ENTENDER EL MACRISMO PARA ENFRENTARLO EFICAZMENTE

En notas anteriores planteamos que el gobierno macrista es un gobierno oligárquico y que este tipo de gobierno en la argentina se caracteriza por desarrollar políticas dependientes de los poderes y mercados externos, por generar acciones antipopulares y por ser constitutivamente incumplidores de los modelos y normas en los que dicen creer. Lo cual es así, porque el grupo de familias que tradicionalmente ejercieron un enorme poder sobre el país, es un círculo social externo orientado. Es decir, es un grupo humano que a lo largo de toda su historia, tanto en las actividades que realizó, como en los pensamientos que tuvo, como en los criterios sobre lo que es  valioso y lo que no, siempre se orientó por los acontecimientos que sucedían en los centros mundiales de poder. Sea para aprovecharlos, sea para imitarlos, sea para utilizarlos como refuerzo a su poder local. Por eso su dinámica está, en última instancia, encausada desde el exterior y resulta divergente con lo que acontece en el país. A diferencia de lo que pasa con el otro polo del conflicto, que es autocentrado. Es decir, que lo que hace lo que piensa y los criterios de valor que usa, emergen de sí mismo; de su condición de ser una nación formada por determinado pueblo, en determinada geografía y con determinada historia y cultura propias. De ahí el nombre de nacional y popular con que se lo identifica. Estas características son datos de la realidad que pueden constatarse en cualquier análisis histórico objetivo, independientemente del juicio de valor que nos merezcan.

Por otro lado, cuando hablamos de enfrentar al macrismo estamos usando el término en  dos sentidos. Como aceptación de una realidad que no nos resulta satisfactoria; por ejemplo cuando decimos que debemos enfrentar la realidad de no contar más con un amigo fallecido. Y como oposición a algo que consideramos prejudicial para nosotros; por caso, cuando reclamamos la necesidad de enfrentar una banda de ladrones. Ambos significados, si bien distintos, no están tan alejados uno del otro. Porque la aceptación  y comprensión de la realidad que no nos satisface es, quizás, el paso indispensable para oponernos a ella con realismo y eficacia. En este sentido, caracterizar al gobierno actual como un gobierno de naturaleza oligárquica, con toda la enseñanza histórica que esto implica, resulta fundamental para pensar y encontrar la manera de oponernos eficazmente a él.

Una enseñanza histórica fundamental que debemos entender e incorporar, es el papel de la oligarquía externo orientada y del pueblo autocentrado en la gestación y mantenimiento de una de las más pesadas cargas que llevamos los argentinos sobre nuestras espaldas: el enfrentamiento entre dos partes de nosotros mismos, acompañado por la convicción de que este enfrentamiento solo puede resolverse con la eliminación de una de las partes. Un examen detallado y objetivo de la larga historia de esta oposición, permite verificar, sin embargo, que las dos partes no han mostrado ni el mismo grado de violencia con relación a la otra parte, ni la misma intensidad en la convicción sobre la necesidad de eliminarla.

Haciendo un rápido repaso de nuestro pasado podemos constatarlo. En efecto no fueron ni Artigas ni Güemes los que buscaron enfrentarse con Alvear, sino este último el que atacó y trató por todos los medios de obstaculizar la guerra gaucha por la independencia que estos llevaban adelante; incluso trabando alianzas tácitas o explícitas con los españoles y portugueses que estábamos combatiendo. Tampoco fue Dorrego el que fusiló a Lavalle, sino este último el que asesinó sin juicio alguno al primero. No fueron asimismo las provincias interiores las que desconocieron a Buenos Aires y Rivadavia, sino Rivadavia y sus seguidores los que intentaron imponer por la fuerza una constitución unitaria que desconocía las provincias. Asimismo fue Rosas y los caudillos federales quienes lograron, a través de pactos federales cada vez mas inclusivos, la unidad de las Provincias Unidas hasta establecer los límites del actual territorio nacional; mientras los emigrados promovían la desintegración territorial ofreciendo provincias argentinas a Chile, Bolivia y Brasil e impulsaban la invasión de Francia e Inglaterra y, finalmente del Imperio Brasilero al país, para destituir a su adversario político. Fue por esta época, además, donde la antítesis entre “Civilización o Barbarie” se impuso desde los emigrados y unitarios, como el principio central de la futura cultura política argentina. Principio que  fundamenta y “explica” una desunión aparentemente irreversible entre los argentinos. Y que establece una supuesta superioridad e inferioridad ética entre dos sectores de la población,  justificando el desprecio y hasta la eliminación de uno de ellos. Fue bajo ese principio que se desenvolvió el genocidio de los gauchos federales, la persecución de los catalogados como “mal entretenidos”, la guerra contra el Paraguay y, años después, la llamada campaña del desierto que eliminó gran parte de la población originaria del sur. Siguiendo con el breve repaso histórico iniciado, fueron Urquiza y todas las provincias los que generaron la Constitución Nacional y conformaron la Confederación Argentina, mientras que fue Mitre quien desconoció dicha Constitución y declaró la independencia de Buenos Aires del resto del país. Y luego de muchos años de fraude electoral, cuando finalmente se sancionó la ley de elecciones secretas y obligatorias, fue un conspicuo miembro de la oligarquía argentina, José Félix Uriburu, quien arrebató por la fuerza el gobierno electo de Hipólito Yrigoyen, apenas estrenada la mencionada ley. Asimismo fue Perón quien, teniendo todas las posibilidades de asumir el gobierno sin someterse al dictamen popular electoral, se sujetó a elecciones libres y de resultado incierto, para acceder al mismo; mientras que Aramburu y Rojas fueron quienes, otra vez, desconocieron el mandato de las urnas y arrebataron el gobierno por la fuerza. Con bombardeos a la población que circulaba por la Plaza de Mayo, fusilamientos posteriores y la prohibición, durante diecisiete años, de que la oposición política peronista pudiera presentarse a elecciones. Por último, parece –  hasta el momento al menos – que tampoco fueron los Kirchner sino Macri, quien con más intensidad se dedicó a ampliar y profundizar la grieta y la división entre los argentinos.

