EL PROCESO DE REORGANIZACIÓN NACIONAL MODIFICA Y PROFUNDIZA LA GRIETA II

El “Proceso de Reorganización Nacional” debía asegurarle a la elite una concentración tal de poder y riquezas, que hiciera imposible cualquier intento de revitalizar el modelo de país anterior (1). También resultaba necesario escarmentar al pujante e indomable pueblo argentino y modificar a tal punto sus hábitos creencias y valores, que tornara imposible el resurgimiento de su tradicional rebeldía colectiva en pos de construir un país a su manera.

Para implementar esta profunda transformación había que elaborar un plan cuidadoso, meticuloso, detallista y perfectamente programado, mientras Perón se hacía cargo del gobierno. Esto es lo que estaba haciendo la elite argentina cuando murió Perón y el esperado e incentivado conflicto interno, explotó en el seno del gobierno popular. Lo fundamental para realizar este plan era contar con unas fuerzas armadas cohesionadas y adictas, con un programa económico-social y cultural- educativo adecuado a esos fines y con una campaña de prensa que vaya preparando la “opinión pública” para convalidar el golpe y su accionar posterior. A eso se dedicaron durante los tres años anteriores a Marzo del 76.

 

Los planes represivos fueron planificados con minuciosidad y expuestos a todos los estamentos superiores de las tres fuerzas; y aquellos que mostraron alguna divergencia con ellos, aunque sea mínima, fueron expulsados de las mismas. Por otro lado se aplicó y difundió masivamente la palabra “subversivo”, intencionalmente equívoca, para justificar la eliminación no de los 1500 guerrilleros que, como máximo, podían existir en el país al momento del golpe, sino de los cerca de 30.000 argentinos, especialmente jóvenes rebeldes con potencial dirigencial. Y mientras este plan se ejecutaba en la oscuridad con plena eficiencia, Videla declaraba públicamente con total hipocresía que el proceso de Reorganización Nacional buscaba elevarse “por encima de … la antinomia … para dejar de una vez por todas ese ser anti y ser, de una vez por todas, pro: PRO ARGENTINOS”(2). Con esta declaración y las posteriores sobre los desparecidos Videla no hacía otra cosa que rescatar la antigua tradición elitista ladina de ejecutar la más desmesurada violencia escondiendo la mano; tradición  comenzada con la orden de fusilar a Dorrego emitida por Juan Cruz Varela y Salvador María del Carril a Lavalle, con la consigna clara de destruir las pruebas de esa orden (3).

Los planes económicos, por su parte, fueron elaborados meticulosamente por los equipos del incuestionable estratega del riñón elitista, José Alfredo Martínez de Hoz y un conspicuo representante de las finanzas internacionales, Walter Klein, dado su carácter fundamentalmente financiero y financierizador a través del endeudamiento y  “la plata dulce”. No por casualidad David Rockefeller declaraba a la revista Gente, el 6 de abril de 1977: “Siento gran respeto y admiración por Martínez de Hoz. Es muy obvio para mí, como para todo el segmento bancario y económico internacional, que las medidas de su programa son las indicadas” (el subrayado es nuestro).

 Por último la campaña de prensa contra el gobierno popular comenzó a funcionar desde el día mismo en que Cámpora asumió la presidencia y se fue profundizando hasta el día que fue desalojada del gobierno Isabel Martínez.

Los resultados destructivos para la sociedad argentina de estos planes perfectamente elaborados fueron, lamentablemente, muy ajustados a sus propósitos. En el ámbito económico, la proyectada destrucción fue clara y notable. Como dice Pablo Rapoport: “si observamos la última mitad del siglo XX constatamos que mientras entre 1949 y 1974 el PBI argentino creció un 127% y su PBI industrial un 232%, entre 1974 y 1999 aumentó solo un 55% y su PBI industrial sólo un 10 %… tomando el PBI per cápita entre 1949 y 1974 éste creció un 42% y entre 1974 y 1999 apenas un 9%. La deuda externa pasó de 8.000 millones de dólares en 1975 a casi 140.000 millones en 2002…” (4). En estas cifras se pone claramente de manifiesto la existencia de una sociedad en pleno crecimiento, con una intensa industrialización y poco endeudamiento, así como su posterior destrucción. Nótese especialmente la diferencia de crecimiento del Producto Bruto Industrial entre un período y otro – de un poderoso 232% a un escuálido 10% – y del crecimiento de la deuda externa – de 8.000 a 140.000 millones de dólares – y se tendrá una idea concreta de la destrucción económica producida por la implantación del proyecto elitista anti industrial y financiero-extractivo en el país.

Tal destrucción económica trajo aparejada la descomposición del cuadro social argentino que había logrado una participación notablemente equilibrada de la población en las actividades y riquezas del país. En efecto, los sectores medios y medios altos de la población de Buenos Aires y sus cordones suburbanos, que en 1974 constituían el 78%, se redujeron drásticamente a un escuálido 33% hacia fin de siglo. Los sectores medios bajos, pobres e indigentes que al principio del período constituían solo el 21% se ampliaron hasta abarcar el 66% de la población en esta región del país. En el resto del país, con la destrucción de las economías regionales, las cosas fueron aún peores”. Es decir se “…puso fin al perfil socioeconómico tradicional de país integrado, con amplios segmentos de ingresos medios en su composición social, que distinguieron a la argentina del resto de países latinoamericanos desde mediados del siglo XX” …. Y estructuró un “tipo de país socialmente desintegrado, empobrecido y  asimétrico” (5). De una sociedad integrada en la que si bien había diferencias, estas tendían a disminuirse sobre la base de un nivel de vida medio aceptable y una fuerte movilidad social, pasamos a constituir una sociedad desintegrada en cuatro compartimentos sociales estancos, con profundos abismos de separación e incomunicación entre ellos. El país quedó dividido en un sector minúsculo de altísimos ingresos, un sector pequeño similar a la antigua clase media con algunas posibilidades de crecimiento económico individual, un amplio sector de clase media empobrecida que a duras penas mantenía lo que poseía y un gran sector sumergido que, con suerte, sobrevivía penosa y dolorosamente. Cuatro sectores, no sólo aislados y con enormes distancias entre sí, sino además, con todas las condiciones para sostener una relación conflictiva permanente entre ellos, haciendo muy difícil su coincidencia en un proyecto de nación común.

