SOLEDAD VERSUS PERTENENCIA

En la nota de este blog “¿De qué cambio cultural hablamos?” del 4 de Enero, decía que “una nueva civilización cuyo núcleo valorativo, … sea la convicción de que somos parte de la naturaleza, como especie, y de la comunidad, como individuos, implica transformaciones de enorme magnitud en todos los sistemas sociales, económicos y políticos hoy vigentes” y continuaba anticipando “A detallar algunas de las características y repercusiones que tal cambio implicaría, dedicaremos unas próximas notas de este blog”.

La última de las características que describiré en esta serie de notas, es la mutación de la soledad por la pertenencia. Será la última, no porque no haya muchas más, sino porque es la consecuencia más visible de todas las otras y, a la vez, la causa más profunda de todas ellas. De hecho, la transformación de la realidad y de los sentimientos que vinculan o desvinculan a los seres humanos entre sí, tiene un impacto muy profundo y amplio en todas las dimensiones de la vida común. Porque incide en el núcleo elemental de ella: las relaciones interpersonales. Todas las realizaciones de una sociedad, sean económicas, políticas, culturales o de cualquier otro tipo, se materializan a través de conjuntos o series de relaciones interpersonales; ningún hecho de la sociedad puede concretarse, sin que medien relaciones interpersonales en su realización. De allí que modificar de una manera significativa la forma en que nos relacionamos, tiene efectos ineludibles en todos los aspectos de la vida en común.

La soledad de las personas que se registra hoy en la sociedad moderna, es el resultado de un largo proceso que comenzó a vislumbrarse, muy leve y confusamente todavía, cuando los artistas renacentistas europeos comenzaron a firmar sus obras, destacando así la actuación individual sobre el sustento, la significación, la realización y el destino social de la obra artística. Elementos colectivos imprescindibles en cualquiera de ellas que, sin embargo, fueron desdibujándose hasta desaparecer por completo, quedando solo el nombre del artista.

Ese indicio inicial de individualismo, muy limitado y sutil aún, se fue ampliando a todos los ámbitos de la sociedad, extendiéndose desde el arte al resto de actividades sociales, empezando por las mercantiles siguiendo por las científicas y terminando por las políticas. Por otra parte este individualismo original también se fue profundizando, consolidando e integrando en el núcleo lógico y valorativo de la civilización moderna. A medida que las ideas de la competencia como elemento esencial de la vida (1) de la libertad como liberación de ataduras personales (2) y de la razón útil como facultad superior del ser humano (3), se fueron imponiendo como tres de las ideas-valores claves de la modernidad. El modelo de persona como un individuo suelto, sin ataduras personales que limiten su libertad, competidor de los demás y buscador racional de lo útil, sin interferencias emocionales que lo desvíen de esa actividad, empezó a bosquejarse lentamente en el siglo XIX, adquirió cada vez mayor claridad y precisión a medida que se avanzó en el siglo XX y explotó al final del XX e inicios del XXI.

La consecuencia inevitable de este proceso fue que gran parte de la población mundial, influenciada fuertemente por el desenvolvimiento e imposición de la civilización moderna, fue abandonando el clan, la tribu y la comunidad originaria, que fueron las formas básicas, ancestrales e impenetrables de la pertenencia humana durante milenios. Para ir pasando, paulatinamente, a formar parte unidades sociales más chicas y menos sólidas, hasta terminar en individuos solos. Primero transitaron hacia las familias extendidas – abuelos y abuelas, padres y, madres, primas y primos – luego mudaron de estas a las familias nucleares – padre, madre, hijos – y por último de ellas a parejas más o menos transitorias, para desembocar, finalmente, en seres humanos solitarios. Esa característica forma de vivir como individuo que no va más allá de sí mismo, es decir, que no se piensa ni se siente parte de un conjunto humano que lo contenga o incluya, y al que le deba algo.

Eric Klinengerg, profesor de Sociología de la Universidad de Nueva York confirma que «Hay más personas ahora optando por una vida sola que en cualquier otro momento en la historia de nuestra especie”. En efecto, actualmente en la mayor parte de las grandes ciudades del planeta, el porcentaje de personas que viven solas varía entre el 30% y más del 50%. En Buenos Aires, según el censo del 2010, el porcentaje de hogares de una sola persona ya era de 30,6%. Si bien es cierto que vivir soltero no significa necesariamente vivir en soledad, estos porcentajes muestran una clara disminución en la estructuración social agrupaciones amplias y duraderas, así como de la voluntad y/o la capacidad individual para formar parte estable de conjuntos humanos, aunque sean mínimos. Confirmando esta tendencia, en los países llamados “avanzados” la duración promedio de las parejas se estima actualmente en seis meses, la cantidad de casamientos disminuye sensiblemente, el número de divorcios aumenta y el porcentaje de parejas que no se formalizan para evitar complicaciones burocráticas en potenciales separaciones, crece marcadamente desde hace varios años. Otro signo, novedoso y muy preocupante de esta onda expansiva hacia la soledad, es la conducta de aislamiento extremo que están adoptando cada vez más adolescentes de muchos países. Es el llamado hikikomori o “estar recluido” detectado en Japón por Tamaki Saito el año 2000. Quienes padecen este comportamiento enfermizo, se encierran en su habitación y viven pegados a la televisión, los video juegos e internet durante meses o años, rechazando las actividades laborales y educativas y repudiando todo contacto humano, incluso con sus familiares más cercanos. Si faltaba algo para mostrar la producción creciente de soledad por parte de la civilización moderna, parece que con estos datos alcanzan.