Sin que esto signifique que el polo autocentrado nacional y popular sostuvo siempre una conducta pacifica, integradora y respetuosa de las normas e instituciones, lo cierto es que el polo oligárquico externo orientado muestra una tendencia hacia la violencia, la desunión de los argentinos y el incumplimiento institucional, mucho más marcada e intensa que su opuesto. Casi se podría afirmar que esta tendencia violenta y desintegradora de la sociedad argentina, ha sido la estrategia que más éxitos le proporcionó a este grupo de poder. Con lo cual resulta absolutamente lógico que la repita y más aun, que la profundice.

¿Sucede lo mismo con el polo autocentrado nacional y popular? No. En general sus avances y éxitos se fundaron siempre en la pacificación y la integración de la sociedad nacional; desde Rosas y los caudillos con los pactos federales ampliados, hasta los Kirchner con la justicia para los familiares de los desaparecidos y la generación de medios para la inclusión de los marginados, pasando por Perón con el ingreso activo y pleno de la clase trabajadora a la vida política nacional, e Yrigoyen con la incorporación de la clase media y los inmigrantes a la misma. Por el contrario, siempre que este polo entró al juego del enfrentamiento abierto y violento impulsado por la oligarquía, fue desalojado de los gobiernos a los que había accedido y el país perdió gran parte de los avances que había logrado con ellos. El mecanismo a través del cual lo logran es siempre el mismo, aunque los medios varíen según las épocas y las circunstancias. Se ataca al gobierno popular de forma permanente, indignante e insidiosa mediante campañas de estigmatizaciones y odios que no solo profundizan la división entre los argentinos, sino que provocan una actitud defensiva creciente del gobierno atacado. Tal actitud, en la medida en que se torna dominante en la función gubernamental, lo lleva a aislarse cada vez más y a desconfiar de todo lo que no sea su círculo íntimo, a la vez que anula la generación de acciones convocantes e integradoras hacia sectores ajenos al gobierno. Por ese camino queda suficientemente debilitado para ser golpeado o superado electoralmente. Logrado esto, el nuevo gobierno oligárquico suele profundizar y tratar de cristalizar la división entre los argentinos y, mediante políticas supuestamente modernizantes y progresistas, busca  la eliminación real o virtual del poder de amplios sectores sociales, para asegurar su dominio sobre la sociedad en su conjunto.

Este análisis nos lleva a una conclusión fundamental: mientras la estrategia beneficiosa para la oligarquía externo orientada es el enfrentamiento, la violencia y la división entre los argentinos, la estrategia de poder conveniente para el pueblo es la integración, la pacificación y la unión. Y esta no es una afirmación menor; todo lo contrario. Permite entender que entrar al enfrentamiento en los términos en que lo plantea la oligarquía, es entrar a su juego y encaminarnos a una derrota segura. Y permite comprender también, que sólo una estrategia integradora, pacifica y orientada a la unidad nacional, puede ser eficaz para construir, definitivamente, el país autocentrado, justo, independiente, solidario y avanzado que deseamos. Y para hacerlo de forma tal, que quede lo suficientemente consolidado como para impedir que pueda ser nuevamente destruido.

Desde esta perspectiva, la pregunta clave que debemos hacernos y respondernos ahora es: ¿cómo hacer para implementar una estrategia de poder pacífica, constructiva y de unión nacional en un marco signado por la violencia, la desunión y la desintegración promovida por el gobierno de oligárquico?  De este tema nos ocuparemos en la próxima nota.