DESAFÍOS DEL SECTOR NACIONAL Y POPULAR

En una nota anterior* decíamos que el “gran desafío que tienen por delante los  grupos de poder pertenecientes al sector nacional y popular, es generar un proyecto de país compartido y entusiasmante para las mayorías, que ponga como sus valores centrales la búsqueda del beneficio común más amplio posible, la unidad de los argentinos, la superación de las estigmatizaciones y odios y la acumulación de logros”. Y nos preguntábamos “¿Está la dirigencia no elitista en condiciones de gestarlo, proponerlo a la sociedad y llevarlo adelante?” concluyendo “El tiempo lo dirá”. Pues bien, ese tiempo ya está corriendo; el partido empezó a jugarse y los resultados preliminares podrán observarse en las elecciones inmediatas de Octubre y las mediatas del 2019.

A nuestro juicio, para avanzar sólidamente en ese camino, será necesario resolver algunos temas profundos, más allá de la neutralización de los habituales pases de facturas y las articulaciones concretas. Un par de ellos generan dificultades en la identidad del movimiento político peronista como eje del movimiento nacional y popular  y, consecuentemente, en su unidad y potencia. Otro se refiere a la generación y actualización de respuestas, tanto prácticas cuanto doctrinarias, frente a una realidad societaria que se transformó significativamente en el mundo y en el país durante los últimos cuarenta años.

El primero de ellos fue el conflicto interno del peronismo de la década del 70. El asesinato de Rucci – puntal básico de Perón junto con Gelbard para encarar un programa económico social consensuado – por parte de Far y Montoneros y la posterior calificación de “imberbes” a sus seguidores por parte de Perón, fueron las manifestaciones visibles de un profundo y traumático cortocircuito, que se había producido en el seno del movimiento nacional y popular de entonces; todavía no resuelto satisfactoriamente. Cortocircuito causado por el choque entre el ingreso masivo y acelerado de una juventud de clase media universitaria, recientemente peronizada, y la tradicional y estructurada rama sindical peronista. Ambas expresaban dos experiencias radicalmente distintas del peronismo. Una, la de la nueva juventud peronista militarizada, que descubrió al peronismo por oposición a sus familias tradicionalmente antiperonistas. Vio  en él una luz de revolución social y se sumó a sus filas, pero lo hizo – con la soberbia propia de su clase – convencida que estaba destinada a conducirlo; mostrando, además, una clara desvalorización de la dirigencia peronista tradicional, especialmente la sindical. Otra, la del peronismo tradicional, confinado a la clase trabajadora industrial y de servicios, más algunos políticos e intelectuales dispersos, sistemáticamente perseguido, pero resistente, gracias a sólidos mecanismos defensivos gestados para sobrevivir. Sus rechazos colectivos ante cualquier elemento que no fuera peronista tradicional, eran extremadamente fuertes. Manifestaba una enorme desconfianza hacia esos nuevos jóvenes peronistas, a quienes juzgaba, no sin razón, como los hijos de quienes habían sido la causa de sus desgracias y persecuciones durante muchísimos años. Hubo mucho de soberbia avasallante, por un lado y de prevenciones reaccionarias y conservadoras por el otro, en este conflicto. Pero lo cierto es que el homicidio del dirigente sindical y la descalificación de Perón a esa juventud, quedaron grabados en el inconsciente colectivo del movimiento nacional y popular, como los recuerdos de un conflicto irresuelto, presente, operante desde las sombras y dispuesto a salir a la luz en cualquier momento. Es necesario entender que ese desencuentro, más allá de las profundas heridas que dejó y perduran, fue la consecuencia casi inevitable de la revitalización del movimiento peronista. Causado por la incorporación masiva de universitarios a un movimiento político desgastado de tanto resistir, que, sin embargo, había logrado sostenerse frente a una persecución brutal de década y media, gracias, fundamentalmente, a los sindicalistas peronistas. Solo la comprensión de que estos hechos son los que nos permiten contar, actualmente, con un peronismo fundado en sólidas bases trabajadoras e intelectuales, permitirá digerir y superar este conflicto.

