CONDICIONES DE LA UNIDAD NACIONAL

Una de las propuestas políticas básicas de Alberto Fernández es la de la unidad nacional. Es una demanda social que va más allá del presidente, porque después de años en los que se marcó y profundizó la grieta, la conciencia sobre la necesidad de unirse, se hizo bastante evidente en gran parte de la población. Sin embargo, cabe preguntarse ¿es posible la unidad nacional en una sociedad dividida por dos modelos de país contrarios?

Antes de iniciar el análisis, vale recordar dos afirmaciones hechas en notas anteriores de este blog. La primera es que las fuerzas impulsoras del modelo de país interno configurado (1), buscaron siempre la unidad entre los diversos sectores de la sociedad; en parte por convicción y en parte por necesidad, ya que dicha configuración nacional solo puede construirse con la incorporación y participación activa de la mayor cantidad de sectores del país. La segunda es que la unidad entre dos poblaciones que se guían por modelos de país contrarios, nunca se logra gestando un modelo intermedio; lo habitual, históricamente hablando, es que el modelo triunfante, manteniendo los principios básicos del proyecto, se flexibilice para integrar todos los sectores, ideas y propuestas posibles; incluidos los de los seguidores del modelo opuesto.

Cabe aclarar, por último, que esta unidad es una propuesta, es decir una realidad a construir y no algo dado; de ahí la necesidad de lograr ciertas condiciones y de realizar ciertas acciones, para que pueda concretarse.

En este sentido, la primera condición para que dicha unidad sea posible es, justamente, que se expanda, profundice y consolide la convicción social sobre la necesidad y posibilidad de dicha unidad. El papel de los intelectuales, comunicadores y educadores, es fundamental para que tal condición se convierta en realidad. Porque van a tener que enfrentar y superar dos posturas muy difundidas y opuestas a esa unidad, necesariamente policlasista, mutilsectorial y multidimensional. La de origen pragmático oligárquico y la de origen ideológico izquierdista. La primera está fundada en una discriminación clasista y racista, según la cual solo algunos – los ricos y poderosos, civilizados y modernos – tienen derecho a decidir la forma en que funciona la sociedad. La segunda está fundada en la convicción, dogmáticamente establecida, de que nada es posible hacer en conjunto con los dueños del capital, por lo cual una unidad con ellos es, simplemente, irrealizable. Ninguna de ellas contempla que las sociedades son el producto de las relaciones de poder entre los distintos sectores y clases que la componen; relaciones que se transforman en función de la capacidad de hacer que adquieren o pierden tales sectores y clases. De manera que es la modificación de la estructura de poder lo que determina la posibilidad, amplitud y características de la unidad nacional a lograr; no los principios dogmáticos de ciertos ideólogos, ni los derechos supuestamente inalienables de los hoy poderosos. Como decíamos arriba, el esfuerzo de intelectuales, comunicadores y educadores para cuestionar ambas posturas y argumentos, va a resultar fundamental. Tan fundamental como impulsar el avance en la convicción cultural de que una unidad nacional equilibrada y justa es, no solo necesaria, sino también posible. En la medida, claro está, en que se reconfigure el sistema de poder real vigente, ampliando la capacidad de decisión sobre lo que es común de todos los sectores, especialmente de los hoy marginados y postergados.

La segunda condición es que se vayan buscando los más amplios consensos en todos los ámbitos. Entre las diferentes regiones y provincias, entre las distintas actividades, culturales, deportivas, sociales, religiosas, entre los diversos sectores productivos, entre trabajadores y empresarios, etc. Es decir, consensos que surjan de la articulación entre los intereses, necesidades y aspiraciones de los múltiples conjuntos humanos internos que componen la nación. Poniendo en práctica, de esta forma, el modelo de país interno configurado que se construye, justamente, entre y para beneficio de todos los sectores. En el logro de esta condición, son los dirigentes, militantes y miembros activos de todas las organizaciones políticas, económicas, sociales, culturales y demás, los que jugarán el papel fundamental. Tanto afirmando lo propio, como receptando lo de los otros; o sea dialogando seriamente. Para hacerlo deberán superar las actitudes maniqueas – donde todo lo bueno es lo mío y todo lo malo lo del otro – y recomponer el sentido de pertenencia a una única sociedad o común/unidad nacional. Desafíos no menores, porque una larga tradición de divisiones, acentuadas y cargadas de mucho odio últimamente, no harán fácil convertir esta condición en realidad.

Sobre esas dos condiciones, la construcción de esa nación unida, requiere, finalmente, implementar una metodología política radicalmente distinta a la vigente; una forma de hacer política que sujete, voluntariamente, las decisiones gubernamentales a la discusión y acuerdo previo con los posibles perjudicados y beneficiados de las mismas. Esta nueva forma de hacer política obliga a todos los que intervienen en ella – tanto autoridades y funcionarios como ciudadanos y sus diversas organizaciones – a poner sobre la mesa, claramente, sus legítimos intereses, necesidades y aspiraciones; así como a negociar y a definir en conjunto, de manera transparente, lo que es común. Que eso y no otra cosa es la democracia participativa, anticipada y expuesta en la doctrina del Estado llamada Comunidad Organizada.

En este proceso de construcción de la unidad nacional, los únicos que quedarían afuera serían aquellos cuyos intereses, necesidades y aspiraciones no puedan ponerse a la luz, ni tratarse abierta y conjuntamente con los de los otros, sea por ilegítimos o por socialmente inaceptables.

(1) EL DESAFÍO DE CERRAR LA GRIETA I y II (Julio y Agosto 2019)