Podríamos decir que el núcleo más profundo de una etnia es la manera en que se posiciona frente a la existencia. De este posicionamiento existencial deriva el modo en que se vincula con el entorno natural y humano que lo rodea. Las formas de sentir, pensar y actuar de cada etnia, están íntimamente conectadas con el posicionamiento adoptado; de manera que poder definirlo con claridad, permitirá comprender mejor sus comportamientos y los significados que los mismos tendrán para sus miembros.
La postura existencial de la etnia gaucha fue una combinación inédita del nosotros-estamos-en-la-tierra indígena, con el ser-alguien-poseyendo-objetos español. Al desprenderse de ese doble tronco originario, gestó una manera propia de establecerse en el mundo y en la existencia. Una postura con mayor individualismo que el compacto colectivo indígena “nosotros estamos”, sin el intenso mandato de “ser alguien” ibérico que fue sustituido por un “estar siendo alguien” y anulando el “poseyendo objetos” español, ya que sus objetos – tierras, vacas y caballos – eran sobreabundantes y además considerados comunes, al igual que para las etnias indígenas. La forma del gaucho de plantarse en el mundo, que encuadró el sentido a su vida, podría entonces resumirse en un estar-siendo-alguien-sobre-la-tierra-en-un-nosotros. Un estar siendo alguien no fundado en la apropiación de los objetos, sino en el simple estar siendo en la tierra, compartiendo con sus iguales las actividades casi nómades con su caballo y el ganado.
Por su parte la etnia ladina hizo suyo el ser-alguien-poseyendo-objetos español originario, pero convertido en la tierra americana en un ser-alguien-a-través-de-la-apropiación-y-consumo-de-objetos. Esta postura predominó en los núcleos urbanos y tuvo distintas intensidades según el tipo y cantidad de objetos apropiables y consumibles. La parte más rica de la etnia ladina desplegó y concretó esta postura existencial mediante la renta emergente del comercio internacional – legal monopolista y/o ilegal contrabandista – y la apropiación de ganado y tierras públicas. Aquellos que se adueñaron de tierras y ganados pero que se establecieron y vivieron en el campo, formaron un sector de la etnia ladina “agauchado” por la convivencia permanente con la etnia gaucha, en el que fue perdiendo valor la posesión de objetos y ganando importancia el estar siendo en un nosotros. Lo mismo sucedería con la parte más pobre de la etnia ladina que vivió en las orillas de las ciudades – llamados orilleros – que también tuvo un contacto muy fuerte con la etnia gaucha y adoptó mucho de su posicionamiento existencial.
Entre las dos configuraciones socioculturales hubo cierta convicción de superioridad y hasta menosprecio por parte de la etnia ladina hacia la gaucha y cierto desinterés autosuficiente por parte de la etnia gaucha hacia la ladina. Al respecto dice María Saez Quesada “Los sectores urbanos, …, experimentaban cierto desprecio innato por las familias gauchotas …. Eran vestigios del carácter eminentemente urbano de la colonización española. El comerciante, no solo el vinculado a la exportación, sino el modesto dueño de tienda al menudeo, no se conmovía por la presencia de los dueños de vastas leguas de pasto”. Por su parte la autosuficiencia de la población ladina agauchada y del gaucho en general, la describe en la figura del “Príncipe de los Gauchos”, un tal Francisco Antonio de Candioti y Cevallos y sus hijos, diciendo: “Así es Candioti, un gaucho, si, pero principesco, con los hábitos señoriales del habitante pampeano pero llevados a su máxima expresión: soltura, seguridad en sí mismo, parquedad, incapacidad para adular aunque sea al rico comerciante extranjero que le ofrece, … nuevos y tentadores negocios. … Al parecer, el hacendado poco o nada necesita de los forasteros, … Su descendencia ilegítima es numerosísima … La vivienda que alberga al administrador de estos vastos campos (“Arroyo Grande” administrado por un hijo de Candiotti) es un mezquino rancho de quincho, idéntico, salvo en las proporciones, a los de sus peones. … sorprende la similitud entre padre e hijo: la misma expresión patriarcal, sencilla y segura de sí, el gesto tranquilo y digno” (1).
A pesar de estas diferencias y apreciaciones mutuas relativamente negativas, durante los dos primeros siglos y medio de la sociedad colonial, hasta aproximadamente la mitad del 1700, coexistieron una al lado de la otra sin mayores dificultades. Por el lado de la mayoritaria población gaucha, había suficiente tierra, ganado y necesidad de vaquerías, arreos, rodeos y transporte, como para andar libremente por las pampas sierras y valles, sin ser molestada. Por el lado de la ladina, los obstáculos españoles al comercio exterior de los puertos rioplatenses y la ausencia de una demanda externa fuerte de productos de la región, limitaron su desarrollo e impusieron bastante debilidad a la expansión comercial y a la apropiación privatizadora de tierras y ganados.
Pero durante la segunda mitad del 1700 empezaron a producirse distintos hechos que impactarán directa e indirectamente en esta coexistencia. La creación del Virreinato en 1776 y del Régimen de Intendencias en 1782, que unificaba y centralizaba el poder en Buenos Aires contraviniendo el asentado comunalismo federalista colonial, fue uno de ellos. Otro hecho fundamental fue que el circuito internacional comercial y financiero en manos del sector de la etnia ladina radicado en Buenos Aires y Montevideo, se desarrolló explosivamente. Este hecho modificó la fisonomía económica, política, social y cultural de estos territorios en forma acelerada, solidificando el ser-alguien-a-través-de-la-apropiación-y-consumo-de-objetos de la etnia ladina. La riqueza autóctona que había empezado a desarrollarse en el litoral y la desembocadura del Plata era el cuero; hacia fines del 1700 se exportaban anualmente 1.400.000 unidades, contra los 150.000 de los primeros decenios del siglo. Un tercer hecho fue que el comercio internacional holandés e inglés, empezó a buscar esta puerta de entrada de sus productos al continente en desmedro de los puertos españoles tradicionales, requiriendo por su parte cueros y sebo para su industria. Por último las posibilidades económicas que empezó a ofrecer la región rioplatense, atrajo por esa época una importante corriente migratoria española y portuguesa hacia Buenos Aires y Montevideo, lo que profundizará el perfil íntimamente conectado con Europa de ese sector de la etnia ladina; pero ya no solo con la Europa ibérica, sino también con la holandesa e inglesa.
Con este cambio de circunstancias, las diferencias entre las etnias gaucha y ladina se fueron transformando en un antagonismo todavía sordo pero creciente. Porque desde que el circuito comercial internacional se articuló con los recursos rioplatenses, la pugna por los “objetos” rioplatenses hizo que entraran en colisión dos posturas existenciales y dos grupos poblacionales radicalmente distintos: uno, el ladino, urbano y asentado en el ser-alguien-a-través-de-la-apropiación-y-consumo-de-objetos-y-personas, el otro, el gaucho, rural y afirmado en su simple estar-siendo-alguien-sobre-la-tierra-en-un-nosotros.
- M Saenz Quesada “Los Estancieros” Editorial Sudamericana. 1991. Buenos Aires.