COMUNAS DEMOCRÁTICO PARTICIPATIVAS

En notas anteriores expusimos la resistencia que sufrieron las Comunas porteñas, primero para ponerse en funcionamiento y luego, para que dispongan de los recursos y funciones que les adjudica la ley (1). En ésta vamos a intentar describir sucintamente el diseño institucional que tienen y su porqué.

Dado que las Comunas son la primera y única institución permanente de la democracia participativa en la ciudad, conviene recordar el principio básico que la diferencia de la democracia representativa. Según esta última “el pueblo no delibera ni gobierna sino a través de sus representantes”, mientras que para la primera “el pueblo delibera y gobierna con sus representantes”. La democracia participativa complementa la representación con la participación directa de los ciudadanos, en la elaboración y el control de las políticas y obras públicas a ser llevadas adelante por los representantes. El derecho que la democracia participativa le otorga a la ciudadanía, es el de intervenir directamente y no solo a través de la elección de sus representantes, en las decisiones que se toman sobre la ciudad. El problema, sin embargo, consiste en traducir ese principio general, en una estructura organizativa institucional que materialice esta nueva forma de relación entre el pueblo y sus gobernantes. Es decir, la dificultad pasa por darle a la institución democrático participativa comunal, un diseño organizativo que establezca con claridad y equilibrio, la forma en que los ciudadanos y sus representantes electos deben articularse entre si. Veamos como resuelve esta dificultad el diseño institucional comunal.

La primera característica institucional destacable de la Comuna, es que tiene un ámbito territorial y poblacional limitado, observable en forma directa tanto por los vecinos como por los funcionarios: el barrio. Es una institución “cercana”. Este aspecto no es menor, por cuanto su inmediatez hace que sea una institución simple, que no requiera de grandes aparatos burocráticos de administración y verificación de la realidad, para implementarse.

La segunda característica es que se estructura con dos organismos públicos: la Junta Comunal y el Consejo Comunal. El primero es un organismo ejecutivo elegido por voto popular, compuesto por siete Juntistas. El segundo es un organismo consultivo comunitario, integrado por todos aquellos vecinos y organizaciones que voluntaria y gratuitamente quieran integrarlo.

La Junta Comunal tiene dos particularidades. Una, que es un Poder Ejecutivo colegiado, cosa no común en nuestras instituciones políticas, dominadas por poderes ejecutivos unipersonales; esto obliga a tomar decisiones compartidas. La otra particularidad es que se integra en forma proporcional a la cantidad de votos obtenidos por los partidos competidores, de manera que siempre va a resultar formada por miembros de dos o más fuerzas políticas diferentes; esto, estructuralmente hablando, la inclina más a buscar consensos que a profundizar divisiones. Porque quien preside la Junta Comunal no es el ejecutivo unipersonal de la Comuna, sino el que administra las decisiones colectivas de ésta.

El Consejo Comunal, por su parte, tiene un fuerte componente común – debido a la homogeneidad de las temáticas locales – a la vez que un alto grado de diversidad entre sus integrantes, lo cual también inclina a buscar y encontrar propuestas integradoras comunes, reforzando el carácter comunitario del organismo.

Por último, la relación que se establece entre ambos organismos públicos de la Comuna, es llamativa y original. El Consejo Comunal es el encargado de canalizar las necesidades y demandas vecinales ciudadanas a la Junta Comunal y de elaborar participativamente el plan de acción anual comunal. Por su parte, la Junta Comunal, si bien debe tratar las propuestas que le remite el Consejo Comunal, no está obligada a aceptarlas; sin embargo, debe rendir cuentas semestralmente al Consejo Comunal de su gestión.

En síntesis, el diseño institucional de la Comuna como gobierno local democrático participativo, es bastante equilibrado en la forma como combina las facultades propositivas y controlantes de la población, con las funciones ejecutivas de los mandatarios elegidos; es decir, la manera en que articula el derecho participativo de los ciudadanos, con el derecho a dirigir las obras y acciones públicas de los representantes.

Sin embargo, para que la democracia participativa comunal funcione efectiva y plenamente, no alcanza con un adecuado diseño institucional. Hace falta la voluntad política de ponerla en práctica, tanto por parte de la dirigencia partidaria, cuanto de la ciudadanía. Voluntad política que, para poder concretarse, necesita en primer lugar de un conocimiento masivo sobre la existencia y características de esta institución por parte de la población, que el gobierno de la ciudad se ha encargado, sistemática e intencionalmente, de impedir.

Cumplido este requisito, los cambios mas importantes a impulsar son dos: el cambio de una actitud delegativa a una protagónica, por parte de la ciudadanía y la modificación de una actitud dominadora a una de servicialidad, por parte de la dirigencia política.

La actitud delegativa de la población asume en general dos modalidades. La del ciudadano que asigna un lugar sobredimensionado a la autoridad, por lo cual no se considera con derecho a cuestionarla y la de aquel para quien la autoridad debe hacerse cargo de todo, ya que para eso él “paga sus impuestos”. Ambas posturas tan opuestas, tienen, sin embargo, una base común: delegan completamente en la autoridad, la facultad de tomar las decisiones sobre lo común y llevarlas adelante. Frente a un accionar inadecuado de ésta, solo cabe quejarse y criticar; nunca asumir una acción opuesta salvo,quizás, cambiar el voto en la próxima elección. La actitud protagónica, por el contrario, implica involucrarse natural, constante y activamente en la construcción de lo público – es decir, de lo que es común, de lo que es de todos/as – porque el ciudadano que tiene esta posición, se siente parte de la comunidad a la que pertenece y valora.