El otro hecho que tiene que ver con la identidad, es la dialéctica actual peronismo-kirchnerismo; materializada entre aquellos que afirman el primero, para oponerse al segundo, negando la continuidad entre ambos y los que se afirman en el segundo, para oponerse al primero, sin aparecer manifiestamente como antiperonistas. La única verdad, la realidad, es que el kirchnerismo fue el primer gobierno peronista que, después de un terrorismo de estado violentamente destructivo y de una continuidad democrática que profundizó el modelo de país impuesto por la dictadura, recuperó y puso en marcha orientaciones políticas opuestas al mismo y tan peronistas como la unidad latinoamericana o el incremento de la participación de los trabajadores en la riqueza nacional, entre otras. Más allá de algunas cuestiones ideológicas no clarificadas – que trataremos en otra nota posterior – lo cierto es que el kirchnerismo no es más que la forma concreta que asumió el peronismo, luego del intento de neoliberalizarlo que hizo el menemismo. Pretender quitarle el carácter peronista tanto por el lado de los que se asumen como los dueños del mismo, como por  quienes pretenden desperonizarlo desde adentro, es debilitar el movimiento peronista como eje político nacional y popular. Asumir esta realidad, aportándole los elementos peronistas que se crea que faltan y reconociendo claramente los que tiene, es lo que hace falta para superar esta falsa dialéctica.

Por último y teniendo que ver más con el futuro que con el pasado, aparece la falta de actualización doctrinaria y práctica respecto a fenómenos nuevos, surgidos en el mundo llamado postmoderno o neoliberal. Fenómenos que, a nuestro juicio, son la profundización y aceleración de los rasgos más dañinos de la civilización moderna, como resultado del vano intento por evitar el desequilibrio que la está llevando a su crisis y desaparición, en medio de tensiones crecientes e insoportables; de manera similar al motociclista que, perdido el equilibrio, acelera al máximo antes de su inevitable caída.

El incremento de la concentración del poder y la riqueza planetaria en pocas manos, con la pérdida de ambos por parte del resto de la población mundial; con la consiguiente injusticia social, patentizada en una porción creciente de población sumergida y careciente de los medios indispensables para vivir. La expansión casi completa de la mercantilización a todos los aspectos de la vida humana; con la consagración financiera del incremento de la renta del capital como valor único y central de la sociedad. La disminución acelerada de la demanda de trabajo y su precarización. La destrucción progresiva y acumulativa de la naturaleza y el agotamiento de los recursos naturales. La urbanización acelerada, desquiciada y desigual del planeta. Estos son algunos de los principales fenómenos que crearon una realidad societaria diferente, a los que hay que dar respuestas prácticas y doctrinarias adecuadas.

Ante ellos, las medidas orientadas a cubrir necesidades inmediatas en las poblaciones más sumergidas, resultan imprescindibles. Tales como facilitar su informatización y adecuación educativa, promover unidades sociales productivas entre la población marginada urbana para realizar una cantidad creciente de obras públicas menores y viviendas,  proteger y apoyar las unidades de  agricultura familiar y de las comunidades originarias y desarrollar industrias agroalimentarias cercanas a ellas.

Pero, al mismo tiempo, resulta imperioso modificar sustancialmente las estructuras de poder y los fundamentos valorativos de esta civilización que está generando daños crecientes a la humanidad y al planeta. En tal sentido, es necesario recuperar y profundizar la unidad latinoamericana y los organismos y sistemas creados con ese fin, a partir de avanzar en la construcción de democracias participativas en cada uno de nuestros países. Democracias que suplanten las falsas democracias “representativas”, conductoras de sociedades mercantilizadas, dependientes de las corporaciones y moldeadas por medios de información e influencia poderosos. Y que creen, en su lugar, verdaderas Comunidades Organizadas populares y soberanas. Con Estados totalmente dispuestos a trabajar con las organizaciones libres del pueblo en la elaboración y control de las políticas públicas y a supeditar los beneficios privados a las necesidades comunes. Con valores más cercanos al simple vivir bien, ancestral indígena americano, que al “progreso indefinido” de la civilización moderna europea. Civilización que hoy, extendida por todo el mundo, constituye el sustento y justificación de los poderes y visiones que incrementan, aceleradamente, los daños al planeta y la humanidad.

 

*Elementos de la grieta a modificar II: El Poder