en el mediterráneo y mares aledaños, como los griegos, troyanos, romanos y cartagineses. Se extendió luego, vía imperio romano, a toda Europa, y subsistió, parcialmente modificada pero no sustancialmente alterada, durante el cristianismo medieval. Finalmente, se potenció y expandió por todo el mundo bajo la égida del mercantilismo anglosajón. En está última versión, las figuras del individuo y de la especie humana se fueron distanciando y separando cada vez más de todo lo que lo rodeaba; la persona, del conjunto humano al que pertenece – individualismo – la humanidad, de la naturaleza de la que forma parte – antropocentrismo –. Hasta llegar a concebirse el individuo a sí mismo, como un ser absolutamente independiente de su comunidad y entenderse a la especie humana, como completamente desvinculada de la naturaleza.

En consecuencia, quizás el elemento central y fundacional del cambio civilizatorio – mas que cultural – que queremos y necesitamos imperiosamente, debe ser postular y afirmar la pertenencia indiscutible e inalienable del ser humano a la comunidad y de ésta a la naturaleza. Implica entender y sentir que no puede existir especie humana sin un padre cosmos y una madre tierra que la generen y sostengan, así como no puede existir individuo alguno, sin una comunidad que lo produzca y nutra. Exagerando los términos, para mostrar la profundidad de este cambio cultural, podríamos decir que la especie humana y el individuo no son otra cosa que abstracciones, mientras que la naturaleza y la comunidad, son las únicas realidades; realidades de las que, tanto los individuos como la especie, dependemos absolutamente.

Naturalmente, una nueva civilización cuyo núcleo valorativo, lógico, significativo y operativo, sea la convicción de que somos parte de la naturaleza, como especie, y de la comunidad, como individuos, implica transformaciones de enorme magnitud en todos los sistemas sociales, económicos y políticos hoy vigentes. Solo estando dispuestos a aceptar semejante desafío, podremos avanzar, según mi juicio, en un cambio cultural que evite retornar al neoliberalismo. A detallar algunas de las características y repercusiones que tal cambio implicaría, dedicaremos unas próximas notas de este blog.

Lic. Carlos A. Wilkinson