Por último la violencia contra el pueblo iniciada por la elite tímidamente en 1930, intensificada en el 55, respondida por este y llevada a su apogeo en el 76, produjo la ruptura de los valores fundantes del  sistema de convivencia humanista que el nuevo pueblo criollo había logrado elaborar colectivamente. Uno de los valores centrales de la cultura argentina gestada por dicho pueblo, fue el asignado a los sentimientos y afectos puestos en las relaciones entre las personas. La amistad, los bares, los clubes, las mutuales, las cooperativas, los sindicatos y las sociedades de fomento, fueron concreciones institucionales de ese valor. Este valor fue terminado de demoler por el proceso de Reorganización Nacional; una infinidad de desprecios, degradaciones, persecuciones, intervenciones, torturas, asesinatos y desapariciones masivas, operaron con intensidad creciente para pulverizarlo socialmente. Y también fue atacado directa e indirectamente, mediante otras formas, no por más sutiles menos dañinas. Directamente al expandir e imponer un sistema de valores y un modelo socioeconómico netamente eficientista, propio de una razón calculadora y antihumanista. Indirectamente, al destruir toda una estructura social constituida por infinidad de ámbitos sociales libres y solidarios, en los que el “compañerismo” y la lealtad se cultivaban y consolidaban, e instituir un sistema donde el “no te metás”, el “algo habrán hecho”, el “sálvese quien pueda” y la lucha de cada uno contra sus semejantes para lograrlo, se convirtieron en las pautas casi ineludibles de comportamiento.

La ruptura de este sistema de integración social y convivencia, así como el intento de suplantarlo por otro, fundado en la eficiencia y el individualismo, fue la causa principal de la destrucción moral del país. Destrucción fundada en el convencimiento valorativo y práctico, de que ocuparse de lo común resulta además de absurdo, peligroso, mientras que ocuparse solo de lo propio, resulta loable además de conveniente y lo único posible. Gran parte de la violencia que hoy se vive en la sociedad argentina tiene su origen profundo en esa aniquilación moral sufrida por la sociedad, cuyo ejecutor final fue el Proceso de Reorganización Nacional.

Pero, a pesar de la tremenda devastación económica, social, cultural y moral que provocó, la elite no pudo mantener la mentira y el engaño sobre la masacre ejecutada para implantar el nuevo país. Un modesto, temeroso y hasta ingenuo pero decidido grupo de madres, dio vueltas semanalmente en la Plaza de Mayo, demandando saber, con una persistencia y valor ejemplares, el destino de sus hijos secuestrados. Y como una gota de agua, horadaron la indiferencia temerosa de la población, hasta que una corriente de realidad incuestionable invadió el país y desenmascaró, con horror, la masiva operación masacre de la que habíamos sido objeto. No sucedió lo mismo, en su momento, con las masacres de gauchos e indios, lo que marca nuevamente una enorme diferencia entre la “Organización Nacional” del siglo pasado y la “Reorganización Nacional” del siglo XX. Porque la elite argentina no podrá, a partir de haberse corrido públicamente el velo sobre el asesinato masivo, montar una historia falsa y distorsionada de la realidad, como hicieron con gran éxito sus antecesores respecto a las matanzas de gauchos por Mitre y de indios por Roca. Un dato no menor es que fueron mujeres y madres – con ese valor simbólico que tiene la madre y la mujer en la cultura popular argentina – las que tuvieron el coraje y la determinación para semejante y heroico desenmascaramiento.

La derrota de la guerra de Malvinas echó por tierra el gobierno militar iniciado en Marzo del 76, pero de ninguna manera terminó con el dominio que la elite modernizadora o establishment había readquirido sobre la sociedad, ni con el nuevo proyecto de país que había impuesto. Las dificultades y desarrollos de los gobiernos democráticos de Alfonsín, Menem y De la Rua pondrán esto en evidencia. Avalando las palabras de Martínez de Hoz cuando dijo “Yo creo que la gente, después de la experiencia que hizo a través del programa nuestro, … pedía esa orientación…ése es el espíritu que capta el presidente Menem cuando asume la presidencia con el ministro Cavallo….”(6)

 

  • Ver en este mismo blog la nota anterior “El Proceso de Reorganización Nacional profundiza la grieta I”
  • Discurso del General Videla al pueblo de la Nación el 27 de Mayo de 1976
  • Ver en este mismo blog la nota “La grieta se profundiza” del 12 de Febrero de 2016
  • Daniel Alberto Dessein (compilador) “Reinventar la Argentina. Reflexiones sobre la crisis” Editorial Sudamericana y La Gaceta de Tucumán. 2003. Buenos Aires.
  • Artemio López y Martín Romero “La declinación de la clase media argentina” Libros de eQuis. 2005. Buenos Aires.
  • Ver el artículo “La imposición de un modelo económico y social” en blog El Historiador