LOS CACEROLAZOS LLEGARON PARA QUEDARSE

Los cacerolazos vividos el lunes 18 de Diciembre de este año, son una buena ocasión para reflexionar con un poco más de perspectiva, sobre lo que se puso en evidencia aquel 19 y 20 de Diciembre, dieciséis años atrás, cuando se manifestaron por primera vez. Y digo reflexionar sobre lo que se puso en evidencia en aquella oportunidad, porque una serie de descripciones parciales y distorsionadas del fenómeno, impidieron percibir lo esencial y novedoso de esa multitud que, espontáneamente, salió a la calle con sus cacerolas y la consigna “que se vayan todos”.

 

La idea despectiva de que fue una reacción al corralito por quienes vieron inmovilizados sus depósitos bancarios, si bien parcialmente cierta – y muy justificable por otro lado – no explicó nunca la magnitud, profundidad y extensión del acontecimiento, que incluyó a muchos que no tenían ahorro alguno. Tampoco la explicó suficientemente el argumento de que fue llevado a cabo por quienes menospreciaban “la política”, como producto de un lavado de cabeza impuesto por poderes fácticos, quienes pretendían debilitar el poder de los políticos; aunque alguna incidencia puede haber tenido también este hecho.

 

Lo que sucedió esos días, fue que “la gente” se mostró sorpresivamente como “pueblo” – concepto que implica una conciencia y accionar común – mediante la constitución espontánea y multitudinaria, de una gran asamblea popular callejera y ruidosa. Y lo hizo sin dirigentes convocantes; por su propio peso, por sí misma. Lo que habla de una clara autonomía popular  respecto a la dirigencia en general. Esa es la esencia novedosa de este fenómeno popular, que se repitió más de una vez desde entonces.

 

Pero no solo mostró autonomía de sus dirigentes, sino, también, repudio. Tal actitud es inexplicable, si no hubieran habido acontecimientos históricos que fueron generando en la conciencia colectiva, durante un largo tiempo, la convicción de que existía un elenco de “representantes” que no expresaba las necesidades y aspiraciones populares. Desde la famosa frase de Alfonsín “la casa está en orden” frente a una multitud que se retiró de la Plaza frustrada y sin creerle, hasta la inolvidable “banelco” legislativa, pasando por la cínica mentira de Menem quien suplantó, con total descaro, la prometida “revolución productiva” por una revolución privatizadora y especulativa.

 

Sin embargo, más allá de sus causas, lo cierto es que aquel 19 y 20 de Diciembre el pueblo asumió un papel independiente y de exigencia frente a los dirigentes, declarándose en estado de asamblea. Un estado de asamblea que, acompañado o no de cacerolas y sea por un motivo o por otro, vuelve a aparecer una y otra vez, porque implica un cambio profundo en la actitud de la ciudadanía respecto a ella misma y a sus “representantes”. La presencia potencial o activa del pueblo en las calles, demandando por lo suyo, tiene un tremendo impacto en el sistema político establecido. Significa, en la práctica, el entierro del viejo principio de la democracia representativa según el cual “el pueblo no delibera ni gobierna sino a través de sus representantes”.

 

Según Methol Ferré, el principio democrático participativo establece, por el contrario, que “el pueblo delibera y gobierna por los medios que hagan posible la expresión ordenada, congruente y permanente de su voluntad”. Más tarde o más temprano este principio terminará imponiéndose sobre el que excluye al pueblo de las decisiones. Fundando una nueva y más profunda forma de democracia, que sustituya la falsificada democracia actual, manejada por los poderes fácticos quienes, en gran medida, se disfrazan de poderes institucionales representativos.

 

Para que los representantes terminen deliberando y gobernando junto con el pueblo, será preciso que hagan un hondo cambio de mentalidad y tomen una clara actitud de diálogo real y trabajo conjunto con las organizaciones populares. Priorizando su compromiso con las necesidades y aspiraciones populares, por encima de sus diferencias e intereses parciales, tanto personales como partidarios; como empezó a vislumbrarse con la oposición al ajuste jubilatorio en la Cámara de Diputados.

 

Y como establecía Perón, hace muchos años atrás, en su doctrina sobre el Estado, cuando decía que los funcionarios elegidos debían elaborar las políticas gubernamentales de las distintas áreas – económicas, laborales, deportivas, sanitarias, educativas, culturales, etc. – con las organizaciones populares libres que desarrollaran sus actividades en dichas áreas, para luego, conjuntamente, implementar y controlar su ejecución.