Por su parte, la postura dominadora de la dirigencia, consiste en considerarse “dueño” del cargo público para el que fue designado y, consecuentemente, se estima con el derecho de hacer lo que crea conveniente con lo que es común. Ante cualquier posición de la ciudadanía en contra de su accionar, la reacción de quien tiene esta actitud es imponer lo propio, sea por seducción o por represión. La tesitura servicial, por el contrario, consiste en saberse mandatario de quienes lo designaron para encargarse de lo público, de lo común, por lo cual la consulta, atención y consideración de lo que creen conveniente sus mandantes, es lo considerado justo y correcto.

Sintéticamente expresado, para que la democracia participativa comunal funcione adecuadamente se requieren, además de un diseño institucional correcto, muchos vecinos y organizaciones protagonistas y muchos dirigentes políticos serviciales, ambos dispuestos a compartir sentimientos, intercambiar ideas y coordinar acciones, en función del bien de lo común.

(1) “Las Comunas porteñas: una institución resistida” de Junio de 2019 y “Las Comunas porteñas realidad y proyecto” de Julio de 2019

EL DESAFÍO DE CERRAR LA GRIETA II

Las grietas del tipo de la que tenemos en nuestro país, no son imposibles de cerrar, siempre que se cumplan dos condiciones: que no se nieguen y que no se busque cerrarlas desde un punto intermedio. Esto es así porque, por un lado, si se niegan no se cierran sino que se esconden, lo cual no impide que sigan operando en la realidad, pero peor; porque al negarse su existencia no tienen ninguna posibilidad de ser tratadas ni, en consecuencia, resueltas. Y, por otro lado, si se intentan cerrar juntando “lo mejor de cada posición” en un punto intermedio, sucede que, como ambas posiciones son antagónicas y lo antagónico, por definición, es aquello imposible de integrar, pueden gestarse dos situaciones: o se unen aspectos secundarios que no son los antagónicos, con lo cual el conflicto de fondo continúa, o se arma un punto intermedio con los aspectos centrales de ambas posiciones juntas, pero no integradas, lo que le quita coherencia, solidez y durabilidad. De manera que, en ambos casos, lo mejor que se obtiene es una posición de equilibrio inestable, que en cualquier momento vuelve a volcarse hacia un lado u otro, retrasando la manifestación de la grieta, pero no resolviéndola.

Por muy duro que pueda parecer, el único camino realista que ofrece posibilidades de cerrar este tipo de grietas pasa, primero, por reconocer su existencia y segundo, por el triunfo de una de las posiciones en pugna, sobre la otra. Los casos del triunfo del Norte sobre el Sur en la guerra de secesión de EEUU hace dos siglos y, el siglo pasado, la victoria sobre el apartheid y el voto restringido solo a los blancos, por parte de Mandela y la Confederación Nacional Africana en Sudáfrica, son dos claros ejemplos de lo dicho.

Sin embargo, no cualquier clase de reconocimiento, ni cualquier clase de triunfo, permiten superar el abismo existente entre dos configuraciones sociales enfrentadas antagónicamente. El reconocimiento debe ser tal, que acierte a plantear los elementos esenciales del antagonismo; si se define la grieta en términos que no son los aspectos medulares que la configuran, dicho reconocimiento será inútil para resolverla. Por su parte, el triunfo debe ser tal que impida definitivamente a la otra posición la posibilidad de reinstalarse, caso contrario el conflicto volverá a surgir una y otra vez. No por casualidad la forma más habitual en que se resuelven estos enfrentamientos es la guerra, aunque no sea ésta la única manera posible.

En nuestro caso, como ya expusimos en una nota anterior (1), resulta esencial reconocer que la grieta no es simplemente una grieta entre clases, ni entre pobres y ricos, ni entre intereses nacionales y extranjeros, ni entre conciencia nacional e internacional, ni entre elitistas y populistas. Es más compleja. Junta varias de esas antinomias y las mezcla, combinando la oposición entre dos formas diferentes de percibimos a nosotros mismos, con dos tramas de intereses divergentes entre sí. Intentando abarcar la complejidad de los polos de la grieta argentina, las llamamos un país “externo configurado” a uno, e “interno configurado” al otro. Uno pensado, sentido e intentado construir desde los criterios y necesidades de los centros mundiales dominantes, sobre los que se monta una porción de la población para obtener sus ideas y beneficios. Otro, un país pensado, sentido e intentado construir desde las miradas y necesidades propias, sobre cuya dinámica se sustenta otra parte de la población para generar sus pensamientos y beneficios.

A partir del reconocimiento de esta compleja realidad, queda claro que la superación de nuestra grieta implica el triunfo de una posición sobre la otra, en sus dos componentes esenciales; la forma en que nos concebimos y la trama de intereses de nuestra realidad material. O bien triunfa la postura de concebirnos como una parte del mundo dominante y de acoplarnos al predominio de los intereses externos en la estructuración de nuestra sociedad. O, por el contrario, vence la postura de concebirnos como una comunidad con valor propio, capaz de organizarse apelando al desarrollo pleno de sus ideas y recursos, para satisfacer sus múltiples intereses internos.

Para que este triunfo sea duradero, es preciso que adopte alguna de las siguientes formas. El polo externo configurado debe lograr que se elimine todo vestigio de independencia mental colectiva y que se anule cualquier actividad económica relevante que no necesite pasar por las vinculaciones con el exterior. El polo interno configurado debe conseguir que la convicción de ser una comunidad con capacidad de pensamiento y acción propias, se consolide y expanda hasta suprimir la dependencia mental colectiva y, a la vez, lograr que las actividades económicas cruciales se asienten en la satisfacción de las necesidades y aspiraciones de todos los sectores y clases de su población.

Cómo pueden uno u otro conseguir este triunfo, es lo que desarrollaremos en una próxima nota.

(1) EL DESAFÍO DE CERRAR LA GRIETA I Julio 2019