Y más allá que algunos renombrados autores están elogiando la soledad y que las estadísticas demuestran que las personas solas consumen más mejorando la economía, creo que no puede caber duda de que los seres humanos son esencialmente seres sociales y, en consecuencia, su destino no puede ser el aislamiento y la soledad. De allí la importancia de reorientarnos social y culturalmente, a fortalecer y desarrollar la pertenencia.

Porque, sociológicamente hablando, la pertenencia es lo opuesto a la soledad. Es esa manera de vivir cuya característica central consiste en saberse y sentirse parte de un conjunto humano que trasciende y le da sentido a su ser individual. A nosotros, muy formados o deformados por el individualismo de la sociedad moderna, nos cuesta imaginar el significado que la pertenencia a una comunidad tiene para las personas que lo viven. Sin embargo, fue ese no poder concebirse ni sentirse a sí mismo sino como parte de un conjunto humano, lo que durante decenas de miles de años dominó la vida de la especie, posibilitando que durara hasta nuestros días. Porque solo esa conciencia de pertenecer a algo de lo que formo parte indisolublemente, de manera que lo que le pasa al conjunto me pasa a mi y viceversa, es lo que motiva que cada integrante se haga responsable del todo y justifica que el todo se ocupe de cada uno de sus miembros.

Quizás los lentos pero crecientes efectos dañinos del cambio climático y los acelerados de la actual pandemia de coronavirus, nos permitan vislumbrar, en medio de la poderosa aunque agonizante civilización moderna, la importancia de recuperar y actualizar a las circunstancias actuales la ancestral pertenencia. Pertenencia final a una misma humanidad y a un mismo planeta, como grado máximo de unidad. Pero materializada secuencial e inclusivamente, a través de la pertenencia a grupos familiares, barriales, ocupacionales, urbanos, provinciales, nacionales y regionales, cada vez más amplios, sólidos y articulados entre sí, en conjuntos mayores, que engloban pero no absorben ni deterioran, sino que potencian, a las unidades de menor nivel.

Fortalecer la pertenencia, es decir la conciencia de saberse y sentirse parte de estos conjuntos y desarrollar las múltiples actividades que, a la vez, demandan y reconocen, resultan elementos esenciales para comenzar a construir una nueva civilización.

(1) ¿Competencia o complementación? 3 de Febrero 2020

(2) ¿Hombres libres o sueltos y enemigos? 18 de Febrero 2020

(3) Razón útil o conocer emocional. 9 de Marzo 2020

RAZÓN ÚTIL O CONOCER EMOCIONAL

Así como la libertad, con sus mas y sus menos, fue una idea y un valor central de la civilización moderna, la ubicación de la razón como facultad superior y casi única del ser humano, constituyó otra de sus características básicas.

Podemos definir la razón como la capacidad de elaborar ideas y establecer relaciones entre ellas para obtener juicios y conclusiones. El fundamento de su funcionamiento es la abstracción, es decir la capacidad de aislar y extraer rasgos comunes entre varios objetos o sucesos concretos similares, formando un concepto aplicable a muchos casos más de aquellos a partir de los cuales se formó.

La emoción, por su parte, es la reacción afectiva frente a objetos o sucesos concretos, que impulsa a acercarse o alejarse de ellos. Las emociones se traducen en sentimientos, es decir, en las sensaciones internas o “sentires” mas o menos permanentes, que provocan esas experiencias de atracción o rechazo emocional.

Las emociones y sentimientos configuran un mundo diferente al mundo de las ideas; pero ambos se encuentran íntimamente vinculados. De hecho, las ideas, conclusiones y juicios del ser humano se encuentran penetradas de emociones y sentimientos, así como estas contienen grados de abstracción que superan el carácter concreto e inmediato de los objetos y sucesos que las provocan o evocan. La complementación entre ambas funciones es la forma natural de vincularse y dinamizarse mutua y equilibradamente. En lugar de la inicial subordinación y posterior anulación del mundo emocional por el racional, como sucedió a lo largo del desenvolvimiento de la civilización moderna.

