POR UNA CIENCIA Y TECNOLOGÍAS DIFERENTES

En general se considera la ciencia como un conocimiento objetivo, es decir, libre de la influencia de las subjetividades de quienes la llevan adelante. Consecuentemente se la considera generadora de verdades incuestionables, no distorsionadas por los valores, propósitos y emociones de los sujetos que intervienen en su adquisición. Si bien esta creencia es cierta respecto a algunos aspectos de la ciencia, no lo es para todos ellos. Veamos esto con más detalle.

En los conocimientos adquiridos con la aplicación de las reglas de observación y experimentación, que configuran una parte central del método científico, es donde la objetividad resulta inapelable. Porque dichas reglas fueron elaboradas específicamente para obtener conocimientos verificables por parte de distintos científicos, neutralizando de esa forma sus eventuales visiones y apreciaciones subjetivas. No sucede lo mismo con la selección de los temas a investigar, o con la formulación de hipótesis y teorías; actividades en las que los valores, propósitos y sentimientos personales, no solo ocupan un lugar preponderante, sino que no podrían realizarse sin ellos. Porque lo que guía la mente hacia determinados temas y explicaciones en lugar de a otros, es la atracción – componente indudablemente emocional – que el sujeto siente hacia ellos. Por los motivos que fueran, pero atracción emocional al fin, lo cual de ninguna manera resulta ser algo impersonal y objetivo, sino todo lo contrario.

Con mayor razón aún, la objetividad y neutralidad científica desaparecen, si en lugar de considerar la acción individual de un científico, miramos la ciencia como un conjunto de conocimientos y métodos, diferenciado de otros y aceptado como tal por la sociedad. En tanto elaboración y producto colectivo, la ciencia está fuertemente influenciada por los valores, propósitos y sentires de la sociedad en la que se desarrolla. Lo que no puede ser de otra manera porque, como todo producto social, es el resultado de las fuerzas, ideas, convicciones, sentimientos, experiencias y aspiraciones colectivas que juegan en dicha sociedad. Dicho de otra forma, la ciencia no surge en el vacío, sin ningún tipo de influencia, resultando así totalmente objetiva y neutral, sino que emerge en una sociedad concreta que determina sus propósitos, objetivos y sus criterios de verdad, así como condiciona sus métodos y prioriza los temas que interesan investigar.

La ciencia actual nació en la Europa de fines del Renacimiento, enmarcada en los propósitos, valores y sentires de la civilización moderna, que estaba implantándose aceleradamente en esa época y en esa porción del territorio mundial. Una civilización que le otorgaba prioridad absoluta a la razón en el desenvolvimiento humano y menospreciaba lo emocional (1), que consideraba la acumulación de la mayor cantidad de bienes y saberes – a lo que llamaba progreso – como el fin último del ser humano y que concebía a éste como claramente diferenciado de y superior a, la naturaleza, auto asignándose el pleno derecho a utilizarla en su beneficio. No por casualidad Francis Bacon – uno de los fundadores de la ciencia moderna – en su Novum Organum (1620) expresaba que la ciencia debía generar conocimientos nuevos y útiles para aumentar el dominio del hombre sobre la naturaleza y, de esa forma, lograr que ésta le sirva. Este encuadre, con el que nació y se desarrolló la ciencia moderna, no le quita “objetividad” a las conclusiones de sus investigaciones particulares, pero sí suprime cualquier pretensión de neutralidad en su objetivo, métodos, desarrollo, temas estudiados y resultados buscados. Porque, dicho sintéticamente, genera un conocimiento impregnado por el propósito de dominar la naturaleza, para hacerla útil al ser humano.

Propósito que se fue concretando a medida que la ciencia se desarrolló, pero que adquirió un carácter absolutamente determinante cuando se articuló con las tecnologías modernas, con las que quedó fundida en torno al objetivo común de dominio y utilidad. Esta articulación se produjo inicialmente porque el avance del conocimiento científico actual se basa en tecnologías siempre nuevas de observación y experimentación así como porque los progresos tecnológicos dependen cada vez más de la obtención de nuevos conocimientos científicos; pero se consolidó definitivamente, cuando ambas se orientaron al incremento y la diversificación de la producción de objetos y servicios, de manera creciente. Lo que se tradujo en que, actualmente, la mayor parte de las investigaciones científicas y desarrollos tecnológicos están sostenidas y dirigidas a los objetivos de unidades económicas monopólicas de enorme envergadura, como son, por ejemplo, los laboratorios o las petroleras; cuando no a los fines de los complejos financieros que las integran y dirigen. De hecho, tanto el avance de las tecnologías como elemento esencial de los cambios productivos y económicos, como la transformación de la ciencia en un factor necesario para el desarrollo de esas tecnologías, convirtieron a ambas en un factor imprescindible y central, del proceso económico que está llevando a la humanidad por el camino de la destrucción de la naturaleza y el medio ambiente.

De manera tal que para salirse de este camino, resulta imprescindible modificar sustancialmente el propósito de la ciencia y las tecnologías, utilizando toda su capacidad para obtener nuevos conocimientos y generar prácticas efectivas, en un sentido totalmente diferente al que actualmente tienen. Sustituyendo su principio ordenador de dominar la naturaleza para ponerla al servicio del progreso indefinido humano, por el de subordinarse a la naturaleza para asegurar su preservación y, consecuentemente, la de la humanidad, como parte de ella. Esto implica que el propósito de la ciencia debe ser el de ampliar y profundizar los conocimientos sobre la forma en que los distintos componentes de la realidad natural y social, se equilibran y articulan entre sí para fortalecerse y desarrollarse armónicamente, así como aquellos que la desequilibran y debilitan. Por su parte, las tecnologías deben orientarse a detectar y generar técnicas que permitan reforzar los procesos de armonización y equilibrio, como también aquellas que impidan u obstaculicen los que producen desequilibrios y daños poco reparables. Obviamente, un cambio de semejante magnitud y profundidad se puede concretar enteramente, solo cuando la nueva civilización del CUIDAR…NOS se implante en plenitud. Sin embargo, se puede ir avanzando desde ahora en este nuevo camino, de varias formas diferentes.

Una forma es mediante diversos grupos de científicos y tecnólogos que impulsen y lleven adelante investigaciones y propuestas de acción fundadas en el nuevo principio, como los ejemplos del bosque nativo y de la diversificación agrícola, descriptos en “Hacia una economía natural” (2). Otra forma es que, aprovechando la cantidad de conocimientos y técnicas ya existentes, algunas instituciones mundiales fomenten y apoyen orgánicamente la identificación de los procesos mas graves que hoy afectan la naturaleza, y desarrollen tanto conocimientos como propuestas de acción científicamente fundados y tecnológicamente viables, para revertirlos estructuralmente. Otra forma no menos importante, es la extensión a todos los países del planeta, de la práctica de “ciencia ciudadana extrema”, consistente en que la ciudadanía interviene en la selección de temas a investigar científicamente y en el aporte de datos, sugerencias, hipótesis, propuestas de acción, etc., asegurando así la incorporación de las visiones, intereses, aspiraciones y observaciones populares a la ciencia y la tecnología; evitando, a la vez, que la dirección y decisiones de la ciencia y la tecnología queden en manos exclusivas de los poderosos, como sucede mayormente en la actualidad (3).

Lic. Carlos A. Wilkinson

(1) chevosquiensos.wordpress.com/2020/03/09/razon-util-o-conocer-emocional

(2) chevosquiensos.wordpress.com/2021/05/11/hacia-una-economia-natural/

(3) https://es.wikipedia.org/wiki/Ciencia_ciudadana