La obstrucción a la consolidación de la Confederación Argentina por parte del polo unitario exiliado en Montevideo, se hizo de diversas maneras. Promoviendo desinteligencias y enfrentamientos entre provincias; provocando la destitución o planeando y en algunos casos ejecutando la eliminación física de dirigentes federales, prometiendo la entrega de provincias argentinas a gobernantes de los países vecinos, a cambio de apoyo a sus intentos de desestabilizar la Confederación, e impulsando la invasión y/o bloqueo de los grandes imperios europeos y regionales del momento al país, sus ciudades y ríos. Con posterioridad a la batalla de Caseros el partido unitario se opuso a la Confederación comandada por Urquiza, desconoció la Constitución de 1853, dictó una Constitución propia para la Provincia de Buenos Aires y en 1856 Mitre propuso fundar el estado del Río de la Plata independiente del resto del país.
Este acoso permanente del partido unitario sobre la construcción federal, provocó el endurecimiento y rigidez creciente de las respuestas federales. Como consecuencia de esta dinámica, los sectores más intransigentes de ambos polos fueron ganando posiciones, asegurando la acentuación y continuidad del conflicto. Simultáneamente se fue intensificando hasta límites impensables el grado de violencia en las acciones de unos contra otros. Las matanzas de derrotados y prisioneros – hasta entonces inusitadas – sobre todo, aunque no únicamente, por parte de los ejércitos unitarios, son una prueba de esta intensificación. Así, el escalamiento del choque alcanzó el nivel de mortal; nivel donde ambas partes consideran que el conflicto sólo puede resolverse con la eliminación del otro.
Paralelamente se fueron profundizando estereotipos fijos y cargados de negatividad y odio sobre la parte antagónica, hasta alcanzar su grado máximo en la formulación del principio político unitario de “Civilización o Barbarie”; síntesis fundamentalista de la división existente. Según este principio, o triunfaba la “civilización” asegurando al país incluirse en la corriente del Progreso europeo, o triunfaba la “barbarie” sumiéndolo en el caos y la anarquía propia de la incapaz población “nativa”. No había posibilidad alguna de integración entre ambos polos; era o uno u otro. Esta fórmula no solo clarificará a los unitarios el sentido de su lucha en este período, sino que guiará la construcción social del país posterior a Pavón. Obviamente, tal caracterización de la realidad nacional, denigrante y excluyente de la mayoría de origen gaucho, establecerá una división profunda y maniquea entre los argentinos, muy difícil de superar. En lugar de constituir un principio para su unión e integración.
Muchas de las acciones y concepciones unitarias de este período son poco entendibles si no se tienen en cuenta los antecedentes y la lógica ladina, de las que provenían. En efecto, durante el período de lucha por la independencia, importantes sectores ladinos habían gestado alianzas con españoles y/o portugueses en el litoral y en el norte – aún a costa de debilitar seriamente la lucha por la independencia – con tal de acabar con los caudillos emergentes del pueblo gaucho movilizado. En la mentalidad ladina, estas alianzas, si bien no podían exponerse abiertamente por temor a la repulsa popular, eran perfectamente aceptables. Porque al autodefinirse como “civilizadores europeos en América”, les resultaba más aceptable aliarse con los enemigos europeos contra los bárbaros nativos, que aliarse con estos, amenazando la “civilización” de la que se sentían parte. Esta autodefinición, además, les permitía esconder bajo un manto idealista el temor que les producía la amenaza a su poder, por el surgimiento de un poder popular no controlado por ellos.
Estos antecedentes y esta lógica, sumados al sentimiento de fracaso provocado por la frustración de la autodenominada “feliz experiencia” rivadaviana – que intentó imponer desde Buenos Aires y por la fuerza ideas, instituciones y capitales europeos al resto del país – configuraron las bases del partido unitario. Su posterior exilio en Montevideo y la larga resistencia federal a sus ataques, exacerbaron su desilusión con el país y su odio hacia los federales y hacia el pueblo llano en general. Por su parte los federales desarrollarán en este proceso un odio creciente hacia la elite unitaria y los sectores de clase media alta por ella guiados, debido al acoso constante que culminará con Pavón, la posterior separación de Buenos Aires y finalmente la desintegración de la Confederación Argentina.
De esa forma quedó establecida la división entre los argentinos – hoy llamada grieta – como instancia central de la convivencia nacional. Quedará instalada firmemente en los estratos más profundos del inconsciente colectivo, a causa de las intensas experiencias conflictivas vividas en esta etapa. Razón por la cual reaparecerá una y otra vez a lo largo de la historia del país de los argentinos.