En efecto, si bien la supremacía de la razón sobre las emociones y sentimientos, empezó a delinearse claramente en la antigua Grecia, fue hacia fines del renacimiento europeo, cuando tal predominio comenzó a adquirir una configuración particular, definitiva y creciente, que llegó hasta nuestros días. Veamos esto con más detalle.

Por ese entonces empezaron a conjugarse el cálculo matemático – grado máximo de abstracción si se quiere – con las armas navales y la observación sistemática de la realidad, para dar origen a lo que posteriormente se llamaría conocimiento científico. Sobre la base de esta conjunción, Galileo Galilei realizó sus investigaciones y escribió “El mensajero de los astros”, la primera expresión contundente de esta nueva forma de conocimiento. De hecho, el conflicto con la jerarquía de la Iglesia Católica, no provino tanto de saber si el mundo giraba alrededor del sol o no, cuanto de aceptar o rechazar que se pudiera alcanzar la verdad mediante cálculos matemáticos surgidos del uso de herramientas militares y aplicados a través de instrumentos técnicos, como el telescopio. Es decir, el conflicto de fondo fue generado por la aparición de esta nueva forma de conocimiento que desplazaba la revelación religiosa y los razonamientos filosóficos, como las únicas formas de conocimiento verdadero aceptadas.

Mientras Galileo en Italia planteaba su teoría astronómica, Francis Bacon en Inglaterra, elaboraba las reglas elementales de esta forma nueva y original de conocer: el método inductivo, afectivamente neutral y racionalmente cuantitativo. Método que, según él, era opuesto al aristotélico deductivo, del cual se diferenciaba no solo porque incorporaba conocimiento nuevo, sino y sobre todo, porque generaba un conocimiento útil, cosa que no hacía el aristotélico. Esta coincidencia entre ambos pensadores no se dio por casualidad. En todo el continente europeo se estaba desarrollando una nueva forma de mirar y vivir el mundo, sacando del medio las emociones y los sentimientos y concentrándose en análisis cuantificados y “objetivos” – o sea sin intromisiones emocionales o sentimentales – de los hechos.

Pocos años después, Descartes lanzaría al mundo su famosa frase “pienso luego existo”, eliminando el sentir como base de la certeza sobre la propia vida, y un tiempo mas adelante Newton expondría la idea del universo como un gran reloj mecánico, sin alma, ni dioses, ni afectos posibles. La ruptura del vínculo emocional con el mundo y la propia existencia, quedaba así sellada en una visión “científica” del universo exterior e interior. Culminaba de esa forma lo que el sociólogo alemán Max Weber llamaría el proceso de “racionalización o desencantamiento del mundo”, al que califica como uno de los ejes de la sociedad moderna.

De allí en más, las ciencias se desarrollaron, profundizaron y multiplicaron en distintas disciplinas de forma asombrosa, generando una enorme cantidad de conocimientos nuevos, motivados cada vez con mayor intensidad por la creación de objetos útiles, como deseaba Bacon. Ciertamente una inmensa cantidad de estos objetos como medicamentos, medios de movilidad, formas de construcción, modos de comunicación e información, maneras de producir alimentos o extraer y transformar materias primas, así como miles más, facilitaron la vida de la humanidad. Pero no es menos cierto que una parte muy importante y creciente de las investigaciones científicas hoy, al cabo de este largo y complejo proceso, son impulsadas para producir armas más letales o para incrementar la productividad y rentabilidad, a costa de destruir la naturaleza, deteriorar el medio ambiente, concentrar las riquezas e incrementar el peligro bélico para nuestras vidas.

Es que al mismo tiempo que el desarrollo científico produjo los beneficios señalados, se desconectó absolutamente de los afectos, sentimientos y emociones, y puso en la utilidad su sentido último, como quería Bacon. El conocimiento emocional de la madre tierra y el padre cosmos, en tanto conocimientos afectivos, respetuosos, vinculantes y responsabilizantes de los seres humanos con el mundo al que pertenecen – que acompañaron el tránsito de la especie humana sobre el planeta durante decenas de miles de años – quedaron eliminados del horizonte civilizatorio moderno. Con las graves consecuencias que ya estamos comenzando a sufrir.

Parece haber llegado el momento de re-establecer una vinculación emocional positiva, profunda e integral con el mundo que nos rodea. Una conexión emocional que reoriente y hasta modifique el conocimiento científico tal como se lo conoce en la actualidad; haciéndolo capaz de abandonar su utilidad militar y rentística, para convertirse en fuente de admiración y medio de apoyo a la recuperación y fortalecimiento de los millones de diversidades y armonías naturales, que componen el misterio asombroso de la vida.

Lic. Carlos a. Wilkinson